Por Marcelo Otero. Recorrimos el poblado de la provincia de San Juan que sigue diciéndole NO a la explotación de su suelo y al deterioro de la salud de sus habitantes. Palabras y pinceladas de un pueblo que no se rinde.
Huaco, en el departamento Jachal, al norte de la provincia de San Juan, es un pueblo de unos 1000 habitantes, antiguo, silencioso. Está en la intersección del cruce de las rutas nacionales 40 y 150 y tiene una importancia estratégica por la reciente inauguración de un tramo de esta última ruta que forma parte del “corredor bioceánico”, y que conectará Chile con el Brasil. Huaco es un pueblo lleno de casas de adobe vacías, en derrumbe. Sus pobladores, sin embargo, se muestran de buen ánimo. Alguno recita una poesía en una mesa, varios andan en bicicleta. Por la tarde, todos sacan las sillas, toman mate en la vereda y comentan las novedades.
Pero en los últimos días, esta zona fue parte de la escena de noticias sanjuaninas. Una empresa minera australiana, Latin Uranium, realizó exploraciones tendientes a una extracción de uranio en el Área Natural Protegida de La Ciénaga de Huaco, y esto movilizó a los vecinos.
Para tratar de entender qué provocó en el pueblo, y cuál es el contexto previo en el que este problema llegó, charlamos con esos mismos vecinos que sacan su silla a la vereda…
Irma Castro tiene 80 años y un hospedaje en el centro del pueblo. Cuenta que cuando era joven Huaco era grande, tenía más de 5000 habitantes, dedicados a la producción agrícola, fundamentalmente al cultivo de cebolla, además de criar vacunos, cabras y ovejas. El río Huaco proveía a los finqueros. La Comisaría, el juzgado de paz, el registro civil y un hospital con médico residente aparecen en la memoria de Doña Irma, para mostrar un lugar lleno de vida. También aparece en su memoria un molino familiar que molía el maíz para proveer a la zona, y el excedente se trasladaba, a lomo de burros, a San Juan, en un viaje de dos días. “Teníamos de todo, lo que no había era plata”, sentencia.
Todo cambió con las grandes sequías que afectaron la zona en la década de 1960 y la respuesta del gobierno provincial fue la construcción del dique Los Cauquenes sobre el río Huaco. Pero la producción empezó a verse afectada y la solución se convirtió en un nuevo problema. Las aguas empezaron a bajar barrosas y contaminadas de boro. A esto se sumaba que las nacientes del río, sobre las que fue construido el dique, empezaron a proveer menos agua. “El agua quemaba los cultivos, mucha gente se empezó ir a vivir a San Juan, porque acá no se podía hacer nada”, refiere doña Irma, y así el dique se convirtió en un motivo de fuertes disputas políticas.
Sobre estas disputas refiere Marina Illane, de 65 años, jubilada como directora de escuela. Marina se define como bloquista (un partido político provincial que representa la oposición al peronismo) aunque manifiesta haber apoyado al gobernador José Luis Gioja en sus últimas campañas. Comenta que la gestión provincial actual no maneja bien el dique, al que últimamente se le ha cortado parte de su pared, sin una clara intención técnica. Aunque observa que la oposición tampoco presenta alternativas concretas. Sobre las mineras se manifiesta conforme con Gualcamayo, la minera de oro más próxima. Entre sus ventajas enumera las charlas informativas, la creación de 30 puestos de trabajo y un fideicomiso al que fluyen parte de las regalías de la extracción, que han permitido la construcción de un nuevo hospital y una estación eléctrica. Sobre la mina de uranio, cuenta: “Hay desinformación por parte del gobierno y la empresa. Hasta que no aparezcan los responsables del gobierno no deberíamos levantar tantas banderas”. Y expresa su confianza en el Ministro de Minería, Felipe Saavedra, mientras alude a las manifestaciones realizadas por los Vecinos Autoconvocados de Jachal en estos días. Estas manifestaciones han tenido como efecto que el gobierno detenga las exploraciones por el momento.
