Una interpretación arrogante, racista y eurocéntrica del mundo desdibuja la razón de sus propios privilegios en la pandemia del Coronavirus. Es hora de poner fin a la superioridad blanca occidental.
Por Susan Arndt (*) | Traducción: Manfred Liebel
Esperando a Godot mientras millones mueren o enferman. Miedos existenciales en todas partes. Aunque algunas personas en Alemania pueden permitirse el confinamiento (shutdown) mucho mejor que otros, que tienen que conformarse con trabajos de jornada reducida y préstamos del gobierno, el encierro es un privilegio. Pero para miles de millones de personas en muchos países de África, Asia, América del Sur y Central, ni siquiera existe esta opción. Para muchas y muchos jornaleros, los confinamientos son una cuenta atrás para la perdición. Los que no tienen reservas ni salario deben trabajar, por muy precarias que sean las condiciones y, al mismo tiempo, tienen pocas posibilidades de encajar en el perfil de la medicina respiratoria.
Aquí el llamado a la inmunización de la manada se convierte en una llamada de atención eugenésica en el sentido de la “supervivencia del más apto” (survival of the fitest). Sí, los virus Covid-19 no diferencian según la edad, el origen, el pasaporte, el género, la posición en el racismo. Pero las respuestas humanas a ellos se adaptan a la gramática capitalista de la injusticia social.
En marzo, la británica negra Kayla Williams murió en Londres. A pesar de los graves síntomas con sospecha de enfermedad de Covid-19, el equipo de emergencia llamado la clasificó como no prioritaria. Sin el tratamiento urgente en el hospital, la madre de 36 años de edad de 3 hijos murió al día siguiente.
En Makoko, un distrito de la metrópoli nigeriana Lagos y uno de los centros económicos y financieros del África occidental, el médico de urgencias ni siquiera podrá llegar a tiempo ante una emergencia. La mayoría de la gente allí tiene apenas un metro cuadrado de espacio vital a su disposición, sin poder siquiera soñar con un seguro de salud.
Esto también es cierto para la gente que vive en Lesbos y en Moria, donde viven todos obligados a acercarse en lugar de cumplir el distanciamiento socialmente (social distancing) simplemente porque no hay dónde ir. No hay shut down, pero sigue business as usual. Se esparcen por el mundo las imágenes de personas esclavizadas apiladas, cuya deportación al continente americano significaba la muerte en masa de esas personas, un precio que los negocios europeos cotidianos están dispuestos a pagar para seguir funcionando. A 50 de cada miles de niños y niñas se les ofrece la posibilidad de sobrevivir. ¡¿Es esto la normalidad?!
En este contexto, hacen falta unos nervios de acero para entender algunas de las preocupaciones que se escuchan en Alemania. En uno de los muchos programas especiales de la televisión sobre la situación actual del mundo, una graduada de la escuela secundaria llora amargamente por tener que cancelar la fiesta de graduación que había estado esperando desde el quinto grado. Este espectáculo lacrimógeno dura un minuto y termina con una toma del ahora inútil vestido para el evento en el armario. La teórica crítica de racismo afro-alemán Noah Sow llama a esto ASM: Acostumbrado a Ser Mimado, inducido por privilegio.
Sí, nadie se esperaba esto. En medio de Alemania, en el corazón de Europa: una verdadera crisis. Durante mucho tiempo este país estuvo tan libre de crisis que las inventó. La tormenta de principios de febrero, por ejemplo, que se parecía más a una brisa que a una crisis. Sí, Alemania es tan ASM que alucinó con una crisis cuando las ylos refugiados llegaron, alejados por una verdadera crisis causada por razones globales. Pero esto está siendo silenciado tanto como la catástrofe humanitaria en sí, que es la verdadera crisis. Esto también es una espera para Godot. Mientras las terribles noticias de la ciudad de Idlib apenas sorprenden a nadie por aquí, los racistas que inventan escenarios de amenaza para Alemania reciben tanta atención de los medios como las historias que confinan el racismo a Alemania del Este para explicarlo como un fenómeno aislado debido a retrasos y privaciones culturales de los alemanes que fueron comunistas.
