Por Gerardo Szalkowicz
A un mes de su prematura mudanza hacia la mitología inmortal, algunas breves e incompletas pistas sobre la vida terrenal de Hugo Rafael Chávez Frías, el tipo que el 5 de marzo provocó el llanto más colectivo de la historia de los pueblos de América.
El niño que correteaba lagartijas por el piso de tierra de su casa natal, en Sabaneta de Barinas.
Que salía por las tardes a vender dulces de lechosa hechos por su abuela Rosa Inés para apaciguar las carencias de su familia.
El alumno al que en el primer día de clases no dejaron entrar porque no tenía zapatos: calzaba sus únicas y gastadas alpargatas.
El joven que soñaba con ser pintor y después beisbolista, y que por eso se fue a Caracas y se anotó en la Academia Militar.
El soldado flacucho al que apodaron “Tribilín”, que no paraba de leer y que empezó a conspirar.
El teniente coronel que armó un movimiento bolivariano y un 4 de febrero dio el zarpazo.
El militar de boina roja que se rindió y se hizo cargo del fracaso. Pero dejó aquel “por ahora” flotando en los poros del inconsciente colectivo, del imaginario popular. Y de buenas a primeras, se convirtió en héroe nacional.
El comandante que salió de la cárcel y se fue a Cuba a ver al comandante papá.
El político que puso punto final al puntofijismo y empezó a dar vuelta la tortilla.
El que impulsó la Constituyente para refundar la Patria y hacer parir una democracia participativa y protagónica.
El que exploró las huellas de su bisabuelo Maisanta, guerrero legendario de las luchas libertarias del siglo XX, y rescató la estampa del caudillo federal Ezequiel Zamora, el “general de hombres libres”.
El presidente al que en su debut internacional, en 1999, Fidel le pasó un papelito que decía “ya no soy el único diablo en estas cumbres”.
El que le puso los puntos a Bush y lanzó el inolvidable “huele a azufre”.
El que descolonizó Venezuela.
El que timoneó el entierro del Alca al grito de “¡Alca al carajo!” y alumbró el ALBA, nuevo paradigma de integración.
El que luego fue impulsando un torbellino de iniciativas integracionistas más como el Banco del Sur, Petrocaribe, Telesur, UNASUR, el SUCRE, la CELAC…
El revolucionario que se animó a rescatar del fondo del mar la propuesta de construir un nuevo socialismo; y lo planteó, sin eufemismos, como única opción para salvar la especie humana.
El tipo que cambió el rumbo del siglo XXI.
El que le regaló a Obama “Las venas abiertas de América Latina”.
El mandatario que rompió todos los protocolos y estereotipos.
El principal enemigo de los dueños de todo, al que un 11 de abril quisieron tumbar por la fuerza.
El que no renunció y fue rescatado el 13 por la fuerza de su pueblo, en una gloriosa y emotiva gesta colectiva.
El tipo frontal, transparente, extremadamente sensible, profundamente humano.
El fabuloso comunicador de impronta campechana y lenguaje pueblerino, que echaba cuentos, declamaba poesía, hacía chistes y hasta se reía de sí mismo, como cuando contó la vez que le agarró diarrea en medio de una cadena nacional.
El pedagogo que mejor nos explicó cómo funciona el capitalismo.
El llanero de pura cepa de sonrisa fácil, sincera, contagiosa.
El que rompió todos los récords electorales: el presidente que más veces en la historia fue elegido por voto popular.
El que se dio cuenta demasiado tarde del temita ese del “hiper-liderazgo”.
El que nos robaba unas sonrisas cuando le daba por cantar algún joropo o algún bolero porque, como él mismo decía, “Chávez canta mal, pero canta bonito”.
El que dejó ese testamento político llamado Plan de la Patria, fuente de coordenadas para que el pueblo se siga empoderando.
El que aquella inolvidable y emblemática tarde del 4 de octubre, en el cierre de su última campaña, desafió el diluvio arriesgando su vulnerado cuerpo; el que mientras muchos corrimos a buscar un techo de reparo, salió de su techo a compartir el aguacero con la multitud.
El que le devolvió la luz a los invisibles y regó de esperanzas y sonrisas los poblados y barriadas.
El que se hizo grito de furia contra la opresión y la injusticia.
Que se hizo bandera y símbolo de las y los excluidos del mundo.
Que se hizo síntesis de 500 años de resistencias.
Que se hizo ícono planetario de la lucha anticapitalista.
Chávez, el hombre que se hizo pueblo.
Ese arrecho y bravo pueblo que hoy multiplica su estandarte y su legado, se seca las lágrimas, se vuelve a poner de pie y sigue audaz y firme su camino hacia la victoria final.