Por Agustín Bontempo / @agusbontempo
Ayer el Diario La Nación editorializó sobre la supuesta claudicación de las luchas obreras, para mostrar así al capitalismo como única opción viable: una forma integral de subsistencia. Desmenuzamos la malicia de un artículo estrictamente patronal.
No es ningún misterio que el diario La Nación, uno de los más tradicionales del país, fue desde sus orígenes la plataforma en la cual la oligarquía y la burguesía nacional han podido promover sus ideas con buenos niveles de transparencia. Un diario que siempre ha estado al servicio del encubrimiento de la explotación de los ricos por sobre los pobres, de la justificación del ajuste y la represión a lo largo de su historia.
Sin ahondar en detalles políticos y partidarios, ya que no es la intención del presente artículo, podemos suponer que las elecciones de medio término del próximo domingo se dan en un contexto de ciertos niveles de debilidad y descreimiento de los partidos tradicionales por parte de la población. No es menor que el Partido Justicialista y la Unión Cívica Radical (los más antiguos) vayan dejando cada vez más sus títulos en función de un lavado de la política de corrupción, vaciamiento e incoherencia que los caracteriza cada vez más. Es allí donde las organizaciones sociales y políticas y los partidos de izquierda vienen ganando terreno por su honestidad y acompañamiento en las luchas del pueblo trabajador.
Justo en ese lugar se inserta el editorial del domingo pasado del diario mencionado. En esas líneas, con una marcada tendencia anti obrera y plena justificación del estado actual de las cosas, no se sonroja al afirmar que frente a un cierre de fábrica con la consecuente pérdida de empleo y la posterior lucha de las y los trabajadores junto con los sectores de izquierda, son “las victorias de los violentos, forzando a empresas con piquetes, piedras y capuchas, son derrotas para la sociedad en su conjunto. Sus éxitos contra el capital son triunfos contra la inversión y el empleo.”
No se queda allí. A sabiendas de un gobierno, sí, aunque de un sistema en general que pone al Estado con plena aplicación de su capacidad de represión, afirma que es “la izquierda cerril, experta en destruir lo construido e incapaz de engendrar prosperidad sin odios”. No es la precarización, no es la destrucción de miles de vidas que se quedan sin fuente de trabajo, tampoco es la represión. Según el editorial, el odio lo engendran quienes anhelan el plato de comida para su familia.
Finalmente, la nota fulmina: “Aunque sigan humeando las probetas, no se ha inventado ningún sistema mejor para el progreso material que el capitalismo.”
Tergiversación de primer orden
En líneas generales, la complicidad con el hambre y la pobreza que tiene la editorial de La Nación se sustenta en dos ejes de manipulación de información. Uno de ellos es la aparente claudicación de procesos socialistas y comunistas que han dejado sin amparo a la clase trabajadora. Repasemos un poco.
Según el diario, hubo países que han fallado porque “desde tiempo inmemorial, los distintos socialismos han intentado fórmulas de organización productiva horizontales e igualitarias, eliminando la figura del empresario y su ganancia”. Según dicen, un ejemplo es la Comuna de París de 1871. En aquel entonces, el derrumbe del imperio de Napoleón III abría un espacio proclive para superar las conquistas de la burguesía durante décadas, que les sirvió para su instalación en el poder consolidando la explotación de las y los trabajadores, con consecuencias inimaginablemente desoladoras desde la mirada actual. En ese marco, triunfa el proceso revolucionario de la Comuna, que transfirió el poder a la clase obrera, alcanzó la laicidad del Estado, la autogestión y el control impositivo para finalizar con la pobreza, entre otras virtudes.
La nota también cuestiona a los soviets de la Revolución Rusa. Parece olvidar que la gloriosa Revolución de Octubre de 1917 terminó con el zarismo, puso fin a la participación en la Primera Guerra Mundial e inició un proceso de crecimiento y conquistas obreras en un país feudal en pleno siglo XX.
Más acá en el mapa, cuestiona los cordones industriales del Chile de Salvador Allende. Pero no tuvo presente la recuperación del cobre por parte del Estado, la reforma agraria en favor del campesinado, el protagonismo de las y los trabajadores en las decisiones del país, la superación objetiva de la pobreza y el desempleo, la solidaridad con las revoluciones latinoamericanas.