Pero ahora Alemania está en una verdadera crisis. Como todo el mundo. Y en este país eso es todo una conmoción, y no sólo porque hay miles de enfermos graves y muertos. Para muchos es un primer contacto con la comprensión de que la privilegiada “Felicilandia” blanca puede ser acechada por una amenaza real, como es el Covid-19. El horror tiene mucho que ver con el hecho de que la gente en Alemania está acostumbrada a estar mejor que miles de millones de otras personas. Y eso lo ven como su derecho. En definitiva, de eso se trata la discriminación, ofrecer algo a un cierto grupo de personas como privilegios y darlos por naturales, aunque en realidad eso signifique suprimir y degradar a otros. Es mucho más cómodo vivir suponiendo que el mundo fue creado de tal manera que unos tenían que estar mejor que los demás y que tenían derecho a disfrutar de dichos privilegios, que sentirse mal por ello. Es característico de los privilegios que están disponibles en las constelaciones de poder y dominación tanto globales como locales, sin la participación activa de los individuos.
Una de estas marcas de privilegios es la blancura. En combinación con un pasaporte alemán, difícilmente haya un privilegio en el mundo que sea más apreciado. ¿Por qué estos privilegios o las estructuras de poder mundial que prometen esta prosperidad, aunque sea a expensas de otros, interfieren con la pandemia? Para demasiadas personas esto se siente tan “normal” y “correcto” que no ven la necesidad de actuar. Donde no hay sentido de culpa, no hay necesidad de asumir la responsabilidad.
Pero ahora ha sucedido algo que está agitando este privilegiado cojín de calma. No es que la solidaridad sea conmovedora. Ni siquiera funciona dentro de las fronteras de Europa, y mucho menos más allá de la Unión Europea que acaba de traicionarse a sí misma. No, es la ilusión de poder sentarse siempre en el lado soleado de la vida, que estalla como una pompa de jabón. Por eso la crisis provocada por el Coronavirus es esencialmente una crisis que incluso puede afectar ¡al propio sistema!
Un ejemplo de ello lo ofreció la propia africanista que el año pasado se enfrentó al racismo de Günther Nookes, el Comisionado del Gobierno Alemán para África: Raija Kramer envió un grito de auxilio desde un Hotel Hilton en Camerún con un motín mediático: “¡No nos olviden!” ¿Qué había pasado? A principios de marzo, cuando los científicos chinos ya hablaban de una pandemia, viajó con estudiantes al Camerún para hacer “investigaciones de campo” (es decir, para conseguir conocimiento de las personas que viven allí financiado con su propia nómina). Luego quiso ir a casa y no pudo conseguir un vuelo de regreso.
En la calle experimentó que la gente temía que hubiera llevado el virus al Camerún y no resultaba tan absurda la idea, porque los virus van en cuerpos que viajan. Y los cuerpos occidentales son – debido a la nacionalidad, la blancura y la riqueza desigualmente distribuida – mucho más móviles que otros que no pueden obtener un visado o pagar los billetes de avión.
Todo esto es también un legado del colonialismo. Parte de su perfil era que los blancos llevaban las enfermedades a las colonias donde muchos morían. Más que eso, la gente se enfermaba y abusaba para probar las teorías de la “raza” y someterlas a la eugenesia. Esto es cierto, por ejemplo, para Eugen Fischer, quien insistirá en que fue él quien sentó todas las bases de la eugenesia nacionalsocialista en la Namibia actual. Robert Koch, a su vez, construyó sus hallazgos sobre experimentos en colonias que fueron prohibidos en Alemania por ser inhumanas. Sí, tienen buenas razones para estar enfadados con los alemanes en Camerún. Pero los alemanes nunca han entendido eso.
En lugar de reflexionar sobre esto, Kramer acusó a los cameruneses de racismo ante los aplausos del público. Como africanista, debe saber que los negros no pueden discriminar a los blancos racialmente, porque la esencia del racismo es postular la superioridad de los blancos y su derecho a los privilegios, la discriminación y la violencia. Sólo con este propósito, los europeos en el siglo XVI inventaron el “principio de la raza humana” y su postulado: Los blancos son superiores a todos los demás, los únicos seres humanos completos. Sin embargo, a Kramer no le importaron esos “detalles” ni la cuestión de lo que hará el Covid-19 en el Camerún y otros países africanos, porque el sistema de atención de la salud no puede adaptarse a un desafío que requiere miles de millones de jeringas y un confinamiento absoluto que, como ya mencionamos, es un privilegio.
La recesión mundial, que ya era virulenta mucho más allá de la pandemia actual, no puede prevenirse con una vacuna ni curarse con un medicamento. Los pronósticos advierten que entre 35 y 65 millones de personas se verán empujadas a constelaciones de pobreza mortales; muchos países de África y Asia meridional serán los más afectados. Ni los virus ni las personas discriminadas por la pobreza tienen la culpa de esto. La responsabilidad recae únicamente en los órdenes de desigualdad social creados por el hombre. El trabajo y los recursos de las ex colonias llevaron la Revolución Industrial al resto del mundo sin participar de sus logros. Esto todavía afecta a la cartografía capitalista del mundo actual.
