Está claro que cualquiera sea el gobierno que asuma en diciembre de este año, tendrá que lidiar con una deuda gigantesca, y la reestructuración –cuya llave guarda el Fondo- se impondrá por necesidad. La diferencia está en cómo se encare esa negociación.
Por Francisco Cantamutto y Agostina Costantino | Foto de Oscar De la Vega
En las últimas semanas, frente a la inestabilidad cambiaria en Argentina y las políticas erráticas que viene aplicando el gobierno en esta materia, muchos referentes de la oposición (principalmente, ligados a Unidad Ciudadana) han planteado posibles soluciones frente al problema de la deuda. Habiéndose reunido con funcionarios del FMI, y dejando en claro cada vez que puede que, de ganar, no defaultearía esa deuda, Axel Kicillof es uno de los principales abanderados de que el ejemplo a seguir es el de Portugal.
Portugal sería la propuesta progresista frente al modelo de ajuste total de Grecia, para poder conciliar un programa con ciertas concesiones y los imperativos de los acreedores representados por el FMI. El largo y severo ajuste griego representaría la continuidad del esquema actual de Cambiemos, reduciendo salarios, jubilaciones y asignaciones, completando privatizaciones pendientes, consolidando el tutelaje del FMI sobre el Estado argentino. Ante ello, Portugal se ofrece como alternativa disponible, pues sin romper con el organismo, logró recuperar los salarios e impulsar cierto crecimiento.
El país lusitano está gobernado desde 2015 por una coalición de partidos de centro-izquierda. Después de la fuerte crisis que venía arrastrando desde 2008-2009, logró reactivar su economía a través del aumento en el gasto público, sin repudiar su deuda con la Troika (en la que está incluido el FMI). Es decir, logró salir de la recesión aplicando las políticas contrarias a la austeridad que se están aplicando ahora en Argentina y que se aplicaron en Grecia, que llevaron a la ruina a ambos países.
Ahora, ¿esto es realmente así? ¿Podría hacerse esto mismo en Argentina? Veamos cuatro aspectos del asunto.
En primer lugar, no es cierto que no se hayan aplicado fuertes recortes en Portugal. Según explica Esteban Mercatante, esta tarea fue llevada adelante por los gobiernos previos al actual. Se subió la alícuota del IVA, se realizaron múltiples privatizaciones, se produjo un recorte del 14% de los salarios por la vía de suspender el pago de aguinaldos, congelando el salario mínimo, y aprobando una reforma laboral que facilitó los despidos al reducir las indemnizaciones, reducir los pagos por horas extras, así como limitaciones a la negociación colectiva y reducción del tiempo de subsidio de desempleo. El abaratamiento de la mano de obra que produjeron estas medidas y las nuevas oportunidades de inversión que crearon sentaron las bases para que sí, a partir de 2015, pudiera comenzar a aumentar el gasto público. Es decir, Portugal atravesó una etapa de ajuste y reforma estructural antes de entrar en la fase “progresiva” del programa.
En el caso de Argentina, no abundan los bienes estatales disponibles para privatizar (como el Banco Nación o el Provincia de Buenos Aires) y, hasta ahora, el gobierno no ha logrado disciplinar a la fuerza de trabajo lo suficiente. Si bien los salarios reales han caído un 17% en promedio, no lo han hecho en la medida en que la burguesía demanda: no queda claro sea suficiente respecto de Portugal, considerando los distintos lugares de ambos países en la periferia global. Además, aun no lograron pasar las reformas laborales ni las reformas jubilatorias. Si ambas tareas no están resueltas, serán materia pendiente para el próximo gobierno que decida sostener esta salida.
En segundo lugar, las tensiones ligadas al endeudamiento no se resolvieron (de hecho, generan problemas al interior de la coalición) sino que se desplazaron en el tiempo: la lógica de desendeudarse pagando tensa los límites de las arcas fiscales y las cuentas externas, tal como ya quedó claro en Argentina durante el gobierno anterior.
Estos dos puntos hacen que el modelo portugués parezca más bien una versión “heterodoxa” del mismo rumbo actual. Los restantes dos aspectos son aún más ambiguos. Es necesario considerar que las políticas de desarrollo que aplica un gobierno no surgen de la nada, menos aún de la mente brillante de un economista atrás de un escritorio. Surge de la puja de poder de las distintas clases sociales o fracciones de clases y la que logra ganar esa puja es la que impone su modelo. Idealmente, cada fracción tiene representantes políticos o partidos que se alinean directamente con sus intereses. Pero generalmente, es más confuso.
El tercer punto es que, de la mano del aumento del gasto público y “beneficiados” coyunturalmente por la ola de atentados en algunos países europeos y las revueltas en los países del Norte de África, Portugal se convirtió en uno de los principales destinos turísticos de Europa. La facturación del sector turístico en Portugal en 2017 representaba el 10% del PBI. La fuerte entrada de divisas por este concepto permitió ir saldando las deudas sin sacrificar gasto público. Entonces, siguiendo el modelo portugués es claro que un sector exportador debería apoyar ese modelo.
Ahora, en el caso de Argentina, ¿qué sector sería? Dadas las condiciones actuales, “el” sector exportador por excelencia es el agroindustrial. Si la salida portuguesa se plantea como una salida progresista, ¿la salida progresista copiada a lo criollo… sería apoyada por la gran burguesía agraria? Ésta es una contradicción del “modelo” portugués que muchos candidatos no quieren mostrar.
Menos aún cuando el sector de agricultura y ganadería que serían responsables por las exportaciones para pagar la deuda representan no más del 7% del PBI y tienen un impacto de creación de empleo mucho menor que el turismo. Además de que la moneda corriente de Portugal es el euro, con cual recaudan impuestos en la misma moneda en la que están endeudados, que es todo lo contrario a lo que ocurre en Argentina: se recauda en pesos y hay que pagar en dólares (eso se llama “descalce” de monedas).
El cuarto punto es que no queda claro cuál será la postura del FMI al respecto. El organismo tuvo cierta indulgencia con Portugal a la luz de la crisis desatada previamente en Grecia, es decir, a la vista de la secuencia geopolítica. En el contexto actual, Argentina está bajo escrutinio global. El organismo ya ha apoyado con ingentes recursos al actual gobierno, volviendo al país el principal deudor del organismo. No está claro hasta dónde podrá extender los permisos sin obtener los resultados buscados. Al mismo tiempo, dada la experiencia previa del 2001 sería problemático que el país se vuelva a hundir más profundo en la crisis, merced del FMI. Tal como el punto anterior, este “socio” sugiere intensas dudas: ¿cuáles son las posibilidades progresistas de un gobierno apoyado en la fracción financiera del capital transnacional?
Todo parece indicar que la portuguesa no parece ser la salida progresista a los problemas argentinos.