Por Lanzas y Letras*
Un movimiento ciudadano le cambió la cara al principal y más conflictivo paso binacional. En la frontera pudo respirarse un aire de convivencia y fraternidad bien distinto al que agitan gobernantes y medios de comunicación. El desafío: revertir la matriz de enemistad que instalan quienes hacen negocio con la guerra. Geopolítica y propuestas de paz.
Foros, debates, un concierto y ´abrazatón´ masivo sin distinción de nacionalidad se expandieron, durante los últimos días, por las ciudades de Cúcuta en Colombia y San Antonio del Táchira en Venezuela. Los protagonistas, pertenecientes a diversos movimientos sociales, plantean que la solución a las tensiones fronterizas pasa por la hermandad de los pueblos y no por la hostilidad entre ambos países.
La contracara de eso son las hipótesis de confrontación que proponen desde las altas esferas de la geopolítica mundial: el Secretario de Estado de EEUU, Rex Tillerson, exclamó en su reciente gira latinoamericana que de manera “urgente” Colombia debía “restaurar la democracia en Venezuela”; el gobierno colombiano repitió los argumentos contra lo que llamó el “régimen dictatorial” de Nicolás Maduro, recibió a Tillerson y al jefe militar del Comando Sur norteamericano Kurt Tidd, y envió más militares a la frontera; los grandes medios de comunicación, que responden a grupos empresariales asociados con la derecha venezolana, amplificaron voces de alarma a repetición.
Sin embargo, estando allí, la realidad se ve distinta a lo que nos quieren mostrar.
Cruzar el puente
El Puente Internacional Simón Bolívar es el principal paso de una frontera que se extiende por más de 2.000 kilómetros. Allí se deposita la mirada cada vez que la tensión entre Colombia y Venezuela se agudiza, casi siempre por decisiones y declaraciones cruzadas de sus gobernantes, nunca por conflictos entre las personas que habitan la región. La información que se difundió el último mes dio cuenta de movilización de tropas militares, impedimento de la libre circulación y hasta hipótesis bélicas de invasión. Sin embargo, el puente no está militarizado y cruzarlo no lleva más de 15 minutos para las miles de personas venezolanas y colombianas que, a diario, buscan hacer sus actividades productivas, visitan familiares o incluso ejercen dosis menores de contrabando o negocios cambiarios de uno y otro lado. Las imágenes de un puente permanentemente transitado por miles de personas de a pie suelen ser usadas por los grandes medios de comunicación colombianos e internacionales para instalar la idea de que cada día decenas de miles de familias venezolanas buscan “huir” de la “crisis humanitaria” en el hermano país. Pero la realidad de la misma gente que transita el puente y de quienes habitan las zonas aledañas de uno y otro lado no se corresponde con esa descripción.
La primera evidencia que permite poner en duda las afirmaciones más dramáticas es el hecho de que la gran mayoría de los transeúntes del puente no llevan grandes maletas, no parecen estar portando pertenencias familiares para abandonar su país. A la vez, similar intensidad tiene el flujo de gente que cruza en sentido contrario, de Colombia hacia Venezuela.
El director de Migración de Colombia, Christian Krüger, mencionó días atrás que la cantidad de venezolanos que atravesaban diariamente la frontera ascendía a 48.000, que habían logrado reducirla a 35.000 y que, para seguir frenando el flujo migrante, instalarían “unas puertas que van a tener unos lectores para que quien pretenda entrar o salir de nuestro país presente su documento y un sistema tecnológico le autorice o le niegue el paso”. A eso se sumó el anuncio del envío de 3.000 efectivos de las Fuerzas Armadas para reforzar el control.
Las cifras, leídas a la ligera y reproducidas mecánicamente por los medios de comunicación que fomentan una matriz de rechazo a los venezolanos, generan un impacto que no tiene sustento real. “La gente que sella su salida del país es un porcentaje menor, serán unos 1.700 pasaportes por día”, afirman las autoridades migratorias del lado venezolano. Ese número más modesto se corresponde con un elemental cálculo de tiempo: hacer el trámite lleva entre dos o tres horas, y la atención diaria a quienes buscan sellar el pasaporte no podría efectuarse sobre más de un par de miles de personas al día.
El resto, la mayoría, es parte de la dinámica compleja de una economía regional que, si bien resulta problemática para los municipios fronterizos a uno y otro lado, no constituyen el flujo abrumador de “venezolanos huyendo de su país” que las cadenas informativas pretenden mostrar.
La porosidad fronteriza tiene raíces históricas; la región comparte identidad cultural aún antes de que se conformaran ambos estados y definieran sus fronteras. En las últimas décadas, el contrabando y el narcotráfico sumaron complejidad a una realidad estructural que ha tenido fluctuaciones según la situación política y económica en cada nación. Durante los años de plomo del uribismo, gran parte de los 5.000.000 de colombianos que residen en el hermano país tuvieron que irse de Colombia desplazados por la guerra y la violencia; de la mano de eso, paramilitares tomaron el control del contrabando y el narcotráfico, encontrando en la extensa frontera vías de ida y vuelta sobre las que consolidaron su actividad (con complicidad de las autoridades militares de uno y otro lado). Ya en los primeros años de la Revolución Bolivariana, Venezuela garantizó condiciones de vivienda, salud y educación a una porción importante de la población colombiana de frontera que migró para asentarse del lado chavista de la historia.