Cerca en el tiempo, confronta el “crecimiento fenomenal de la República Popular China y la miseria de su contracara, la República de Cuba”. Parece no saber las condiciones de pobreza (que alcanza a casi 100 millones de chinos y chinas según cifras oficiales) y explotación del gigante asiático, la existencia del trabajo infantil que se multiplica por millones, la feroz contaminación ambiental, la injerencia económica en decenas de naciones del mundo que gracias a la precarización salarial en su territorio, permite competir con las industrias nacionales de todo el mundo, generando un daño indirecto en las economías regionales. La supuesta contracara miserable, cuenta con el glorioso título de ser la única nación de América sin desnutrición infantil según UNICEF, la inexistencia de personas en condiciones de indigencia o sin vivienda, libre de analfabetismo, entre otras conquistas para los sectores populares.
También contrapone la prosperidad de Colombia frente a la República Bolivariana de Venezuela. Omite hablar del narcoestado represivo que encabeza Juan Manuel Santos, que ha llevado al país una pobreza que oscila entre el 30 y el 40 por ciento, según las fuentes que se consultan. También omite las misiones venezolanas que han llegado a los rincones de todo el país, el protagonismo de los sectores populares, la nacionalización de los servicios, la diversificación de sus procesos productivos, el analfabetismo cero, entre otros.
No queremos pecar de ingenuos en esta nota. Sabemos que tanto Cuba como Venezuela, hoy atraviesan procesos plagados de contradicciones y dificultades, pero no hay que olvidar la injerencia del imperialismo de Estados Unidos en estos territorios, así como también el protagonismo del pueblo para superar los momentos difíciles. Todo esto, sin embargo, no invalida conquistas que son un hecho y no tienen vuelta atrás.
Tergiversación de segundo orden
Está claro que no pretendemos desarrollar en profundidad los procesos que menciona La Nación, pero es importante detallar algunos aspectos para notar la marcada tendencia que trata de imponer.
Lo que más nos interesa dejar en claro es la centralidad de la nota y su tendencia generalista. Al estilo de Francis Fukuyama y su fin de la historia, la editorial intenta justificar que el capitalismo es la única vía posible en el mundo.
El capitalismo es un sistema diabólico que se sustenta en la explotación del hombre por el hombre, donde unos pocos que poseen los medios de producción se imponen y dominan a la inmensa mayoría que es arrojada al mundo laboral como si fueran una mercancía que forma parte de una larga cadena de materia prima para el desarrollo de un producto. Estas relaciones de fuerzas han generado a lo largo de la historia pobreza, hambre, destrucción. Ya sea por el trabajo, por las guerras, por el mercado, es la clase de los patrones y empresarios que también detenta funciones de gobierno, la que vive a costa del sufrimiento de miles de millones de personas en el mundo. Es difícil creer en la viabilidad de un sistema que pone a las 100 personas más ricas del planeta con el control de la misma riqueza acumulada que las 3.500 millones de personas más pobres. La desigualdad es obscena.
Según reza la nota: “Es hipócrita alinearse con los demoledores del empleo por mero oportunismo, agravando la falta de seguridad jurídica en la Argentina. Es dañino jugar con fuego, quemar el colchón y terminar incendiando el hogar donde viven nuestros hijos y nacerán nuestros nietos”. Sin embargo: ¿Qué rol cumple el empresariado que cierra sus fábricas dejando a miles en la calle? ¿Cómo se justifica la política de Estado que ha hecho que en el primer trimestre de este año, hayan cerrado 1.800 pymes, al ritmo de 20 por día? ¿Cómo se justifica que en junio de 2017 hayamos alcanzado la triste cifra de 13 millones de pobres en nuestro país y de 2 millones de indigentes? Entre enero de 2016 y abril de 2017, hubo 250 mil despidos en la Argentina, ¿de qué oportunismo habla La Nación?
Vivimos en un planeta globalizado y certeramente capitalista hace más de 200 años, en un desarrollo que se fue dando varios siglos antes, y en 2017 casi la mitad de la población mundial es pobre, con valores escandalosos como en Asia oriental, donde esta cifra alcanza al 80% de las personas. Hoy en el mundo mueren 6 millones de niños y niñas todos los años antes de cumplir cinco años de edad por desnutrición, mientras solo la Argentina tiene capacidad de producción para alimentar a 600 millones de personas. La pregunta es, ¿quiénes toman las decisiones fundamentales, bajo qué condiciones y en nombre de qué sistema para que la disparidad sea así?
Es hipócrita la editorial de La Nación. Es cínico el diario y su histórica posición. Es lamentable que con estas cifras sobre la mesa, que de cara a las miles de personas que todos los días vemos dormir en la calle, se hable de la viabilidad de un sistema.
A pesar del hambre y la muerte como única garantía posible hoy, según el antiguo diario, el comunismo es destructivo mientras el capitalismo es la única opción viable.