Por Guillermo Edgar desde México
En medio de un escenario político que empezó a cambiar hace seis meses tras la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, las organizaciones populares mexicanas debaten cómo pararse de cara a las elecciones legislativas y estatales de junio. Las posturas abstencionistas, la influencia de los procesos latinoamericanos y el emergente de MORENA.
Ya la gente tiene más herramientas para identificar las matrices de opinión fabricadas, la guerra de los “bots” (usuarios “artificiales” en las redes sociales que combaten posiciones políticas contrarias y que promueven rumores o calumnias) de manera que cada vez son más los escépticos ante las posturas hegemónicas que no explican la cruda realidad mexicana: mas de 26 mil desaparecidos desde 2006 y casi 10 mil denuncias de desaparición en lo que va de gobierno Enrique Peña Nieto.
Después de la sacudida que significó la desaparición de los 43 normalistas, se apostaba al desgaste de la agitación social a fines de 2014, sabiendo lo difícil de mantener el nivel de movilización y sobre todo aterrizarlo en avances concretos. En los primeros meses de este 2015, en el que aparecen en el horizonte los comicios legislativos y estatales del 7 de junio, el debate del pueblo mexicano pasa necesariamente por fijar una posición en torno a la vía electoral, con la posibilidad de tomar referencias y revisar experiencias en el sur del continente.
Qué hacer con las urnas
Ante la evidente crisis del sistema electoral partidista, hay quienes plantean que el punto medular consiste en contemplar la vía electoral como una táctica más dentro de la lucha social. Apostar a seguir construyendo un movimiento social autónomo pero que incluya también la participación en las urnas. Por otra parte, sectores “más radicales” proponen descartar la vía electoral e invitar al abstencionismo.
Es necesario hacer notar algo que pareciera evidente: la gente que plantea incluir la vía electoral, pero que además está involucrada en organizaciones sociales autónomas, considera a las elecciones como una herramienta más y -al menos en el discurso- no la plantean como un fin en si mismo. Quienes se identifican con esta posición suelen expresar preocupación por la no existencia de una ruta para aterrizar las luchas sociales en situaciones que transformen la realidad concretamente.
Las pruebas de la viabilidad de esta perspectiva nos hacen voltear al sur del continente, donde se llegó al gobierno por la vía de los votos para implementar procesos constituyentes (Venezuela, Bolivia y Ecuador) o recientemente al sur de Europa con el caso de Grecia y posiblemente España.
En México, con la hegemonía mediática y la manipulación de las necesidades mas básicas para fines electorales, es muy despegado de la realidad pretender deslegitimar el sistema electoral promoviendo la abstención (activa en el mejor de los casos) ya que no está previsto el reconocimiento al peso del voto nulo, en blanco o abstención como una posición del electorado más allá del caso extremo de llegar al porcentaje critico en el cual sólo se convocarían nuevamente a elecciones con las mismas reglas.
Nadie discute que la salida a los problemas que sufre el pueblo de México no pase por la organización popular tomando en cuenta lo viciado de la clase política en todo su espectro, incluso hay consenso en cuanto a la indispensable autonomía con respecto a la estructura convencional de los partidos. Las no pocas victorias electorales de la izquierda se han diluido o se han vuelto inocuas bajo la administración de sus dirigencias, salvo por los programas sociales y algunos avances legislativos concretos en la capital del país.
Para evitarlo, desde las instancias autónomas del movimiento popular cuesta mucho trabajo reconocer que -hasta ahora- no se ha planteado ni siquiera la necesidad de neutralizar a esas dirigencias negativas y emplazarlos a evaluaciones periódicas después de cada ciclo electoral. Si tan solo se planteara intentarlo: un enfoque de combinación de luchas con desarrollo de una verdadera cultura democrática (participativa y protagónica) y con una experiencia fallida o exitosa tendríamos un referente concreto para considerar una opción descartable el incluir procesos electorales dentro de una amplia gama de acciones de lucha. Pero resulta que no se ha hecho aún en esos términos.
De manera que estamos ante una nueva oportunidad para ejercer el poder popular desde la organización y la toma de conciencia. El deterioro ético dentro del partido que fusionó las luchas históricas de las izquierdas en México, el PRD (que mantiene el gobierno de la capital del país), ya hace imposible poner en práctica el postulado de la evaluación popular sobre esa herramienta “electoral” porque el partido no cuenta con una militancia crítica que lo dejó para intentar fundar otra opción.
Posiblemente este postulado sí sea practicable en el caso de esa otra opción que contenderá por primera vez en las elecciones de este año: el Movimiento Regeneración Nacional (MORENA) de Andrés Manuel López Obrador. No obstante, ha mostrado réplicas de los principales vicios de la clase política mexicana, pero también sus comités de base han manifestado su rechazo y una incipiente resistencia a la cultura de la imposición y la negociación verticalista.
La contradicción encuentra su punto álgido en el caso del estado de Guerrero, donde los familiares de los 43 estudiantes desaparecidos están determinados a boicotear las elecciones -no está claro si plantean esta medida para el resto del país-, al tiempo que los demás partidos, incluido el debutante MORENA, ya han designado a sus precandidatos. Falta en ambas perspectivas, o tal vez debemos pensar que está en desarrollo, una ruta efectiva que materialice la fuerza popular que se contraponga a la guerra mediática, política, económica y territorial que el gobierno de Peña Nieto y los grupos de poder que representa tienen impuesta al pueblo mexicano.
@guilledgar