Por Mariano Pacheco.
En esta última entrega, se analizan en profundidad los desafíos que enfrentan la Revolución Bolivariana y el pueblo venezolano. ¿Comunas, liderazgo, participación popular? Interrogantes de una América Latina en construcción.
Resulta difícil, pero quizás sea hora de que asumamos que tendremos que acostumbrarnos tanto a transitar la incertidumbre como a evitar buscar modelos que sustituyan los que ya no están, los que –definitivamente– quedaron en el pasado.
“No necesito modelos para hacer lo que yo quiero hacer”, cantaba Ricky Espinoza, líder de Flema, la emblemática banda de punk-rock argentino. Algo similar plantea el dramaturgo (también argentino) Jorge Villegas, y el grupo que dirige, Zéppelin Teatro, cuando en su obra “KyS” (iniciales de “Kosteki y Santillán”, los apellidos de Maximiliano y Darío, los jóvenes militantes asesinados el 26 de junio de 2002 en la denominada “Masacre de Avellaneda”), abordaron al modelo como inscripto en las lógicas del poder, como modelo económico, modelo de vida burguesa, modelo que debe ser derribado sin modelos. “Modelo. La palabra modelo me distrae. La palabra modelo me atrae. La palabra modelo me contrae. Modelo. Contractura. Modelo es igual a contractura. Soltura no. Contractura. Yo no soy un modelo. ¿Quién es un modelo? Modelo publicitario. Modelo económico. Modelo es raro. Modelo es feo. Yo no soy un modelo… La bloquera es un lugar. Un lugar donde se hacen bloques. Bloques para la construcción. Allí trabaja este modelo. Un modelo explotado. Un modelo desclazado. Tengo frío. Tengo ganas de ser un modelo. Distinto. Distinto No. Diferente. Un modelo social. Eso me gusta. Hablar. Pensar. Vivir. Modelar. Modelemos. Todos a modelar otro modelo. Voy a devolver este modelo. Vacío. Sentido. Llenar de sentido. Un modelo. En mí voy a crear uno nuevo. Uno mejor. Uno personal. Uno distinto. Distinto No. Diferente. Eso. Diferente. Un buen modelo. Modelo sin modelos”.
Retorno al principio (del texto, aunque no de la historia).
El chavismo como experiencia venezolana y como inspiración Latinoamericana. Sin modelos entonces. Porque si, tal como sostuvo Alain Badiou (en su conferencia titulada “La figura del soldado”), necesitamos encontrar “un nuevo sol”, un “nuevo paisaje mental” que nos ayude a “crear nuevas formas simbólicas para nuestra acción colectiva”, no podemos más que partir de las referencias gestadas en este nuevo tramo de las luchas de los pueblos por su emancipación. La experiencia colectiva de la Revolución Bolivariana –cuyo líder emblemático fue sin lugar a dudas Hugo Chávez Frías–, corre el riesgo de reducirse –leída desde afuera de Venezuela– en “caricatura de revolución”. La reducción de bolivarianismo a chavismo y de éste a la figura personal de Chávez no hace más que encajonar a las nuevas experiencias en los parámetros conceptuales que han quedado ya a nuestras espaldas. Y lo que es peor, coloca a la Revolución Bolivariana un paso más atrás de lo que la propia experiencia pudo empíricamente ya realizar: continuar como proceso colectivo más allá de la vida de su líder.
El actual liderazgo del presidente-compañero Nicolás Maduro ratifica una doble enseñanza que ha brindado en estos meses el pueblo venezolano. En primer lugar, que en términos afectivos y simbólicos, el carisma de la figura de un líder no es sustituible, pero que esa experiencia “única e irrepetible” puede ser tramitada en términos políticos como construcción de un mito que incite a la acción colectiva. Por otro lado, que la vocación de persistencia de un proceso de cambio necesita ir gestando transiciones. En ese marco, los Consejos Comunales no son solo una experiencia formidable de auto-organización popular (parcial) en el “aquí y ahora”, sino que además prefiguran las batallas en el Estado contra ese mismo Estado. Y la jefatura de Maduro podría ser pensada, en esa línea argumental, como la transición de una política colectiva con fuertes liderazgos unipersonales, a una política sin nombres propios. Ya que la política de nombres propios parece ser más un lastre del siglo XX que una invención política del nuevo siglo. El socialismo del siglo XXI se las ingeniará seguramente para ir gestando una camada de liderazgos colectivos que “manden obedeciendo”. Como en Bolivia, Venezuela deberá asumir en los próximos años tamaña tarea. Ese parece ser el desafío que la hora reclama no solo para Venezuela, sino para América Latina y el mundo entero.