La pobreza es una pandemia provocada por el hombre, con Occidente blanco comiéndose su camino como virus en los cuerpos de aquellos cuyos sistemas inmunológicos han destruido. Por eso son aún más impotentes contra el Covid-19 que Occidente – y Occidente actúa una vez más como si fuera un orden natural y no fuera de su incumbencia. En un artículo del Financial Times, Merkel, la canciller alemana, y otros representantes del poder acaban de recordárnoslo. Pero, ¿se convertirá esto en una acción política de transformación? ¿O volverán a lo conocido? África está acostumbrada a “eso” como continente en crisis y no tiene derecho a encontrar protección frente a ella. Al igual que la llamada “crisis de los refugiados” se refería esencialmente a la cuestión de a quién puede pertenecer a Alemania, su afiliación, sus recursos y su futuro, la crisis del Coronavirus va acompañada de la convicción de que la esperanza de curación se impondrá en primer lugar a Occidente. Si Godot llega, entonces será aquí. Y si se requirieran experimentos con seres humanos vivos, esto podría – como se ha considerado recientemente en Francia – ser subcontratado “en África”. Es siempre la misma narrativa simple del racismo. Algunas personas tienen una ventaja, otras fracasarían por su propia insuficiencia.
Esto afecta actualmente a China en particular. En una entrevista con los Tagesthemen [programa de TV alemana] el 8 de abril de 2020, Kristin Shi-Kupfer, de la Fundación Mercator, explicó los fundamentos del racismo antichino: Ella dice repetidamente que China es la culpable del comienzo – y al mismo tiempo acusa a China de culpar a “países extranjeros” por el virus. “Eso no funciona”, dice con una sonrisa arrogante en los labios. Casi dialéctico, si no fuera tan corrosivo. Sin aliento, sigue despotricando: China ha guardado silencio sobre la epidemia (pero por qué nadie en este país ha escuchado a Li Wenliang y a otros médicos chinos), China manipula las cifras, fracasa políticamente, actúa de manera oscura, reacciona de arriba abajo (como si la ley antiinfección no se colocara por encima de los derechos básicos en otros lugares) y ahora pone los intereses económicos por encima de las vidas humanas (como si eso no se debatiera acaloradamente en otros lugares). ¿Y cómo interpreta la sinóloga que China está enviando médicos y equipos al resto del mundo? “Se trata de una táctica de distracción, porque China es muy consciente de que tiene una deuda inicial no sólo a nivel nacional sino también internacional”. “América” (probablemente se refiere a los EE.UU. y por lo tanto a Trump, como si no fuera un fracaso político) y Europa están de acuerdo en esto. Tales entrevistas son los dispositivos incendiarios que golpean a la gente y también forma parte de la nueva cara del viejo racismo, que genera que hoy los chinos (y todos los que se ven así a través de gafas racistas) no sean atendidos en el supermercado y sean arrojados del transporte público.
Pero la hipótesis de superioridad no funciona realmente. Las noticias de Bérgamo o Nueva York dan la vuelta al mundo y lo demuestran: occidente es impotente en medio de su poder, sobrecargado logísticamente en medio de su logística y falto de solidaridad en medio de sus privilegios. Así como la Segunda Guerra Mundial mostró al mundo colonizado la vulnerabilidad de Europa, esta vulnerabilidad es ahora demasiado visible – y puede desencadenar un replanteamiento global y un fortalecimiento de la resistencia.
A muchas personas les preocupa especialmente la cuestión de cómo el Covid-19 reajustará la interacción humana. Algunos ven la crisis mundial como una llamada de atención y una oportunidad para una nueva humanidad basada en la empatía y la solidaridad. En vista de la medicina selectiva de Bérgamo, otros se horrorizan con el hecho de que algunas vidas “de repente” parecen valer más que otras. ¿De repente? Se pasa por alto que esto no es nuevo, ni que se trata sólo de las personas “más-de-80” de Europa Central. Más bien, este es desafortunadamente un principio muy antiguo de la humanidad, también del humanismo occidental. Pero sí, el Covid-19 nos desafía a la solidaridad y a la humanidad. Es hora de romper con la creencia de que el humanismo occidental es el epítome de la humanidad superior y que, por lo tanto, Occidente tiene derecho a privilegios y a la arrogancia racista.
(*) Profesora de Literatura Inglesa y Estudios Culturales en la Universidad de Bayreuth, Alemania. Publicado en alemán en: taz – die tageszeitung, 21 de abril del 2020