Por Iván Barrera
De la primavera cambiemita al mayo lluvioso. De la lluvia de inversiones a ahogarnos de deuda. De los empresarios deseosos de invertir sus fortunas en nuestro país, a pedirle ‘una línea de ayuda al FMI’. ¿Cuántas malas decisiones se tienen que tomar para que en solo dos años cambiemos nuestro rumbo?
Mientras el mejor equipo económico de los últimos 50 años se pregunta sobre qué pierna baila y pierde cupos para gas nervioso, Mauricio Macri sale a anunciar noticias de ayer. El FMI vuelve a posar sus garras en suelo argentino y, en vuelo rapaz, trae consigo su horda de aves de rapiña.
Éste último fue un fin de semana corto, normal, típico, pero no quedan dudas que el ministro de hacienda, Nicolás Dujovne, hubiese dejado el sueldo de todo un año por un solo feriado. Las soluciones que el gobierno ofreció al jueves negro solo duraron horas. El viernes se estabilizó la moneda, sin grandes altibajos, solo para que este lunes y martes vuelva a moverse el mercado cambiario en posición devaluatoria, tocando el techo de 23,66 pesos por cada dólar. A esto debe sumarse una abrupta caída de la bolsa, del 3,64% solo el lunes, logrando así su peor nivel del año, acumulando una caída de más de 25% desde febrero a la fecha y dando una clara señal de retirada de inversores extranjeros y de desconfianza en el mercado local.
Nadie debería extrañarse con el poco éxito de las medidas anticíclicas del gobierno, así como nadie debería esperar éxito buscando tapar el sol con una lupa. Desde el gobierno se establecieron tres frentes de ataque: la intervención al mercado cambiario, el aumento de la tasa de interés y la reducción del gasto público.
La continuidad de la intervención del mercado cambiario, tanto por esfuerzo del banco central como liquidando el canje bancario, solo dilapida reservas, obligando al gobierno a seguir tomando deuda, en un contexto internacional que tiende a prestarte cada vez a tasas cada vez mayores.
El aumento de la tasa de interés a 40% y de la tasa de bonos a más del 30% solo pueden hacer pensar en un proceso implosionario. Por un lado, una tasa del 40% supera en más del doble a la meta de inflación que fija, sostiene y milita el gobierno. Pero, por otro lado, para peor, en solo una semana vecen 650 mil millones de pesos en LEBACs. Desde su emisión, estos bonos se renuevan mes a mes sin mayores problemas, lo que provoca un mínimo movimiento en el gobierno. Sin embargo, siguiendo con la tendencia del mercado, estos bonos serían renovados en un muy bajo porcentaje, lo que se traduce en que el gobierno debería hacer frente a una millonaria erogación de dinero, en un contexto de dilapidación de reservas en el mercado cambiario.
Por último, el gobierno también anunció una reducción del gasto público, mientras en simultáneo erogó 67 millones de pesos en la urgente y necesaria causa de generar 30 anuncios publicitarios de aproximadamente 30 segundos de duración para recuperar credibilidad en el electorado. Es decir, cada segundo de publicidad nos cuesta aproximadamente 75 mil pesos.
Estas medidas no son más que señales al mercado. Son gritos de desesperación (o desesperanza). Y en este mundo capitalista globalizado, no hay ingenuos con plata. En un contexto con un Estados Unidos proteccionista, que sube las tasas y promete rendimiento, apostar a un país en crisis no es la mejor idea.
Porque nunca se fueron, pero ahora volvieron, no le alcanza la cara para sonreír a Christine Lagarde. Vuelve el Fondo Monetario Internacional. La salida de la crisis para el mejor equipo económico en 50 años es volver a pedirle plata al FMI. El FMI de la dictadura económica. El FMI del plan Condor económico de los 90s. El FMI del corralito 2001. El FMI que no solo te presta, sino que te indica para donde moverte. El FMI de la austeridad y el recorte al gasto público, ese gasto innecesario, como las jubilaciones o las asignaciones, o la educación y la salud pública. El FMI de las privatizaciones y del Consenso de Washington.
Nuestro amo juega al esclavo y Nicolás Dujovne lo presento como “un FMI muy distinto”, uno que “ha aprendido de las crisis del pasado”. Si en las crisis del pasado siempre fueron los ganadores, hubiese sido preferible que no aprendan nada.
Otra vez quedamos con el agua al cuello. La que nos inunda cuando llueve en los barrios donde nunca llegó el progreso y la de las deudas que suben y suben. El iceberg ya pasó, este Titanic se hunde y los botes de emergencia son solo para las clases altas.
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