Durante años aletargamos la búsqueda de palabras para definir, de forma popular, lo que sucede en el territorio donde se condensa la máxima disputa geopolítica a nivel mundial. Sobre Venezuela, por estas horas, nuestros aportes sobre la democracia, la representación, las elecciones y los movimientos tras años de escucha y aprendizajes regionales.
Por Redacción Marcha / Fotos: Zoe Alexandra Pepper desde Caracas, Venezuela
Hace (ya) décadas que la Revolución Bolivariana en Venezuela nos obliga a mover las cabezas y sacudir los preconceptos a la hora de analizar la política de ese país que lejos de ser individual y local, surgió colectiva y regional. Desde el momento en que un liderazgo retórico y argumentativo como el de Hugo Chávez emergió en la escena pública, con su carisma y sus contradicciones, todo cambió. Difícil olvidar a quien encendió corazones en nombre del socialismo en varios pueblos. Pero es ingenuo dejarse llevar por la rebeldía o exigir obediencias sin dar lugar a las críticas y a más y más transformaciones.
Las elecciones presidenciales en el país con la mayor reserva de petróleo no se definen en la cuna de la racionalidad –o del fin de los conflictos complejos- que quieren ser hoy “las urnas”. Tampoco en la disputa callejera numérica que consagra quién gana: si las pasiones o si los odios. Empezó antes del 28 de julio de 2024 y es obvio, terminarán mucho después. Por eso, cada vez que narramos elecciones hablamos de “procesos electorales”.
Lo cierto es que durante años aletargamos la búsqueda de palabras sensoriales y categorías analíticas para definir, de forma popular, lo que sucede en el territorio donde se condensa la máxima disputa geopolítica que involucra a los suprapoderes del mundo. Una contienda por el saqueo de los recursos comunes y por el control hegemónico del tiempo y las cabezas de quienes conforman los “movimientos sociales” en América Latina y Caribe.
Hoy nos vemos en el encierro de cajitas cognitivas a la hora de pensar y de escribir. Que sí, son también consensos básicos de convivencia y entendimiento. Pero que no, a veces no alcanzan porque deben renovarse, pactarse y contarse de nuevo. Por eso preguntamos:
¿Es posible entender lo que pasó la noche del domingo en Venezuela sin evocar toda explicación a la dicotomía tan vaciada de sentido democracia- dictadura? ¿Es posible leer estas palabras sin pensar que se defiende dogmáticamente alguna de las posiciones en danza? Aún más, ¿qué otras formas encontramos para entender y explicar -en tiempos del periodismo de “Corta” y del clickbait- un proceso social de larga data que involucra la descomposición de la política y el conservadurismo de una revolución? ¿Acaso pensamos que las actas o los números convierten a “unos u otros” en “buenos o malos”?
Sabemos que llegamos de atrás a esta discusión material y simbólica pero queremos aportar nuestros aprendizajes, escuchas y experiencia en el oficio con algunos ejes:
1. El poco favor que nos hace la cancelación de las voces del chavismo. Una maniobra de múltiples actores que deteriora el debate público, estigmatiza y vuelve invisible una representación y una visión de poder comunal que -sigue siendo- popular en Venezuela.
2. La falta de mención a la crisis de legitimidad política, que no escapa al país y que alcanza al desgastado y conflictivo gobierno de Nicolás Maduro y a María Corina Machado, quien lleva adelante un proyecto que no tiene propuestas, sino un objetivo destituyente.
3. El enunciamiento enojado de las deudas del gobierno de Nicolás Maduro, pendientes de todos los gobiernos en la región: universalidad en la distribución de la riqueza, combate a los privilegios patriarcales y recambio y profundización de la revolución socialista.
4. La espectacularización y romantización de las elecciones y los levantamientos ciudadanos. Además de las noticias falsas y los videos sin contexto, debemos alejarnos de la idea de que toda expresión rebelde puede ser representada cabalmente “en las urnas”.
5. La falta de profundización en el análisis periodístico de las consecuencias sobre el pueblo venezolano -dentro y fuera del país- de las medidas coercitivas unilaterales y el bloqueo económico ejercido por Estados Unidos, la Unión Europea y otros organismos.
Una jornada electoral que parece no terminar
Si nos hubiesen preguntado qué escenario queríamos ver el domingo 28, posiblemente no sería éste. Pero si nos hubiesen preguntado cuál era el más imaginable sí lo sería. Desde la muerte de Hugo Chávez hacia acá, las narrativas en Venezuela se sostienen alrededor de clivajes firmes que invisibilizan y procuran borrar matices.
La elección, de todas maneras, transcurrió en completa paz, salvo algunos incidentes que no se salen de lo normal en cualquier proceso latinoamericano. Si algo ya venía anticipando el pueblo venezolano es que la violencia es un camino al que no quieren volver más. De ahí que el liderazgo opositor y oficialista no tuvo otro remedio que acordar volver, o al menos intentar, a una normalidad donde los conflictos se dirimen en el terreno de la política. El estado de agresión permanente no es negocio para nadie. Menos para el pueblo.
