Por Nehuén Allegretti desde Venezuela
Mientras los grandes medios del continente montan una feroz campaña de demonización contra el gobierno venezolano, desde abajo el pueblo chavista ensaya respuestas y alternativas productivas para enfrentar la guerra económica.
Largas colas, góndolas semivacías, peleas por algún producto, saqueos. Todo ello nutre la agenda informativa de los medios concentrados del continente y de otras latitudes. La campaña busca presentar a Venezuela como un “Estado fallido” sumergido en una profunda crisis humanitaria. La guerra económica y el bombardeo mediático están acompañados de maniobras para agudizar la ingobernabilidad, la violencia paramilitar y el caos. Los intentos de desgastar y quebrar al pueblo privándolo de alimentos, y de desestabilizar al gobierno de Nicolás Maduro adjudicándole toda la responsabilidad de la crisis, se fueron profundizando en los últimos tres años.
En este marco, el pueblo chavista busca consolidar el poder popular y materializar una de las últimas directivas que dejó Chávez: “Comuna o nada”. Las comunidades se enfrentan al desafío de combatir la cultura rentista que la actividad petrolera inculcó en la sociedad venezolana y de concretar una de las principales deudas de estos años de chavismo: el control popular de la producción, la distribución y el abastecimiento de alimentos.
Ciudad Zamora
Una pintada anuncia la llegada a uno de los nuevos urbanismos de Cúa, en la región de los Valles del Tuy, estado Miranda: “Ciudad Zamora, territorio chavista”. Los números de los últimos comicios dan cuenta de la pertenencia político-identitaria de sus habitantes: un 92% optó por los candidatos del PSUV en el marco de unas elecciones ganadas por amplio margen por la oposición a nivel nacional, en la segunda derrota del oficialismo en 17 años.
“El urbanismo se construyó hace tres años. Trabajé en la construcción de las viviendas y ahora hago el mantenimiento de todo esto”, señala Jairo, uno de los adjudicatarios de los departamentos de la Gran Misión Vivienda Venezuela, en la que los mismos beneficiarios aportaron la mano de obra. En cinco años, la misión entregó más de un millón de viviendas.
Aníbal, vecino y ex diputado de la Asamblea Nacional, señala que el urbanismo “está controlado por el poder popular”. Allí viven unas ocho mil personas en 2.500 departamentos. “Queremos que no se construya más, que la tierra que quede se use para cultivar y abastecer a la comunidad. Si no, ¿qué va a comer la gente?”, se pregunta, a partir de la problemática alimenticia. Jairo puso manos a la obra: da talleres de agricultura urbana a niños y niñas del urbanismo, quienes sostienen una huerta en el predio de la escuela de la comunidad.
No sólo ellos están sembrando. Es lunes por la mañana y se puede ver a Luisa y Doris, dos cincuentonas que, machete en mano, limpian sus cultivos. “No sabía mucho de agricultura, pero es que está todo muy caro”, señala Doris, en relación al alza de los precios. “Hay yuca, auyama, tomate, ají dulce, pimentón. Veremos cómo lo cercamos para que no lo estropeen los niños”. El 7 de junio finalizó el Plan de 100 días de Siembra Urbana impulsado por el Ministerio para la Agricultura Urbana, al que se sumaron vecinos, instituciones educativas, civiles y militares. El saldo fue de más de 273 toneladas de alimentos producidos a pequeña escala.
El Deleite
En Nueva Cúa, los agricultores proyectan con los vecinos de Ciudad Zamora el autoabastecimiento de la comunidad. La idea es proveer de vegetales y frutas directamente a los vecinos, eliminando los intermediarios. Allí sembraron cinco hectáreas de auyama, caraotas, maíz, lechosa, mango, limón y yuca.
Alexander es uno de los campesinos que trabajan en El Deleite. Él formó parte de la “invasión” de esas 20 hectáreas, que eran monte y ahora están produciendo. La toma fue avalada por la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario del 2001, que combate el latifundio y establece que el uso de las tierras agrarias está sujeto a su función social, es decir, a la productividad agrícola. En 2012 consiguió la Carta Agraria, el reconocimiento formal a su trabajo en la parcela.
