Por Marco Teruggi* – @Marco_Teruggi
A esta hora, según el dirigente de la derecha Ramos Allup, el presidente de la República Nicolás Maduro debería estar fuera de su cargo. Así lo había anunciado el 5 de enero al tomar la conducción de la Asamblea Nacional, ganada con la máxima mayoría el 6 de diciembre: le damos seis meses, fueron sus palabras. Debían elegir el método.
Los meses pasaron, y lo que iba a ser un acto contundente de la derecha se transformó en el actual pantano del referéndum revocatorio: firmas falsas, muchas verdaderas, y un lapso de tiempo que ya no les permite hacerlo durante el 2016. Deberá ser -al menos que un evento cambie el orden de las cosas- en el 2017, lo que significaría que, en caso de perder Nicolás Maduro, asumiría el vicepresidente. En otros términos: seguiría gobernando el chavismo.
Los números en estos días no serían favorables al presidente. Según las encuestas de mayo de Hinterlaces, el 61% de la población votaría por revocar a Nicolás Maduro, y el 57% cree que la culpa de la actual situación es del Gobierno. Eso es lo que siente en la calle. El presidente, por ser el blanco central de los ataques comunicacionales, y estar al frente formalmente de una dirección que no está dando las respuestas esperadas, carga sobre sus espaldas el peso de la responsabilidad.
Es que, como se dice en Venezuela, la vaina está arrecha. Es decir que la situación está en punto de asfixia difícil de aguantar. Es un asedio que aprieta y aprieta: la comida, los medicamentos, los productos de higiene, la calle, los autobuses, los medios de comunicación, todo ha sido transformado en un campo de batalla. Por la derecha. El problema, según la encuesta, es que solo el 25% de la población cree que es culpa de la guerra económica -el otro 14% le atribuye la causa a la caída de los precios del petróleo.
Es bueno repetirlo: se está en guerra. No como las nos hemos acostumbrado a conocer: con cascos, identificaciones, generales, comunicados, reglas. Se trata de una guerra no convencional: su fuerza está en matar sin nombre, hambrear sin nombre, ser invisible. Nadie se hace responsable de lo que sucede.
En este escenario se encuentra por un lado el imperialismo norteamericano -más allá de posibles diálogos que se abran- y las clases dominantes venezolanas. Por el otro la dirección de la revolución, las herramientas políticas de mediación (principalmente el Psuv), las organizaciones populares y comunas, los hombres y mujeres de a pie que reciben los golpes diarios. Eso sería en términos esquemáticos. Del lado de quien descargan la guerra no existen mayores dudas. Del lado del chavismo en cambio la situación no está tan clara en estos últimos meses: ¿todos empujan hacia el mismo lado?
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Julio entonces. La derecha no logró su objetivo. El chavismo tampoco: siete meses después de la derrota electoral no se han tomado medidas ni corregido errores de cara a revertir la situación. Porque se perdió. Y una derrota demanda una rectificación. Sobre todo, cuando más que una victoria de la derecha se trató de un voto castigo/desilusionado de las bases chavistas con el mismo Gobierno. La derecha nunca fue una alternativa. La encuesta así lo sigue mostrando: solo el 30% cree que la oposición en el Gobierno podría resolver los problemas.
Por eso uno de los nudos actuales del debate tiene que ver con la dirección de la revolución. ¿Está desconectada de las aguas populares? ¿Gira alrededor del mismo punto sin encontrar cómo salirse de allí? Lo cierto es que en estos tiempos se asemeja a una bicicleta sin cadena: pedalea fuerte, transpira, realiza actos, convocatorias, pero las cosas no parecen moverse. Por lo menos en la asfixia de la comida, los medicamentos, los productos de higiene, las colas, el aumento acelerado e imposible de seguir de los precios. Los Comités Locales de Abastecimiento y Producción, medida central del Gobierno de este año, son un paliativo. Necesario pero paliativo. Nadie puede afirmar que con una bolsa de comida una familia puede vivir tres semanas -en el caso hipotético y poco probable que la distribución sea efectivamente cada tres semanas.
Lo cierto también es que la crisis la está pagando el pueblo, el más humilde. Y que la dirección decidió priorizar acuerdos con los sectores privados -banca, importadores, empresarios. Una revolución que decide entregarle dinero a la derecha en vez de quitarle poder, está en un callejón muy complejo. Sobre todo, cuando las respuestas no llegan, y la calidad de vida de su propia base de apoyo desmejora a paso acelerado día a día.