La participación fue de un 59%, según los datos del CNE y de la oposición, es el único número en el que aparentemente hay consenso. Mucho antes del cierre de urnas, ya las voces de la derecha regional anunciaban que se venía un “fraude”. Discurso armado, acciones consensuadas. Nada nuevo. A este concierto se sumaron también sectores de la izquierda, claro, sin entrar en el juego del zurdómetro. Gabriel Boric, un habilidoso en dar titulares a los medios de derecha, arrancó advirtiendo al “régimen” que no reconocería los resultados si no eran verificables. Le acompañaron en esa línea una serie de intelectuales y periodistas progresistas, bajo la consigna, “democracia ante todo”. Parecían coincidir en algo: la elección solo era democrática si la perdía Maduro.
La demora en la publicación de resultados no ayudó. Desde el oficialismo señalaron un ataque en el sistema electrónico de transmisión para la totalización de los votos. Algo que a priori parecía sospechosamente oportuno pero que en la Venezuela asediada invita a dar el beneficio de la duda. De ahí en más, la historia fue la de los últimos años. Machado aseguró tener pruebas de que habían ganado y llamó a los “comanditos” a defender la victoria.
A la medianoche, el CNE finalmente dio los resultados: Maduro 51,2% y González Urrutia 45%. Un resultado que además organizó la geopolítica de una forma clara. Por un lado, los gobiernos no alineados occidentales (China, Rusia e Irán) felicitaron el triunfo del gobierno. Lo mismo hicieron los gobiernos del bloque ALBA (Bolivia, Honduras y Cuba). La derecha, con Javier Milei al frente, rechazó inmediatamente. El resto de gobiernos de izquierda (México, Colombia y Brasil) decidieron esperar, tener más claridad en los datos. Un paisaje claro que pone en evidencia que el conflicto en Venezuela no se condensa a una mera discusión de mecanismos electorales. ¿La sorpresa? Un Estados Unidos más moderado que otras veces, mirando con un ojo su propia interna y con el otro la guerra en Ucrania.
Al día siguiente, la violencia volvió y se fue profundizando hacia el martes. Estas nuevas guarimbas, con menos fuerza en la calle que en años anteriores, pero con la misma intensidad mediática de siempre, situaron el relato de un pueblo que busca “derrocar” al “dictador”. Los enfrentamientos entre opositores y policías dejaron al menos 3 muertos, 6 según diversas fuentes. En este número tampoco hay acuerdo.
En las redes sociales, la idea de fraude se instaló como un desafío de Tik Tok. La cancelación del chavismo como sujeto político y la deshistorización y desideologización del conflicto llevaron rápido a un sector del progresismo a refugiarse bajo las consignas de la ultraderecha venezolana, en la misma orilla que Milei.
El chavismo también convocó a los propios, mostrando músculo, deseo de defender la victoria. Pero sin dar respuesta a lo que se viene convirtiendo en una condición necesaria para respaldar el triunfo: la publicación de los resultados. Desde ahí se posicionaron tanto Lula como Petro. En Argentina, el kirchnerismo y organizaciones de izquierda tomaron una postura similar.
Además de las actas, la demanda viene siendo hacia los veedores. El informe del Centro Cárter complicó el asunto. “Las elecciones no pueden ser consideradas democráticas”, una punzada que la oposición celebró como un gol. Esa misma oposición que pasó del “Estado paralelo” al “CNE paralelo”, anunciando resultados que dan como ganador a Edmundo González Urrutia, ¿o deberíamos decir a María Corina Machado? A la noche de este miércoles, los datos revelados por la derecha le dan el triunfo por un 67%, un número que parece darle respaldo a sus seguidores pero que, al menos por ahora, es inchequeable.
Pero frente a los golpes, el chavismo también hizo lo propio en la jornada del miércoles. Convocó a una concentración en el Palacio de Miraflores; introdujo un recurso de amparo ante el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), para que la Sala Electoral convoque a todos los partidos a que presenten sus actas; y en paralelo desmovilizó y procesó a los grupos de choque. También obtuvo algunas victorias internacionales. En la OEA no se lograron los votos para emitir una resolución que exija la publicación de las actas; mientras tanto, la Misión de Observadores Electorales calificó al proceso como “limpio y en paz”.
Las 72 horas posteriores a la elección fueron una aceleración de acontecimientos difíciles de seguir. Como si los actores hubieran planificado de antemano sus acciones. Algo que en Venezuela pareciera ser lo normal, pero que afuera aporta a esa dificultad por comprenderla. Lo cierto es que a 4 días de realizados los comicios nadie puede decir con certeza que hubo fraude. El resultado pasó a ser más que una cuestión de votos, una cuestión de sentidos. Una elección que lejos de dirimir el conflicto, pareciera haber inaugurado una nueva etapa.
Venezuela en el centro: ¿otro logro de la Revolución Bolivariana?