Distanciado de esta posición, Fabio Andrada (47) y su hija Mariana (22), hijo y nieta de doña Irma, se oponen a las mineras. Pequeño productor ganadero y dueño de un almacén, Fabio cuenta que las mineras prometieron trabajo, pero tomaron poca gente y no pagan tanto como se esperaba: “A la gente que trabaja en la construcción de la 150 le pagan más”, dice. Y ve con temor la llegada de la minería de uranio, “que trae enfermedades, que genera deshechos que tardan cientos de años en desaparecer”. La problemática del dique está relacionada, en su parecer, de manera directa con las mineras: si no hay agua para los productores es porque está reservada para las mineras de la zona y por eso el problema del riego no se resuelve. A su vez, cuenta que la dirección de hidráulica provincial es cómplice del problema: no hay celadores para atender los canales y los funcionarios responsables atienden de mala forma a los pobladores.
Vicenta Aballay (64) coincide en la desconfianza hacia las mineras. Sobre Gualcamayo observa que “para lo que han sacado poco han hecho” y que si bien entiende la necesidad de trabajo de algunos respecto de la mina de uranio, no se estaría teniendo en cuenta el daño que se le puede causar a todo el pueblo. Vicenta cuenta cómo se trabajaba antes, cuando la agricultura a pequeña escala era el eje del pueblo. Las formas del trabajo han cambiado, pero también las mentalidades: “lo único que comprábamos afuera antes eran las alpargatas. Por la ropa, se compraba la tela y se hacía todo acá. Ahora estamos pensando en la fecha, en el horario, cuando se vencen las cosas… Antes había luz solo unas pocas horas por día, pero todos vivíamos más tranquilos. La gente duraba mucho porque descansaba mejor, estaba mejor. Los tiempos han cambiado”.
El avance que no cesa
El capitalismo ha asignado roles claros a los países latinoamericanos en las últimas décadas. La extracción de oro y uranio a través de procedimientos con escasos controles ambientales, como las minas a cielo abierto, implica infraestructuras de producción relativamente baratas, poca mano de obra y el desembarco en zonas de escasa legislación de control y altos niveles de pobreza. Y esta combinación redunda en buenos márgenes de ganancia para las corporaciones internacionales. La minería a cielo abierto, la técnica de fracking para la extracción de petróleo y el modelo de los agronegocios, representado centralmente por la soja y por corporaciones como Monsanto, son las dinámicas más novedosas y pujantes de la matriz extractiva que se cierne sobre los pueblos latinoamericanos.
Los resultados de estos procesos están a la vista: pérdida de biodiversidad, cambio del comportamiento climático, desertificación o inundaciones masivas, calentamiento global y manipulación incontrolada de los acuíferos. A nivel político, se da fortalecimiento del poder de las corporaciones –como puede verse en el caso de Huaco donde la minera es un actor central en la construcción de infraestructura social– y el consecuente desplazamiento de los roles del Estado. A nivel comunitario, pueden verse la consolidación de una nueva clase media en el pueblo, con trabajadores transitorios y precarios (de la misma manera que en el mundo de los agronegocios) y la desaparición de formas tradicionales de la producción, como así también la lenta desaparición de las prácticas culturales campesinas y de los pequeños productores.
En este panorama, cabe preguntarse cuál es el proyecto de sociedad futura que se consolida acompañando estos emprendimientos. Un modelo de desigualdad, de despojo de la naturaleza y de expropiación de la tierra y el agua parece ser el mundo destinado a las futuras generaciones. Por eso, un nuevo proyecto de sociedad deberá pensar nuevas formas de democracia centrada no solo en las necesidades actuales de toda la población, sino también en la proyección hacia delante y en la capacidad del mundo en que vivimos para soportar la vida humana.
Por ahora, habrá que dar la pelea contra los emprendimientos corporativos y el avance sobre las culturas de los márgenes del capitalismo para buscar, a través de las prácticas de buen sentido, la semilla del modelo futuro.