Como resultado de esos y otros factores, la cantidad de habitantes que tienen familia indistintamente a uno y otro lado de la frontera es incalculable, fruto de esas condiciones socioeconómicas cambiantes. Incluso, muchos de quienes vienen ahora a Colombia con intensión de radicarse aquí, son de origen o descendencia colombiana y regresan, después de algunos años o décadas, al seno de sus familias. Es cierto que la balanza se inclinó en los últimos tiempos hacia este lado, pero una radiografía más nítida de la situación permitiría ver que la realidad sociopolítica que expresa el flujo fronterizo tiene razones más complejas, y que las cifras distan de manera abismal de las que manipulan para desinformar y agitar fantasmas de crisis humanitarias que solo buscan enemistar a la población. “Los grandes medios instalan una matriz xenófoba en la opinión pública colombiana y mundial, de resentimiento hacia los venezolanos”, se lamenta uno de los participantes de las actividades en San Antonio del Táchira.
“Ciudadanía de frontera”
El jueves 1 de marzo las comunidades de uno y otro lado debatieron propuestas, tanto en Cúcuta como en San Antonio. La Mesa Social para la Paz, el Congreso de los Pueblos, Redepaz, la Red Departamental de DDHH y la corriente estudiantil Fuerza Popular fueron algunas de las entidades colombianas más comprometidas en la organización del evento; por el lado venezolano, la convocatoria y organización de los foros estuvo a cargo del Movimiento Binacional de Integración por la Paz (Mobipaz), que reúne a distintas expresiones sociales del departamento de Táchira.
El viernes se realizó el concierto. Una imponente tarima con la leyenda “Uniendo pueblos por la paz” se instaló a 400 metros del puente, sobre la Avenida Venezuela, en San Antonio. Entre los artistas destacaron los venezolanos Dame pa´Matala, Sandino Primera, los colombianos Che Guerrero y el dúo campesino de Sur de Bolívar. Más de 3.000 personas bailaron y cantaron al ritmo de la música y las consignas de integración.
“Siempre hemos tenido una identidad común, ambos tocamos el cuatro, en Venezuela se escucha vallenato, en Colombia se escucha música llanera venezolana, y así con nuestra cultura, nuestra gastronomía. Por eso estas iniciativas políticas de integración se tienen que continuar”, expresó William Alvarado, uno de los músicos organizadores del festival.
Apenas durante unos pocos minutos se separaron quienes provenían de Venezuela de los de Colombia. Fue para tomar impulso: acelerando el paso, agitando banderas y gritos de alegría, “chocaron” unos y otras en centenares de abrazos que graficaron el espíritu de la jornada. Ese fue el ´abrazatón´.
A la hora de pasar en limpio las propuestas, el Mobipaz planteó el reconocimiento de una “ciudadanía de frontera” que permita a los habitantes de la región, sin distinción de nacionalidad, contar con las mismas garantías para realizar sus actividades sociales y económicas. En Venezuela la idea surgió de las organizaciones comunitarias y fue presentada al debate en la Asamblea Constituyente.
“La frontera tiene su propia dinámica que muchas veces es mal entendida desde Bogotá o Caracas, desde donde solo ven contrabando y mafia, pero aquí la gran mayoría somos población trabajadora, ciudadanos con derechos”, explica el venezolano Jimmy Martínez, vocero del Movimiento Binacional por la Paz y uno de los promotores de la iniciativa.
La realización de la Asamblea Constituyente en Venezuela favoreció que la propuesta, surgida de las bases, se elevara a esa instancia, para ser tenida en cuenta en las reformas que se incorporen a la nueva constitución. Williams Parada es constituyente por el Estado de Táchira y lo mandataron para llevar la iniciativa a las máximas instancias. “Estamos planteando que se cree un estado mayor de frontera, que se garanticen situaciones especiales de frontera como una política de Estado, y que eso quede así establecido en la Constitución. Proponemos una tarjeta de movilidad para todas las zonas de frontera: San Antonio, Zulia, Amazonas, Apure, y sus correspondientes municipios colombianos”, explicó.
Del lado colombiano reconocen que la propuesta será más difícil de concretar, porque la voluntad de las autoridades políticas tiene sentido restrictivo, apuntando más a reforzar controles que dividan y menos a la integración. Sin embargo, creen que es el tejido social y no las autoridades quienes pueden aportar soluciones a la situación.
Sebastián Quiroga, del Congreso de los Pueblos de Colombia, marca esa diferenciación: “Si los gobiernos no logran sintonía, debemos lograrla desde el movimiento social. Nuestra política de frontera debe ser la integración, la defensa de la soberanía de ambos pueblos con base en el respeto mutuo. En ese sentido, toda iniciativa de confrontación entre ambos estados es peligrosa, por eso decimos que ´la paz de Colombia y Venezuela es la paz del continente´. Ese es nuestro compromiso, por eso este movimiento binacional va a continuar, lo vamos a fortalecer”, concluye.
Los movimientos sociales de ambos países elaboraron un documento en el que trazan líneas de continuidad. Allí se proponen “trabajar juntos y juntas en la elaboración colectiva de nuestros planes de vida tejiendo nuestros territorios interfronterizos a partir de nuestra cultura e identidad”, “realizar actividades pedagógicas que contrarresten la xenofobia y división que impulsan medios masivos de comunicación” y “fortalecer los procesos organizativos que permitan conjuntamente transformar la realidad fronteriza que vivimos hoy”.
Al finalizar preguntamos si había algún próximo encuentro en agenda entre delegaciones de ambos países. “Claro, si nos vemos a diario, no ve que aquí no hay fronteras”, respondió uno de los organizadores, entre sonrisas, dando a entender que hablaba en serio.
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*Nota publicada originalmente en Lanzas y Letras