Hoy, el país sudamericano vuelve al centro de la escena geopolítica para evidenciar la continuidad de un mundo que -todavía- se lee en clave bipolar, que no habilita los colores, que castiga o celebra pero no quiere preguntar. ¿Vamos a permitir que esa manera de leer los conflictos ciegue nuestras intuiciones? No. No vamos a anular las contradicciones que habitamos durante los últimos años, mucho menos todas esas tensiones que nos atraviesan y estrujan en este día, y cada día. No vamos a negar las voces de afectos y amistades que nos insisten en contar su “otra” verdad, la de un pueblo que defiende la paz.
“Otra” porque gran parte del periodismo sigue obnubilado. Mirando a la extrema derecha, asumiendo su narrativa como el único discurso válido para contar esta historia. ¿Desde cuándo las derechas marcan los horizontes de las democracias y sus derechos? ¿Por qué ya no se cuestionan los armados mediáticos, las violencias financiadas y los saqueos orquestados? ¿En qué momento los grupos de personas contratadas comenzaron a encabezar nuestras rebeliones? Durante los últimos días, no todo fue protesta y corte de calles como agitan las principales empresas de comunicación. También hubo solidaridad de pueblo, resistencias a la cancelación de sus corazones, respeto y gestos de apoyo ante un mundo que insiste en criminalizar su elección. ¿Y eso, dónde lo vemos o decidimos que no hay que contarlo?
La Revolución Bolivariana viene acumulando un proceso de desgaste que no se centra, únicamente, en la dirigencia. Sí, los caudillismos y los liderazgos son una parte importante del problema, porque destruyen nuestras endebles democracias y nos exponen al despojo que proponen las derechas extremas. Pero también, y con sinceridad, no todo es responsabilidad de las izquierdas y los progresismos. También hay bloqueos y embargos que ahogan la vida cotidiana y pretenden hacer desaparecer: violencias económicas que castigan y disciplinan a quienes se atreven a vivir por fuera de las reglas del gran capital.
La situación económica no dió tregua y obtuvieron como respuesta un proceso de migración masiva, uno de los puntos más conflictivos de la actualidad: millones de personas dejaron sus afectos, hogares y territorios. Lo hicieron en búsqueda de una mínima seguridad y a cambio de largas horas de trabajos precarizados. Personas que, por su partida urgente y poco planificada, son desconocidas por el propio Estado, ese que les prometió acompañamiento eterno. Para votar, como en cualquier país, quienes migraron deben realizar su trámite de residencia en el exterior, sí. Pero también, y sobre todo en este caso, un gobierno que se dice revolucionario debería garantizar la ciudadanía a ese tercio de población que eligió migrar buscando otras formas de vida digna.
Por las torpezas dirigenciales, así como por el ahogo económico y la migración desenfrenada, el proceso bolivariano se reconstruye desde hace más de una década y lo hace a pesar del partido y de sus estructuras de Estado. Y es que, aunque parezca una obviedad decirlo, la Revolución Bolivariana no es solamente el PSUV que lo representa, así como Maduro no es Chávez. Y no nos referimos únicamente a una cuestión de carisma, el gobierno de Nicolás Maduro se reafirmó en la negociación empresarial y la burocracia estatal en detrimento de los procesos populares de emancipación. Un clima de época y una decisión política. Una desilusión de quienes sí esperábamos. Y mucho.
Sin embargo, no olvidamos. Y por eso volvemos al resonar de las palabras de Hugo Chávez. Porque, lejos de una nostalgia barata y abstracta, su legado es empírico y palpable: “Comuna o nada”, aseguraba luego de comprender los límites del laberinto capitalista. Hoy, esta forma de organización comunitaria resiste -tal vez incluso a pesar del gobierno- y se erige ante la hostilidad del sálvese quien pueda. Es un hecho, en Venezuela existen más de tres mil comunas que se encienden como un faro para quienes no aceptamos al individualismo como la única lógica de organización de nuestras vidas. Entonces, si esas comunas -con sus procesos populares y discusiones feministas- hoy se paran en la vereda del gobierno bolivariano, ese es un lugar de enunciación y acá estamos para contarlo.
Es probable que la resolución a este entramado de disputas complejas que contiene la definición de quién es el próximo presidente de Venezuela, no se dé en los tiempos en los que el periodismo exige una tapa o un titular para cambiar de tema. También que no deje a todo mundo contento. Mientras, podemos sentir y reflexionar. Y escribir. Alejándonos de narrativas simplistas que borren la riqueza de una época y el protagonismo de un movimiento que dio voz y poder a quienes colocaron en los márgenes de la historia.
El chavismo no perdió. Y encarna un sueño de emancipación y dignidad que sigue vivo en las luchas de América Latina y el Caribe. Y a quien no le gusta, ¡se seca! En tiempos de incertidumbre y precariedad, incluso analítica, gratifica recordar lo que sienta nos guía: las verdaderas transformaciones nacen de los pueblos y se sostienen en su capacidad de organizarse, resistir y reinventarse. Porque los pueblos no olvidan a quienes los amaron.