Hace falta dinero, no hay dudas. El petróleo sigue bajo, se tomó la decisión política de no ir a por quienes desde dentro del Gobierno se robaron 475 mil millones de dólares, de no cobrarle impuestos a las trasnacionales, y no se piensa en renegociar la deuda externa. Hay menos entonces, mucho menos. En ese marco se tomó una decisión que muchos critican: habilitar 12% del territorio nacional para la explotación minera por parte de empresas trasnacionales. El denominado Arco Minero.
Si habría que simplificar podríamos decir que los problemas acumulados se han agravado, las lógicas cuestionadas con el voto del 6 de diciembre se han mantenido intactas, la guerra ha sumergido al país en una situación crítica donde la dirección ha perdido el pulso popular. La apuesta no es hacia las comunas, el empoderamiento popular, la apertura a nuevos actores del proceso. Los mismos siguen -cuestionados casi siempre- en su mismo lugar. Y una guerra, se sabe, la pierden los generales, no lo soldados.
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No se trata de pesimismo u optimismo, sino de analizar un proceso que todavía posee reservas para resistir, pero cada vez menos. Dejar por un momento la agenda de la OEA, las visitas de expresidentes, las declaraciones de la derecha, los diálogos entre la canciller venezolana y el secretario de Estado norteamericano y etc., y adentrarse en los nudos complejos, que resultan difíciles de procesar. Para lo demás existen muchos análisis, necesarios todos.
Porque, ¿es el enemigo tan poderoso que no podemos vencerlo, o es que algo al interior del chavismo está jugando a su favor? El otro hace lo que siempre se supo que haría: matar, hambrear, asfixiar, infiltrar paramilitares, caotizar la vida diaria. Su caballo de batalla en estos meses han sido los supuestos saqueos: supuestos porque no han sido saqueos sino actos de violencia organizados por células de la derecha, que luego derivaron en robos masivos en algunos casos, como en la ciudad de Cumaná. Intentan llevarlos adelante en las zonas populares -territorios chavistas. Su escenario -de clases medias y altas, donde tuvieron lugar las guarimbas en el 2014- está en crisis: la derecha no logra movilizar a su propia base de apoyo.
Existe un problema central, sobre el cual trabaja esa táctica: hay condiciones materiales para que se desaten saqueos. Es verdad que la situación está muy difícil, que en varias casas se comen dos comidas al día, a veces menos. Porque no se consiguen los productos en los supermercados o porque en el mercado en negro llegaron a un precio inalcanzables -quien tenga dinero puede salvarse en esta crisis. El intento de la derecha es desencadenar -a través de grupo financiados- en ese contexto los actos violencia. Se quiere mostrar a un país en crisis humanitaria para acelerar la intervención extranjera.
Las condiciones políticas en cambio no parecen estar dadas. Es cierto que seguramente una mayoría votaría a favor de que se fuera Maduro de la presidencia, pero es importante no perder nunca de vista un punto crucial: el chavismo es la identidad política de los sectores populares. Más allá de los descontentos con la actual gestión. Por eso el pueblo no se ha volcado a saquear. Porque sabe de dónde viene, está politizado, organizado en muchas partes, y tiene consciencia que lo que vendría en caso de perder el Gobierno sería la oscuridad más negra.
¿Hasta cuándo eso podrá aguantar ante una situación económica que ya se torna muy difícil de sostener y una dirección que no reconecta con las bases? Resultar difícil leer con precisión el adn popular. Creo, por lo que veo y escucho al recorrer el país en sus barrios y campos, que no queda mucho margen. Espero equivocarme.
Por último, existe un escenario que de a poco emerge y debe ser evitado a toda costa: una hipotética derrota ideológica. Perder el Gobierno, se sabe, no sería perder la revolución. Pero perder el debate de ideas, la legitimidad de las palabras socialismo, poder popular, antiimperialismo, comunas y etc., sería un retroceso inmenso. No solamente para Venezuela sino para el continente y el mundo. Las posibilidades de transformación con o sin la revolución bolivariana no son las mismas. Se trata del proceso que puso en marcha las hipótesis más avanzadas de construcción de una sociedad no capitalista, un punto de referencia de lo posible.
Resulta difícil saber cuánto tiempo queda. Se puede decir que todas las variables se irán agudizando. El imperialismo cree que es el momento de una estocada final. La oposición así lo vive también y se torna más y más violenta. Por parte nuestra seguimos con fuerza acumulada para resistir y triunfar una vez más. Una pregunta que circula a esta hora es: ¿si los generales no rectifican, que deberán hacer los soldados?
*Artículo publicado originalmente en la edición impresa de Resumen Latinoamericano de julio de 2016