Por Agostina Costantino y Francisco Cantamutto
La crisis mundial en una nueva fase, sus efectos sobre la región y sobre Argentina.
La crisis mundial tuvo sus primeras manifestaciones en Estados Unidos en 2007, y estalló al año siguiente sumando a casi toda Europa. La primera forma que adoptó fue de una crisis hipotecaria, asociando el negocio inmobiliario con las finanzas. Con este diagnóstico en mente, los gobiernos de los países centrales adoptaron medidas de salvataje a la banca, por un monto cercano a los 1.600.000 millones de dólares, reduciendo las tasas de interés prácticamente a cero.
Pero los fundamentos de la crisis no eran financieros sino reales, por lo que este gigantesco salvataje no logró reanimar la inversión, dejando a todas las potencias en un bajo crecimiento, cercano a la recesión. cero. Y sin embargo, el diagnóstico generalizado habla de una crisis ya superada. Nada más lejano. Los organismos financieros se ven obligados a corregir cada año sus estimaciones de expansión de la economía mundial, reduciendo sus expectativas originales.
La continuidad de las políticas de ajuste social y salvataje bancario están mostrando efectos perversos en la Unión Europea. No sólo la conocida disputa con Syriza en Grecia sino la reciente salida de Gran Bretaña reconocen su origen en este proceso. La economía estadounidense, en cambio, se ha reanimado relativamente el último año, lo que indujo a una veloz -aunque limitada- suba de sus tasas de interés de referencia. Esto ha producido un efecto de retracción mundial de los capitales hacia el país potencia, fortaleciendo el dólar frente a otras monedas. El reciente Brexit ha reforzado esta tendencia preexistente aún más.
La desaceleración de las economías centrales impactó sobre la demanda global, lo que está produciendo efectos sobre las economías dependientes y las llamadas emergentes. China, en particular, ha iniciado un giro hacia el desarrollo del mercado interno, pero continúa atada a la demanda externa. Por ello, su crecimiento se ha ralentizado (por primera vez en 25 años cae debajo del 7%), y resulta insuficiente para traccionar al resto del mundo. Ante este escenario, ha realizado pequeñas devaluaciones del yuan, que tienen gran impacto.
América Latina y el Caribe
Para nuestra región, las noticias no son auspiciosas. Los precios de las materias primas caen por tercer año consecutivo, alcanzando mínimos en décadas, lo que presiona sobre las cuentas externas y fiscales. Si bien se espera una caída del PBI regional del 0,3%, esto esconde situaciones diferentes a nivel subregional.
Los países exportadores de materias primas, y en particular, los que exportan petróleo, ubicados en general en Sudamérica, han sufrido con más fuerza el impacto de esta fase de la crisis. Estos países habían estado relativamente menos resentidos en años previos, gracias a la aún persistente demanda china y la especulación con los mercados a futuro de los commodities, situación que comenzó a agotarse hace unos tres años. Este contexto ha servido de fondo para una avanzada generalizada de sectores conservadores y liberales, en algunos casos logrando ganar por el voto (como Argentina) y en otros mediante artilugios palaciegos (como Brasil), reforzando la agenda norteamericana para la región, que incluye un giro de integración hacia las iniciativas del TTP.
El caso de Brasil es particularmente ejemplificador. Las políticas de ajuste iniciadas por Dilma no fueron suficientes ni para reactivar la economía ni para desactivar el impeachment. La devaluación del real no ha logrado impulsar las exportaciones, en un marco de demanda interna desplomada. La recesión del gigante del Sur afecta (su PBI cae un 3%) en especial a Argentina, que destina casi toda sus exportaciones industriales a ese país. Tanto de manera directa como mediante el efecto multiplicador de Argentina, por la vía del comercio y la de la inversión, la crisis de Brasil golpea a Bolivia, Paraguay y Uruguay.
Venezuela es otra economía muy afectada, pues su bienestar reposa casi por completo en la renta petrolera (su PBI cae casi un 6%). Su crisis también impacta sobre otros países centroamericanos (Nicaragua y El Salvador) y del Caribe (Granada, Haití y Jamaica), con los que tiene múltiples acuerdos bilaterales de cooperación, en particular en el sector de hidrocarburos. Afectados por esta falta de fondos y la disminución de las exportaciones de materias primas, varios países de esta subregión se ven en problemas (Belice, Guyana, Suriname, y Trinidad y Tobago).
Sin embargo, no toda la subregión se ve influida por estas mismas fuerzas externas. Muchas de estas economías son importadoras netas de energía, por lo que la caída de los precios internacionales en realidad las beneficia. Además, la lenta recuperación de la economía estadounidense impulsa la demanda de exportaciones de México y parte de Centroamérica y el Caribe, especializados en maquila para aquel mercado. En aquellos donde el peso del turismo internacional es elevado (como Barbados, Granada, Saint Kitts y Nevis y Santa Lucía) la situación es de hecho promisoria. La mayoría de estos países dependerá de que la moneda china -que compite por el mercado estadounidense con una canasta de bienes semejante- no sufra nuevas devaluaciones que les quiten competitividad.
Así pues, la nueva fase de la crisis mundial está generando nuevos efectos sobre la región, renovando la dependencia generalizada y la falta de autonomía para dirigir un proceso de desarrollo. El giro regional hacia economías más abiertas, integradas bajo la égida del capital norteamericano, no parece sino reforzar esta dependencia.