Por Gonzalo Reartes
Análisis del rol que juega el país germano en el actual contexto europeo.
Una de las características de la Unión Europea ha sido, históricamente, los liderazgos marcados y fuertes. Ayer fue Francia y hoy es Alemania, una de las naciones más estables y prósperas de Europa. Pero nadie puede negar ni ignorar que necesitará compensar la bajísima natalidad de sus habitantes a través de la importación de mano extranjera. La actual crisis internacional es una oportunidad histórica para mostrarle al mundo porqué es el segundo destino más elegido por los migrantes, después de Estados Unidos. No está de más afirmar que Europa y Estados Unidos son civilizaciones en pugna y que la gran dificultad europea de pasar de Nación a Región reside en lo cultural. La construcción de una civilización nueva aparece en el horizonte europeo como una necesidad sociopolítica superadora de las identidades nacionales.
Escenario regional
En clave de integración regional, es interesante preguntarse si la Unión Europea es un gigante económico y un enano político a la vez. En materia macroeconómica, juega un papel determinante en el mundo, trascendiendo lo regional, con la importancia del Euro como moneda internacional. Pero el organismo no ha sabido (¿o querido?) traducir esa fortaleza en términos políticos. La UE es un fenómeno más que interesante para analizar, dada su construcción nueva, joven. Una de las causas de su complejidad radica en que pretende englobar distintos países con muy diversos intereses, que fueron potencia en el pasado; éste es un elemento determinante a la hora de pensar en la dificultad que supone la unidad.
El escenario regional europeo se presenta complicado. A la crisis griega, en la cual Alemania ha jugado un rol clave (sobre todo en su no-resolución, a efectos de satisfacer las demandas del FMI) debemos sumarle la situación de países como España, Irlanda e Italia, que atraviesan sendas crisis económicas y sociales. Estando al margen de los fuertes centros de producción, deben repartirse, junto a otros países, el 40% del presupuesto de la UE. Esta política regional, en teoría, tiende igualar la sociedad (a través de la cohesión) y al estímulo de la reconversión productiva. Ahora bien, ninguno de estos países tiene la fuerza productiva de Alemania, Inglaterra o Francia. El interrogante acerca de qué se hace con los perdedores que generan las políticas de integración, en términos de libertad económica sigue zumbando fuerte en los oídos de La Troika.
El hecho de que ni los ciudadanos ni los Gobiernos electos puedan entorpecer las opciones liberales del Banco Central Europeo gravita fuertemente en la incapacidad para resolver, sobre todo, la crisis griega. Aunque bajo aparente unidad, la UE está profundamente dividida en dos bandos casi irreconciliables: por una parte, Alemania (y su área de influencia; Benelux, Austria y Finlandia), y por otra, Francia, Italia, España, Irlanda, Portugal y Grecia. Las decisiones políticas económicas de Alemania son palpables. El Pacto Fiscal firmado en 2012 estableció 120.000 millones de euros, previstos para el “estímulo del crecimiento”. Si sumamos esa cifra a los 5.000 millones de euros disponibles de los Fondos Estructurales Europeos, podemos estar en condiciones de afirmar que Alemania tiene una enorme influencia en la decisión sobre adónde llegan los fondos de la UE, teniendo en cuenta que esas colosales sumas, ya presupuestadas, no generaron grandes obras de infraestructura ni dieron trabajo a millones de desempleados.
Escenario nacional
En Alemania sobresale un ítem socioeconómico respecto al resto: se enfrenta a un tremendo declive demográfico. Su población actual es de unos 81 millones de habitantes, pero las proyecciones apuntan hacia una reducción de un 20% en los próximos 50 años. Alemania pasaría a tener una población de 65-70 millones en 2060, por debajo de Francia. Además de reducirse, será una población mucho más envejecida. En la actualidad, los mayores de 65 años representan un 20% de la población. En 2060, este porcentaje llegaría hasta el 35%. Es decir que la población en edad de trabajar va a disminuir y, con ella, el crecimiento potencial alemán.
