Por Reinaldo Iturriza – @ReinaldoI* / Fotos por Gerardo Szalkowicz desde Venezuela
Hemos perdido demasiado tiempo valioso discutiendo si había que apoyar o no a Maduro.
En el campo del antichavismo no hay el menor asomo de solución a los problemas fundamentales de la sociedad venezolana. Ningún análisis que apunte en la dirección correcta. Ideas hay, por supuesto, y diagnósticos que pueden llegar a ser útiles. Pero para estar bien encaminado, el análisis debe como mínimo aportar alguna pista sobre las fuerzas que harían posible zanjar la cuestión. Cosa distinta es, en el mejor de los casos, pura declaración de buenas intenciones, y ya sabemos que de éstas está empedrado el camino del infierno.
Y es justo allí, en la ausencia de alguna pista, donde fallan los análisis y proyecciones de escenarios de todo tipo, y comienzan a ganar terreno “perspectivas” como las de Michael Penfold, que escribe cosas así: “Cualquier ejercicio de proyección de los escenarios políticos que se despliegue para el caso venezolano va a encontrarse con una dificultad predictiva. La razón es que bajo ningún escenario las variables relevantes están bajo el control ni del gobierno ni de la oposición” (1).
¿En serio? ¿Hemos llegado al punto en que debemos conformarnos con estos análisis?
Ahora bien, lo realmente preocupante es cierta tendencia a desconocer que el chavismo, en tanto subjetivación de las clases populares, tiene más que la oportunidad, la obligación histórica de seguir descubriendo las fórmulas que le permitan resolver el conflicto a su favor, de manera democrática. Y esto pasa por reconocer la propia fuerza, por entender su naturaleza, y por terminar de asumir que, si bien el chavismo no es el gobierno, simplemente no es una opción que el gobierno esté en manos del antichavismo, porque tal circunstancia supondría una ventaja inestimable, que no irreversible, para las élites.
Por tales razones resultan tan incomprensibles como estériles las interminables discusiones en torno al respaldo o no a Nicolás Maduro: porque la responsabilidad y la obligación es del chavismo todo en tanto sujeto y no solo del Presidente; porque ni Maduro ni cualquier otro en su lugar, solo o acompañado de su equipo de gobierno, tendrá la capacidad de resolver nada, pero además no le corresponde hacerlo; porque si fuera el caso que su equipo de gobierno, o parte de él, ha decidido darle la espalda a las mayorías populares, tiene el chavismo la obligación de hacerle frente hasta poner la balanza a su favor; porque no existe el escenario de un gobierno antichavista, ni siquiera una parte de él, de brazos abiertos a las clases populares.
El chavismo no es el gobierno, es un sujeto político que excede al gobierno, de la misma forma que la vida nos excede en tanto seres vivientes, y nos excede la historia en tanto que generación. Que el antichavismo omita este detalle en sus análisis es perfectamente comprensible: para que desaparezca la política, su pertinencia histórica, tiene que desaparecer el sujeto. Pero que en el propio chavismo se incurra en la misma práctica, es muy desconcertante.
Están en deuda, particularmente, la inmensa mayoría de quienes se reclaman marxistas, o como prefieran llamarse: cinco años después de la victoria de Nicolás Maduro, no han sido capaces de realizar un asomo de análisis de la situación de la lucha de clases al interior del gobierno. Que en el lustro más difícil de la revolución bolivariana prevalezcan las referencias al gobierno como una cosa abstracta, como pura exterioridad, dice mucho de hasta dónde puede llegar el extravío.
Importantes cambios han tenido lugar en el seno del chavismo, profundas mutaciones, desgarraduras, y el gobierno es hoy, como nunca antes quizá, un campo de fuerzas, un territorio en disputa; pero lejos de ponerse a la altura de las circunstancias, dando cuenta de estos cambios, registrando hitos, identificando líneas de fuerza, posibles alianzas, definiendo los frentes de batalla prioritarios, nuestros analistas están heridos de nostalgia, añorando los viejos buenos tiempos en que el chavismo era lo que ya no puede ser, lamentándose por el socialismo que no es, indignándose con un madurismo inexistente, dedicados a la contemplación mientras intentan convencernos de que están realizando la crítica despiadada de todo lo existente.
Si bien el peso de la realidad nos oprime, también es cierto que solo la realidad nos libera, siempre y cuando aceptemos su invitación a transformarla. Los agentes de la transformación están allí, por ejemplo: el pueblo trabajador de las empresas nacionalizadas, recuperadas y ocupadas, así como de las empresas en sectores estratégicos de la economía; el pueblo campesino, sobre todo el que se encuentra produciendo, o intentando hacerlo, en predios recuperados por el gobierno; y el pueblo comunero, protagonista del experimento político más avanzado de la revolución bolivariana.
La lista puede ser mucho más larga, por supuesto, pero ¿qué tienen en común los mencionados? Pues, que actualmente resisten la arremetida de las líneas de fuerza más conservadoras y corrompidas del chavismo, las cuales apuestan de manera deliberada al fracaso de estas iniciativas, recurriendo a la fuerza si lo consideran necesario, mientras establecen alianzas con sectores de la burguesía, sin importarles cómo esto incide en la vulnerabilidad de una economía ya asediada.
Con frecuencia, estas mismas líneas de fuerza están de alguna forma vinculadas con algunas de las mafias económicas que denunciaba el mismo presidente Maduro el 1 de mayo (3), y que identificaba con más precisión el portal informativo La Tabla (4): de marcadores de dólar paralelo; del contrabando de extracción en general, y de combustible y derivados del petróleo en particular; de tráfico de efectivo; de importación de alimentos a tasa paralela con supuestas “divisas propias”; de asignación de divisas (Sistema de Divisas de Tipo de Cambio Complementario Flotante de Mercado, Dicom).
¿Están vinculados los agentes de la transformación revolucionaria? ¿Su alianza es tan duradera como la que han ido tejiendo las fuerzas restauradoras? ¿Cuál es su relación con las líneas de fuerza revolucionarias dentro y fuera del gobierno, y con el pueblo en general? Que toda la inteligencia, toda la energía, toda la vitalidad militante que hace falta para respondernos estas preguntas, sirvan de pretexto para sacudirnos la abulia, que no estamos para esa pendejada.