Por Martín Di Giácomo
“Ustedes saben de petróleo. Hagan ustedes las leyes” – Juan Vicente Gómez, dictador venezolano, a Preston Mc Goodwin, ministro de la Legación de Estados Unidos en Caracas, 1920
Más allá de la ofensiva de EEUU, la guerra económica y el modelo rentista siguen siendo el talón de Aquiles de la revolución bolivariana. Un recorrido sobre el problema de la capacidad productiva en un país que lleva más de un siglo atado a los dólares del oro negro.
Del cielo cae lluvia negra. Durante nueve días seguidos, el chorro -40 metros de alto- escupe 100 mil barriles diarios. La noticia recorre el mundo: Cabimas entra en la historia del petróleo. El sector La Rosa queda sepultado bajo una capa alquitranada de desperdicio. Corre el año 1922, las concesiones discrecionales de pozos regalados a empresas estadounidenses continúan bajo la dictadura de Juan Vicente Gómez. A la orilla del Lago de Maracaibo, esa tarde de diciembre el pozo Barroso II sufre el reventón que anuncia la rapiña por venir.
La explotación petrolera en Venezuela estructuró la matriz productiva desde las primeras décadas del siglo XX, cuando pasó a ser rápidamente el primer rubro de exportación desplazando al del cacao y café.
Además de configurar un esquema rentista dependiente de la importación de insumos básicos y bienes, la industria extractiva estuvo siempre en manos de corporaciones como la Standard Oil y la Shell, que llegaron al país con el aval de la dictadura gomecista y los buques de guerra estadounidenses desde 1908.
En los campos petroleros imperaban regímenes de arbitrariedad y condiciones laborales de semiesclavitud. El petróleo propició además la penetración de la cultura del ocio y consumo del american way of life.
La “Venezuela saudita” durante los ´70 fue el punto cúlmine de la mascarada de bonanza: el embargo árabe y el aumento del precio del barril generaron un flujo de petrodólares que activó la nacionalización a través de la creación de Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA).
“Un 70% del país vive marginado de todo. En las ciudades prospera una atolondrada clase media con altos sueldos, que se atiborra de objetos inservibles, vive aturdida por la publicidad y profesa la imbecilidad y el mal gusto en forma estridente”, le decía Salvador Garmendia a Eduardo Galeano en 1969.
La ilusión duró poco: la nacionalización no implicó desarrollar la industria y el país comenzó a desmoronarse entrados los ´80. Las políticas neoliberales de ajuste generaron hiperinflación y dispararon la pobreza. La burbuja inflada a punta de petrodólares terminó de explotar con la rebelión popular y la masacre del 27 de febrero de 1989, que marcaría el germen de la actual revolución bolivariana.
Los “hijos del Caracazo” finalmente lograron acceder al gobierno con el triunfo eleccionario de Hugo Chávez a fines de 1998. Mientras el país comenzaba a refundarse, las mismas empresas de unas décadas atrás seguían apropiándose de la renta petrolera en la cuenca del Orinoco. Pero no por mucho tiempo más.
La definitiva nacionalización
El golpe de Estado del 11 de abril de 2002, que duró apenas dos días y fue derrotado gracias a la movilización popular, configuró el antecedente inmediato del paro petrolero de diciembre de ese año. La lucha por el control de PDVSA terminó luego de dos meses de `lockout´ patronal con el triunfo de los obreros y del chavismo. Una victoria pírrica que dejó al país en una situación delicada debido a la caída del producto bruto interno y el aumento del desempleo.
Durante esos días, hizo su estreno el sistema de control de divisas por parte del Estado, implementado con el propósito de detener la fuga de dólares protagonizada por el sector empresarial. El proceso de nacionalización de la renta se terminó de consolidar hacia 2007, cuando Chávez estableció el control mayoritario por parte de PDVSA de las empresas extranjeras que operaban en la Franja del Orinoco.
Compre a 1, venda a 20
A fines de 2013, Nicolás Maduro anunció la intervención estatal de una cadena de electrodomésticos que estaba vendiendo artículos con más del 1000 (mil) por ciento de sobreprecio. Al mismo tiempo se establecieron controles más estrictos para garantizar precios justos para la población y erradicar la especulación originada en el tipo de cambio paralelo.
La maniobra de vender productos importados con dólares oficiales a precios del mercado negro se alimenta hoy de la brecha entre el cambio oficial al que accede el grueso de la población y el paralelo, de casi 6 a 1, aunque si se considera el cambio preferencial que se mantiene para ciertos productos de primera necesidad esa relación es de 50 a 1.
El Estado no ha podido consolidar un andamiaje efectivo de asignación de las divisas. De hecho, la principal empresa productora de alimentos y denunciada en varias ocasiones por acaparamiento, el grupo Polar de la familia Mendoza (creadores de la “Harina Pan” con la cual los venezolanos hacen sus arepas diarias), es una de las que más dólares ha recibido desde que existen los controles.
¿Cuál es el próximo paso?
“No nos llamemos a engaño: la formación socio-económica que todavía prevalece en Venezuela es de carácter capitalista y rentista. Ciertamente, el socialismo apenas ha comenzado a implantar su propio dinamismo interno entre nosotros”, reconocía Chávez en la introducción del “Plan de la Patria 2013-2019”, su testamento político.
Elías Jaua, al asumir nuevamente al frente del Ministerio para las Comunas el año pasado, hablaba de un desfasaje entre el Estado y las bases. El excanciller explicaba que cuando por el 2004 se comenzaron a otorgar créditos y maquinarias a organizaciones campesinas y a expropiar empresas, a la organización popular le faltaba madurez para gestionar y avanzar en el camino productivo.
Diez años después, hay 1.031 comunas registradas que orientan sus planes de desarrollo a la producción, pero en muchos casos se encuentran con trabas burocráticas y dificultades para acceder a financiamiento y para comercializar lo producido.
En consecuencia, no se han podido consolidar a gran escala las experiencias productivas de carácter cooperativo y socialista. Por otro lado, muchas empresas capitalistas que han reducido o suspendido su producción se han refugiado en el argumento de la falta de divisas para importar los insumos que necesitan. Sin embargo, en Venezuela los dueños del capital no invierten para producir hace años.
En este contexto, surge el interrogante de cuándo será el momento propicio para realizar una avanzada final sobre el capital privado. De alguna manera deberá abordarse el problema de la capacidad productiva en un país que lleva más de un siglo atado a los dólares del oro negro.
“¿Has visto un balancín, el aparato que extrae el petróleo crudo? -le preguntaba Garmendia a Galeano- Tiene la forma de un gran pájaro negro cuya cabeza puntiaguda sube y baja pesadamente, día y noche, sin detenerse un segundo: es el único buitre que no come mierda. ¿Qué pasará cuando oigamos el ruido característico del sorbedor al acabarse el líquido?”.
@martindigia