Por Jaime Andrés Castro Serrano
En 2004, en Haití, hubo enfrentamientos armados y levantamientos en la capital y varias ciudades importantes del país. La oposición bloqueaba todos los intentos parlamentarios del oficialismo, liderado por Jean-Bertrand Aristide, que había ganado las elecciones presidenciales en 2001 con más del 90% de los votos.
Bajo el auspicio de Estados Unidos y Europa, el ejército dio un golpe de Estado mientras fuerzas rebeldes tomaban varias ciudades importantes. El golpe generó enfrentamientos entre detractores y simpatizantes del presidente haitiano. Las calles de Puerto Príncipe, la capital y las ciudades más importantes ardieron durante días. El CARICOM (Comunidad del Caribe), máximo organismo regional, rechazó inmediatamente el golpe en Haití mientras que Aristide lo denunció desde su exilio en Sudáfrica, país que también reconoció su mandato. Por su parte, la OEA y la ONU no se pronunciaron al respecto.
Tras la autoproclamación del gobierno de Gerard Latortue, el CARICOM y la Unión Africana rechazaron y desconocieron al nuevo gobierno, desatándose una crisis aun mayor. La respuesta internacional fue la de siempre: una intervención armada, fundándose la Minustah (Misión de Estabilización de Haití) y que ha estado envuelta en numerosos escándalos sobre abusos sexuales y de autoridad.
A partir de 2010 la historia de Haití pareció estar sentenciada tras sufrir un fuerte sismo que acabo con la vida de más de 300 mil personas, dejó más de 300 mil heridos y más de 1,5 millones de personas sin hogar, según cifras oficiales reveladas al cumplirse un año del terremoto en 2011. La tragedia desbordó a las ya acotadas autoridades locales y a las fuerzas de ocupación internacionales; la gestión de la catástrofe fue nefasta, salpicada por la corrupción generalizada por el desvío de fondos y por la concentración de contratos en manos de empresas europeas y norteamericanas para la reconstrucción del país. Al terremoto sobrevino el ébola, que causo más de seis mil muertos y del que los haitianos acusan a cascos azules nepalíes de la ONU de introducir durante labores de rescate posteriores al terremoto.
Haití quedo condenada pero ya lo estaba desde hacia muchos años ante las constantes intervenciones extranjeras y la imposibilidad de lograr una estabilidad política duradera. Las fuerzas de ocupación han fracasado en sus intentos de estabilizar al país: la violencia callejera, los enfrentamientos y levantamientos son pan de cada día. El hambre arrasa en la nación caribeña y la profunda brecha entre ricos y pobres se hace más visible con los años. Miles de haitianos y haitianas se han visto forzadas a migrar fuera de su país, teniendo que soportar todo tipo de vejámenes.
Su situación migratoria en Republica Dominicana es delicada, ha sido delicada por décadas, pero se ve hoy más amenazada que nunca por el aumento de las leyes de regulación y nacionalidad impulsadas desde hace unos años por el gobierno dominicano y denunciadas en varias instancias de las naciones unidas por otros estados como antihumanitarias y xenófobas. La migración de haitianos hacia países del Cono Sur como Brasil, Argentina y Chile se triplicó después del terremoto, siendo el caso más relevante el chileno, donde la comunidad haitiana pasó según cifras de 2010 de 7 mil a más de 100 mil en 7 años. Las remesas provenientes de parientes en el extranjero se han convertido en parte fundamental de la economía nacional y hoy soportan más del 35% del PIB de la nación.
El drama haitiano implica reconocer la existencia de una crisis humanitaria, de un éxodo comparable al drama africano en aguas del Mediterráneo. De una comunidad internacional, un vecindario, incapaces de poder contribuir a resolver la crisis institucional, sin anteponer intereses comerciales y privados. Haití es la evidencia hemisférica del fracaso de la política intervencionista en América y del racismo institucionalizado de los sistemas multilaterales.
¿Cuándo se reunirá un grupo de países a pensar en resolver de fondo la crisis humanitaria, social y económica que asola Haití? ¿Cuándo se armará una comisión internacional que verifique la ejecución y distribución de recursos destinados a la ayuda humanitaria en Haití? ¿Cuándo convocara la OEA sesiones extraordinarias para tratar la problemática de las embarcaciones clandestinas cargadas de haitianos que huyen del país arriesgando su vida? ¿Cuándo se destinará ayuda humanitaria para recibir a los cientos de haitianos que arriban a las costas de Bahamas, Turcas y Caicos, Islas Vírgenes o Estados Unidos huyendo de la miseria? América vive varias crisis humanitarias a lo largo y ancho del continente y no se trata solo de Venezuela. Lo que sí nos enseñan más de 15 años de crisis en la “Perla del Caribe” es que la intervención militar no es nunca la respuesta.