Por Mariano Pacheco
La comuna como forma de organización toma fuerza en Venezuela. En esta séptima entrega se marcan los orígenes del poder comunal, impulsado por Marx luego de las revueltas en París en 1871.
“¿Qué es la comuna, esa esfinge que tanto exaspera a las mentes burguesas?”. Con esa pregunta, Karl Marx abre en La guerra civil en Francia una serie de preguntas en torno a la importancia histórica de la Comuna de París (marzo-junio de 1871). Una de las conclusiones a la que arriba es que “la clase obrera no puede limitarse a hacerse cargo de la maquinaria del Estado ya existente y utilizarla para sus propios fines”. En ese sentido, destaca la importancia que tuvo el hecho de que los “consejeros municipales” fueran elegidos por sufragio universal en los distintos barrios y que sus mandatos fueran “revocables”. También que percibieran un salario igual al de un obrero.
Muchas veces se critica este tipo de idearios en nombre de lo imposible que resulta organizar así un país y no un pequeño poblado. Sin embargo, Marx pone de relieve que “en manos de la Comuna se pusieron no solamente la administración municipal, sino toda la iniciativa ejercida hasta entonces por el Estado”. Por otra parte, al autor de El Capital señala que “en el esbozo preliminar de organización nacional, que la Comuna no tuvo tiempo de desarrollar, se establece claramente que la Comuna habría de ser la forma política que revistiese hasta el más pequeño caserío del país”.
La lección no es menor, por más que –como se sabe– la Comuna de París fue aplastada a sangre y fuego por el poder de los capitalistas. “La Comuna dotó a la República de una base de instituciones realmente democráticas”, comenta Marx. E insiste: la Comuna fue “la forma política al fin descubierta bajo la cual ensayar la emancipación económica del trabajo”. Es decir, la Comuna estableció un horizonte en el que era posible pensar “abolir la propiedad privada” (“expropiación de los expropiadores”) y establecer una dinámica de “trabajo libre y asociado”. Más allá de las distancias geográficas y temporales, hay una lección del París insurrecto de 1871 que sigue instando a reinstalar la hipótesis comunista. Y es la siguiente: la Comuna “tomó en sus propias manos la dirección de la revolución; cuando por primera vez, simples trabajadores se atrevieron a transgredir el privilegio gubernamental de sus ‘superiores naturales’”.
El “atrevimiento” de “simples” trabajadores para “ensayar” la emancipación sigue siendo una dinámica que, por aquí o por allá, parece inquietar las almas bellas que administran los intereses del capital. Por eso la experiencia de democracia participativa y protagónica que vienen ensayando el pueblo venezolano en estos años –a través de las Comunas, los Consejos Comunales, los Círculos Bolivarianos, las Salas de Batalla Social, las Milicias Bolivarianas– es tan importante, no solo para quienes habitan ese suelo, sino para otros pueblos. Es ese rasgo el que transforma a la Revolución Bolivariana en una auténtica vanguardia de Nuestra América y el mundo.
“La grandeza de la Comuna –sostiene Miguel Abensour en su libro La democracia contra el Estado– es haber alcanzado la existencia contra todas las formas de Estado que le negaban el derecho a existir”. La grandeza del legado de Chávez, podríamos agregar, es haber sostenido, en última instancia, un enunciado tan subversivo como “Comuna o nada”. Y aferrarse, contra todo burocratismo, al ideal libertario que parte del presupuesto de que la Comuna es “el Alma” del Proyecto Bolivariano. Como reconoce un militante chavista (Richard Claros) en un artículo publicado recientemente en el portal de pensamiento crítico Contrahegemonía (“Venezuela: construyendo socialismo desde abajo”), la territorialización comunal “ha generado una interesante oleada organizativa que ha permitido la actualización de las vocerías de los consejos comunales y la activación de los movimientos sociales con el franco anhelo de ir avanzando hacia la Comuna”.
La chispa ya está encendida. Dependerá del protagonismo del pueblo venezolano expandirla por todo el territorio nacional. Y de todos nosotros, acompañar ese proceso, sin pretender erigirlo en modelo a implantar en otras latitudes.