Por Ana Paula Marangoni
La disputa entre Cristina Kirchner y Florencio Randazzo por la realización (o ausencia) de las PASO, ha venido captando la atención de quienes gustan del fútbol político. Casi como un déjà vu, la disputa permitió rememorar la herida de muerte que sufrió el otrora Ministro de Transporte, al ser inhabilitado para competir por la presidencia frente al poco carismático Daniel Scioli.
La decisión inesperada de Cristina de abrir un frente por fuera del PJ, regalando el sello a Randazzo, fue sin duda una movida audaz. Y habilita todo tipo de lecturas.
Puntos de comparación y de dónde tirar de la soga, abundan. Especulaciones sobre qué va a pasar en este Octubre, todavía más. La pregunta de fondo que no debería perderse de foco (valiéndonos de la metáfora futbolera una vez más), no es quien gana el partido, sino quién se lleva la copa. Y si las decisiones favorecen al macrismo, justo en un momento en que el descontento social crece, quienes se pretenden adversarios estarían distrayéndose con juegos muy por debajo de la responsabilidad del momento.
Pasos en falso o decisiones equivocadas
Respecto de la disputa por las PASO, lo acontecido en 2015 nos recuerda una decisión de Cristina que parecía difícil de comprender, y que terminó dejándole a Macri la presidencia en bandeja. Para muchos, la decisión fue una torpeza política. En aquel momento, Randazzo significaba otra cosa: era un hombre confiable del gobierno que supo hacerse cargo de la gestión de los trenes luego de años de corrupción y desidia por parte de Jaime y Schiavi, y que culminaron con la tragedia de Once. Pero principalmente, era una opción preferible ante Daniel Scioli, quien provenía de una gestión desastrosa en la Provincia de Buenos Aires, con una retórica al menos inquietante (por no decir irritante) y de quien lo mejor que se podía decir era que con Macri todo sería peor. La decisión de Cristina puede ser tildada de una de las peores en la historia.
El fin del tercer gobierno de los Kirchner, de la mano del ascenso del PRO, marcó un profundo cambio de etapa. La derrota del FPV-PJ pudo dejar entrever los errores hacia adentro y hacia afuera. Entre ellos, la inexorable tendencia de Cristina Kirchner de fragmentar cada vez que encontraba resistencias a su autoridad. Lo hizo con la CGT, con la CTA, con movimientos sociales. Este modo de acumulación que resultó muy efectivo durante un buen tiempo, terminó siendo en 2015 parte del causal de derrota. Sus seguidores podían ser solo fanáticos incapaces de cuestionar su autoridad hiper verticalizada. Para los sindicatos y movimientos sociales, el advenimiento del partido amarillo los encontró con pocas herramientas de resistencia para frenar medidas de ajuste, despidos y recortes presupuestarios, en constante detrimento de los que menos tienen. Sindicatos y partidos, fragmentados y burocratizados. Algunos movimientos sociales que ganaron crecimiento y acumulación durante el kirchnerismo prefirieron negociar a enfrentar a un gobierno al que no le tiembla el pulso para transferir el costo a los sectores más vulnerados, mientras la ganancias extraordinarias son para los más acaudalados.
El PJ en la arena política
Pero en medio esta fragmentación serial, si había un órgano que había sido intocable, fue el Partido Justicialista. Durante los dos mandatos de CFK, la espalda inamovible siempre fue el legendario partido, en cuyo interior había siempre reticencias con las vertientes llamadas kirchneristas duras, pero que se mantenían unificadas bajo su liderazgo.
Es verdad que en 2005, bajo el mandato de Néstor, Cristina compitió por fuera del sello PJ para ir contra Chiche Duhalde. Pero las circunstancias eran otras y muy diferentes. El gobierno de Néstor, aún frágil y bajo la bota de poder de Duhalde, necesitaba hacer una demostración. Además, Cristina aún no había inventado las PASO.
Las elecciones legislativas de hoy tienen otra impronta, dado que se trata de oponer resistencia de algún tipo al gobierno de Cambiemos. Luego de la derrota electoral de 2015 tanto el PJ como el FPV han sufrido reacomodamientos y cambios de bando. Algunos que se habían considerado del núcleo duro K, se pasaron con facilidad al massismo o aprovecharon la circunstancia para despegarse de la figura de Cristina. Otros que siempre habían sido mal vistos durante los gobiernos de CFK, como Espinosa o el mismo Scioli, ahora pasaron a ser acérrimos cristinistas. Cuesta encontrar razones para distinguirlos. Y el único criterio asequible parece ser la estrategia adoptada para continuar en el poder: un juego de apuestas. ¿Qué caballo ganará la carrera? No hay programa ni trayectoria que pueda dividir aguas.
En medio de este cruce y de una crisis del peronismo de la que parece no poder salir, nuevamente Cristina emerge para dividir las aguas. Podemos preguntarnos qué pretende cada uno de los candidatos. Por un lado, Cristina, resuelve la disputa por el liderazgo del PJ, a su usanza: lo deja, y se lleva de allí lo que le sirve para su propia acumulación. A su vez, se actualiza como figura, mantiene vivo su lugar como garante de derechos en un podio conocido por ella hasta el hartazgo, la cámara del Senado, pero con el plus de investidura por haber sido presidenta dos veces. Por otra parte, Florencio. ¿Qué significa Randazzo despojado de la posibilidad de una interna con Cristina? Si en 2015 era una opción potable a Scioli, ¿qué es hoy? Mientras que competir en un PJ sin la intervención con Cristina le daba una chance de posicionarse en vistas del 2019, la interna en soledad lo deja en una marginalidad difícil de revertir.
Sin elevar lamentos por la crisis del PJ, cuyo alcance o valor de realidad podrá medirse solo con el paso del tiempo, cabe preguntarse una vez más si las decisiones que convienen a CFK benefician también al resto de los ciudadanos, que debemos enfrentar las medidas macristas nada más que con la economía de bolsillo y con la fuerza de la movilización.
Si pulverizar a Randazzo tiene el costo de beneficiar al PRO, solo podremos saberlo en Octubre.
Mientras tanto, las bancas peronistas, divididas al igual en el massismo, el PJ y el FPV, vienen siendo por igual una caja de sorpresas, un mix de votos para el PRO o en su contra sin otro criterio que el de negociaciones desconocidas para el resto.
El ajuste sigue, y la organización más allá del juego partidario sigue siendo el imperativo del momento.