Por Miguel Mazzeo
El pasado domingo 30 de julio, en contra de todos los presagios, los buenos y los malos, más de 8 millones de venezolanos y venezolanas votaron en las elecciones para elegir representantes para la Asamblea Nacional Constituyente. Eso representa más del 40 % del electorado. Todavía se siguen contando votos.
Los enemigos de la Revolución Bolivariana, o sus “críticos imparciales” no logran asimilar tanta “falta de realismo” de parte del pueblo venezolano al que ven deslizándose por una tangente inexplicable. (Marx decía que el burgués está acostumbrado a considerar como “la realidad” a los intereses pegados a su nariz). Obviamente, nada saben del magma subterráneo de las utopías de este pueblo. Desconocen las regiones de las que provienen sus fundamentos. Ignoran su solidez de cantera, sus recursos litúrgicos y su linaje. Mucho menos entienden de resurrecciones o de mundos hegelianos invertidos.
Los enemigos de la Revolución Bolivariana, o sus “críticos imparciales”, no salen de su consternación. ¿Cómo explicarse esta respuesta popular en el contexto más adverso que se pueda imaginar, con un aislamiento internacional creciente, con las interferencias distorsivas de un prolongado bloqueo económico, diplomático y mediático, con el imperialismo lanzando amenazas abiertas a diestra y siniestra y operando in situ, con una derecha desencajada, pertrechada y ultra-violenta? La conspiración, aunque apeló a todos los agobios posibles, no logró su cometido. Tampoco alcanzó el culebrón bizarro y ultra-reaccionario sobre la Revolución Bolivariana compuesto por los grandes medios de desinformación. Los usos simplistas del esquema democracia-dictadura mostraron sus limitaciones y la indigencia conceptual y hermenéutica de quienes los sustentan. Sobre todo cuando debajo de la máscara democrática no dejaba de transparentarse el rostro de los responsables de las vejaciones y el aquelarre, el rostro mismo de la reacción y del fascismo.
Ahora las evidencias les llueven como chorros de ácido en la cara.
El chavismo sigue vivo como identidad política radicalmente democrática y como espacio de articulación de un sujeto político plebeyo.
En Venezuela existe un pueblo que no es “subproducto”, sino actor auto-consciente. El “empoderamiento” popular parece estar lejos de constituir un mero recurso retórico.
En Venezuela existe un pueblo inmune a la inhumanidad que inocula el sistema de dominación, inmune a ciertas lógicas del capital (incluso a algunas denominadas “inclusivas”). Un pueblo que ha optado por una política resistente que no quiere ser triturada por ningún artefacto disciplinador de la potencia popular.
En Venezuela existe un pueblo que está atravesado por la vivencia de unas “relaciones duraderas y absolutas”, usando una bella y certera expresión de Cesare Pavese.
En Venezuela existe un pueblo que se opone al fetichismo del poder y a los modos y simulacros de la política pro-sistémica. Un pueblo que ensaya, a veces en forma espontánea, una política altiva que no se subordina a ninguna ley o razón material o jurídica.
No abruman las intemperies cuando el pueblo se sabe en camino. El barro es materia misma de la unción. Y existe la posibilidad de que las penumbras se vuelvan milagros y que los vaticinios se conviertan en maíz.
Ahora la Asamblea Nacional Constituyente abre la posibilidad de consolidar las instituciones revolucionarias de transición socialista, de avanzar en la identificación entre el gobierno y la comunidad, superando cualquier vejación burocrática e ilusión estatal. Si el chavismo desvirtuó la coacción material, ha llegado el momento de eliminarla.
Con la Constituyente se presenta la oportunidad de redefinir las metas colectivas y dar las batallas decisivas para cambiar la matriz económica, para modificar radicalmente las relaciones de producción y propiedad, para crear y multiplicar los espacios de autogestión y autogobierno: en los barrios, en las fábricas, en los campos, y en todos los lugares donde existan posibilidades de que el pueblo y sus organizaciones asuman la dirección de los procesos de producción.
No debería haber lugar para un pos-chavismo. Para un chavismo de integración que sacrifique sus costados más rebeldes y luminosos. El chavismo ha demostrado ser cauce capaz de abrir nuevos caminos a la socialización. ¿Quién podrá negar –¡justo ahora!– sus aptitudes de crear la víspera de un cielo definitivo?
Lanús Oeste, 2 de agosto de 2017.