Por Aníbal Garzón
18 años después de la firma por la paz en Irlanda del Norte, habrá desaparecida la violencia física, pero no la violencia simbólica. No habrán las armas, heridos ni muertos, pero sí barreras mentales entre vecinos de un mismo barrio separados por muros que hoy día no tienen militares pero si su hormigón. Los muros que se mantienen en pie, por pobreza política y falta de integración cultural.
La Historia de la Humanidad se divide entre lo Recordado y lo Olvidado. Libros, diarios, informativos, radios, miembros de tertulias, y todo esto con su impacto en la cultura popular, siguen recordando el Muro de Berlín como la caída de la Pared que puso fin a la Gran Frontera y empezó la mal llamada Globalización. Globalización para mercancías y capital pero no para una gran mayoría de ciudadanos.
Esta tendencia centralista occidental de hegemonizar el Muro de Berlín dejó, y sigue dejando, en Olvido otros Muros del Mundo que han continuado desde la Guerra Fría, e incluso surgiendo nuevos, en otros lugares. Otros Muros posiblemente más Olvidados que otros en el conjunto de los Olvidados. Desde el Muro de Cisjordania construido por Israel en 2002, el gris que separa las dos Coreas, los de la Frontera entre EUA y México en Arizona o Tijuana, los de de España en Ceuta y Melilla, el de 2720 km en el Sahara Occidental construido por Marruecos y etiquetado como “Muro de la Vergüenza”, o los muros de Irak como el que atraviesa la ciudad iraquí de Sadr, o el de las fronteras con Arabia Saudita y Kuwait. Además, el de Egipto en su frontera con la Franja de Gaza, el que divide a dos países en conflicto limítrofe histórico como India y Pakistán, o el de los países africanos de Botswana y Zimbabwe. También en Asia el muro que divide Uzbekistán de sus tres vecinos, Kirguistán, Afganistán y Tayikistán. Y no olvidar que América Latina no sólo tiene el muro bilateral de México y EUA, países con Tratado de Libre Comercio desde 1994 (NAFTA) pero nada de Libre Tránsito, sino también muros a nivel interno como el del Estado de Río de Janeiro en Brasil justificando evitar extender las favelas o en Perú dividiendo en su capital el distrito de Ate y La Molina con el supuesto fin de frenar la delincuencia.
La excepcionalidad de Belfast
Uno de los lugares que ha roto con todo este esquema, por ubicarse en una región interna de los llamados Países Desarrollados, justo en el Reino Unido, es Belfast (capital de Irlanda del Norte). Belfast, ciudad de casi 280.000 habitantes no es sólo conocida por ser la cuna donde se fabricó el agridulce barco Titanic o por modismos del siglo XXI al ser filmada cerca de la ciudad la famosa serie “Juego de Tronos” y hoy ser parte de su industria turística, sino por haber sido el campo de batalla de un cruento conflicto entre protestantes unionistas británicos y católicos independentistas irlandeses. Conflicto moderno con un centenario de historia (el llamado Easter Rising de 1916, que generó posteriormente la independencia de Irlanda del Reino Unido quedando el Norte en manos de la monarquía británica) pero con su dureza más actualizada en Irlanda del Norte por la fase “The Troubles” entre 1968 y 1998. Conflicto con la impactante cifra de más de 3000 muertos, más de la mitad civiles.
Belfast, por su particularidad de ser país europeo, no sólo tiene un gran muro de división como sucede en los otros países, sino una suma de 99 muros esparcidos por toda la ciudad que aglomera más de 20 km y provocaron la construcción de guetos divisorios entre católicos y protestantes. Muros como el famoso Muro de la Paz son parte del paisaje urbano de la ciudad con su extenso cemento gris y más de 7 metros de altura.
Desde la firma del Tratado de Paz o Acuerdo de Viernes Santo, hace 18 años, con presencia de los expresidentes británicos Tony Blair y el irlandés Bertie Ahern, además de los principales lideres políticos entre ellos el del Sinn Fein (considerado partido político de la guerrilla urbana republicana del IRA), Gerry Adams, se inició la puesta en práctica del post-conflicto para cumplir con los 18 puntos del Acuerdo. Puntos como la desmovilización armada paulatina, tanto de grupos paramilitares católicos y protestantes como tropas británicas en la zona, o el restablecimiento del Gobierno Autonómico y la Asamblea Legislativa de Irlanda del Norte.