“El verano estuvo fuerte. Me han quedado pocas matas de limón”, señala Alexander, refiriéndose a la estación seca, que este año fue muy calurosa y afectó la producción. “Tenemos proyectos de sistema de riego, pero están parados; unas `escuálidas´ (opositoras) del consejo comunal no los quieren firmar”, explica. “Nos falta un tractor. No lo hemos recibido, ni ayuda del Estado. Le han dado a algunos consejos comunales de por aquí, pero a nosotros nada”. La burocracia del Estado y la corrupción de algunos funcionarios se convierten en obstáculos concretos para las iniciativas autogestivas que buscan combatir la guerra económica.
Caujarito
José forma parte de la Comuna Ezequiel Zamora en honor al prócer venezolano. “Zamora tenía un lema: ´Tierra y hombres libres´. Por este proceso y porque Chávez se declaró feminista, lo cambiamos por `Tierra, mujeres y hombres libres´”, explica. Forma parte de Santo Domingo, uno de los nueve consejos comunales urbanos que, junto a tres rurales, conforman la comuna. Él cruza diariamente la carretera para ir a los cerros y colaborar con los agricultores. “Yo vivía en la ciudad. Escuché a Chávez planteando que hay que volver al campo y comprendí el mensaje”. José entiende que la producción tiene un sentido estratégico para la lucha política y para consolidar la revolución; busca articular a los productores en una lógica que trascienda lo mercantil. “La gente tiene que ver que somos la solución a sus problemas; no nosotros, sino nuestros actos”, dice.
Maira no participa de la comuna pero también es productora y pelea por el control popular de la producción y el abastecimiento. Es formadora en piscicultura y agro-ecología y participa de la Caravana Nacional de la Sardina, que se propone llevar pescado barato a las comunidades. “Los Valles del Tuy eran el granero de Venezuela. Luego fueron urbanismo tras urbanismo, y eso se perdió”, comenta. La tendencia a la concentración urbana no es exclusiva de esta región sino que fue una de los características de la estructura económica venezolana del siglo XX. Desde los ´30 a los ‘70, una masiva migración del campo a los centros urbanos conformó un verdadero ejército industrial de reserva y engordó los cordones marginales que rodean las grandes ciudades; con profundas secuelas en lo productivo.
“Armamos bolsas de alimentos que garanticen una dieta nutritiva. Les damos vegetales para la sopa, para la ensalada, frutas, y les añadimos la proteína: carne de cerdo o res y queso”, señala Maira. Explica que éstas van del productor al consumidor: ¨Así, sumado a la harina, el arroz y el azúcar que reparten los CLAP, evitamos que la gente tenga que ir a hacer colas. Y el que las hace es porque es bachaquero”. Así se llama al último eslabón de una organización delictiva montada en torno a la distribución de los alimentos, cuyos cabecillas son los grandes empresarios que han dejado de producir y están dispuestos a reducir sus ganancias por un objetivo principal: derrocar al gobierno. Los bachaqueros son la representación de los “hambrientos” a los que hace mención la oposición, son los que violentan las colas y buscan generar miedo, y son “el pueblo” que tanta dificultad tienen para movilizar los sectores golpistas.
En plena la crisis económica, desde las bases, surgen respuestas que los medios concentrados de comunicación no tienen intención de mostrar. Los movimientos populares venezolanos afrontan una dura batalla contra el desabastecimiento, la especulación de empresarios y cadenas de supermercados. No es una tarea sencilla, es remar contra la inercia del rentismo y contra las debilidades estructurales del sistema productivo. Implica combatir la burocracia, la ineficiencia estatal y la negligencia de funcionarios poco comprometidos con este desafío estratégico. Entienden que de su esfuerzo depende buena parte de la defensa de lo conquistado y la posibilidad de seguir avanzando. Saben que “sólo el pueblo salvará al pueblo”.