Ante este escenario, el Estado alemán se muestra prudente: ante el escaso crecimiento potencial, hay que ahorrar ahora, para poder gastar mañana. Pero, ¿Qué dicen al respecto los alemanes? Las autoridades argumentan que el superávit por cuenta corriente y el equilibrio fiscal son muestras de fortaleza y que, por tanto, no hay nada que cambiar o debatir. La prensa es aún más radical, y el ciudadano vive aislado de las críticas.
Ahorrar ahora, para poder gastar mañana es una posición cómoda políticamente, porque satisface a los votantes más importantes, aquellos cercanos a la edad de jubilación, preocupados por su pensión y más proclives a votar que los jóvenes. Pero no es la posición óptima para los más jóvenes, ni para Alemania en su conjunto, ni para Europa o el mundo. Alemania puede (y debe) actuar sobre el crecimiento de la productividad.
Desafíos económicos y políticos
Alemania presenta hoy distintos desafíos económicos y políticos. En el sector económico, es necesario señalar que el crecimiento potencial es, sin dudas, un interrogante complicado. Se puede actuar sobre el crecimiento de la población a través de políticas que faciliten la inmigración y la incorporación de la mujer y de los mayores a la fuerza de trabajo. Sin embargo, Alemania está moviéndose en la dirección contraria, con medidas como la reciente reducción de la edad de jubilación (otra señal de que las generaciones mayores son las más importantes políticamente).
El patrón de crecimiento basado en el ahorro excesivo — y en la contención excesiva de los salarios — no es sano ni sostenible, ni para Alemania, ni para Europa, ni para la economía mundial. En lugar de concentrarse en la disciplina fiscal, que es lo políticamente fácil, el país germano debe concentrarse en aumentar la productividad. Para ello debe fomentar las reformas estructurales y la inversión productiva, que es lo políticamente difícil.
Alemania tiene la obligación de reducir su desequilibrio exterior y contribuir al crecimiento económico mundial. Desarrollar un programa de reformas y de inversión pública para compensar su futuro deterioro demográfico, representaría un costo político más alto que la estrategia actual de austeridad fiscal y moderación salarial, pero apunta a ser parte de la solución. El ahorro comienza a vislumbrarse como algo decididamente negativo, en lo que puede vislumbrarse como una vuelta al principio keynesiano según el cual el mismo atenta contra el pleno empleo, y pareciera llegar la hora de empezar a reformar y a invertir, más allá del costo político.
Vemos que hoy en día tanto el rol hegemónico de Alemania como su “solución única” basada en la austeridad (reducción de déficits presupuestarios, disminución de la deuda soberana y reforma laboral), se ven fuertemente cuestionados. Entre otros países, Francia reclama un “enfrentamiento democrático” con Alemania y la acusa de “intransigencia egoísta”. De la misma forma, en el Reino Unido, que no pertenece a la zona euro, la clase política se alza para protestar contra el irrefutable control alemán. Recordemos que la UE fue concebida con la idea de que ningún Estado podía ni debía ser hegemónico. Sin embargo, Alemania se erige hoy en día, tras el arduo proceso que implicó la reunificación, como la gran potencia dominante de ese continente. Es interesante preguntarse si no ha sido la misma crisis lo que ha permitido al país germano alcanzar esa posición dominante y liderar en solitario la UE.
Parece ser que el ritmo de la política europea es lento y largo, en contraposición al de los mercados, que es inmediato. Los especuladores parecen haber entendido esto a la perfección. Sin dudas, los actuales escenarios internacionales, regionales y nacionales piden a gritos una reformulación de las políticas económicas de la UE, con Alemania a la cabeza. Los escenarios hablan por sí mismos y las consecuencias están a la vista: una sociedad europea empobrecida en beneficio de la banca, de las grandes empresas y de la especulación internacional. Apresurarse a autoimponerse a las impopulares recetas del FMI ya no parece ser la salida más conveniente para las crisis que azotan al viejo continente.