18 años después de esa firma, huelga decir el logro conseguido sobre la violencia física, casi desaparecida por completo, pero no es así en lo referente a la violencia simbólica. No habrá las armas, heridos y muertos de hace dos décadas, un gran avance, pero permanecen las barreras mentales entre vecinos de un mismo barrio separados por muros que hoy día no tienen militares pero si su hormigón. Muros con puertas abiertas en la mayoría durante todo el día para poder circular automóviles o vecinos a pie pero siguen siendo muros que identifican las fronteras y los límites de cada comunidad. Los muros en Belfast no continúan por pobreza económica, migración o miedo al supuesto terrorismo, como señalamos anteriormente en caso de los Muros del Tercer Mundo, sino por pobreza política y falta de integración cultural. Justamente en 2012 se hizo un estudio y el 69% de los encuestados señaló que son necesarios todavía Los Muros. Aceptar convivir cerca físicamente del “enemigo” pero todavía estar muy lejos de él moralmente.
El negocio de los Murales (pintadas artísticas en las paredes de vecindarios o en los mismos muros con símbolos políticos o lemas en recuerdo de sus horizontes o víctimas de la guerra) de poder ir el turista a barrios católicos y ver murales en recuerdo del exlider del IRA, Bobby Sands, o en barrios protestantes imágenes de integrantes de los Batallones Armados de las Fuerzas Voluntarias del Ulster, representa finalmente pintadas de la historia. Símbolos de la memoria de un conflicto. Una memoria que posiblemente sea mejor conservar no sólo por su negocio sino para no estar condenados a repetir la historia, pero que a la vez son símbolos que producen fronteras.
Este problema de violencia simbólica y cultural y su pobreza de convivencia política estos días es más visible en las calles de Belfast, pero esta vez con nuevos símbolos los de la política institucional. Concretando. El próximo 5 de Mayo se celebran elecciones autonómicas en Irlanda del Norte para renovar el poder ejecutivo y conformar el Parlamento (Stormont) con sus 108 escaños. La campaña política ha empezado y las calles empiezan a ser adornadas con carteles de lideres políticos de los diferentes partidos. Justamente, usando la metodología de observación directa caminando por las calles de un barrio católico en el Oeste de Belfast y posteriormente en otro protestante de la misma zona, una de las fronteras donde el conflicto fue más tenaz y cruento, solamente percibí carteles de líderes de partidos según su coherencia política con el barrio. Carteles del candidato del Sinn Fein y el del Social Democratic and Labour Party (SDLP), los dos partidos nacionalistas irlandeses, eran los únicos en el barrio católico. Mientras que el barrio protestante solo había carteles de fuerzas autonómicas unionistas como el Ulster Unionist Party (UUP) y Democratic Unionist Party (DUP) o de partidos políticos británicos centrales de derechas y euro escépticos como UKIP.
No solamente los barrios siguen identificados con sus murales de la guerra física de los “The Troubles” sino también los carteles de la guerra electoral acaban reproduciendo el mismo muro entre católicos y protestantes 18 años después del Proceso de Paz. Posiblemente no sean imágenes de guerrilleros y armas los murales de la campaña electoral de mayo sino políticos de corbata y mujeres maquilladas, pero su función simbólica acaba siendo la misma que los murales de guerra si no traspasan finalmente los muros. Mientras, por ejemplo, un cartel del Sinn Fein no se cuelgue en un barrio protestante y uno de la DUP no lo haga en uno católico sin ninguna interpretación de injerencia o molestia no se podrá decidir que el postconflicto armado de Irlanda del Norte se ha acabado triunfando la democracia representativa, y posteriormente poder poner fin a los 99 muros de la ciudad. Será el momento de valorar que finalmente existe la convivencia y la integración, y es por lo tanto el momento de celebrar un referéndum pacífico y democrático de autodeterminación del pueblo norirlandés. ¿Cuánto tiempo más deberá pasar?