Por Miguel Mazzeo / Foto: Marcha desde Venezuela
Sobre las miserias de la intelectualidad progresista.
Cuando el 10 de mayo publicamos nuestro artículo: “Venezuela: sobre defecciones y oportunismos”, referido a la posición de algunos intelectuales dizque “progresistas” respecto de la situación en Venezuela, no imaginábamos que poco después lanzarían una carta pública. En aquella oportunidad, tomamos como referencia unas pocas opiniones sueltas.
La carta exhibe con mucha más claridad la visión de estos intelectuales y, al mismo tiempo, pone en evidencia la existencia de una especie de “comunidad” político-intelectual. Nuestro artículo cobró nuevo sentido a partir de esa carta. Desde diversos sectores comenzaron a llover las opiniones. Se generó un debate. Por eso, con la carta en mano y tomando en cuenta algunos de los nuevos y muy buenos aportes, queremos agregar algunas cosas.
En relación a la situación que atraviesa Venezuela, en relación a la encrucijada en la que está instalada la Revolución Bolivariana, no hace falta un derroche de lucidez, no son necesarios los procedimientos microscópicos para identificar una ofensiva despiadada de la derecha corporativa, mediática y paramilitar. De la burguesía y el Imperio.
Ellos son los verdaderos responsables de la violencia y la ejercen en forma despiadada, como está a la vista. A la vista de quienes la padecen, claro; y también de todos aquellos que se resisten a ser manipulados, logran traspasar el cerco mediático y pueden correr el velo impuesto por grandes los medios de desinformación. El pueblo venezolano resiste, y si ejerce la violencia hay que decir que esta posee un signo diametralmente opuesto a la anterior. Como también tiene un signo diferente la violencia ejercida por el Estado bajo la forma de represión de los grupos de la derecha. Equiparar estas formas (e intensidades) de la violencia nos parece absurdo y reaccionario.
Amplios sectores del pueblo venezolano consideran que el gobierno de Nicolás Maduro, aún con sus limitaciones, constituye una trinchera fundamental contra las fuerzas de la reacción. Hoy por hoy, la trinchera más importante.
Si cae la Revolución Bolivariana, no habrá procesos de autodeterminación popular, no habrá ninguna posibilidad de superar el modelo extractivista y las taras del rentismo petrolero, no podrán ser superados sus déficits más notorios. Si la Revolución Bolivariana venía siendo una “revolución a medias” (afirmación que merece un debate extenso), su derrota abrirá las puertas de una contrarrevolución completa. El chavismo popular lo tiene muy claro. Sabe bien lo que está en juego y casi instintivamente fue conformando en los últimos tiempos una agenda realista, con un orden de prioridades estricto y lúcido.
En cuanto a la posición de los intelectuales dizque “progresistas”; ahora, a partir de la carta, aparece mucho más prístina su mediocridad conceptual. Por ejemplo, falta un análisis de clase básico, faltan referencias a sistemas relacionales amplios. Abundan las apelaciones a los fetiches del liberalismo. Recurren a sistemas a-históricos de legitimación política. Apelan a mundos conceptuales basados en factores fijos. Caen en algunas mistificaciones. Debemos decir que, de muchos y muchas firmantes de la carta, no esperábamos otra cosa. Sabíamos de sus grados de integración al sistema, aunque posen de “monarcas filósofos”, de personalidades independientes, de asesores esclarecidos. Pero algunas de las rúbricas estampadas no dejan de desconcertarnos (un poco).
En concreto: Venezuela estalla. La praxis precede a la teoría. Y un conjunto de intelectuales se retiran a la torre de marfil, se repliegan en comunidades cerradas cuyo signo más distintivo es la falta de comunicación con los pliegues más subterráneos de sociedad civil popular venezolana. Ante la tragedia apelan a una serie de lugares comunes, se solidarizan con el orden (nunca concebido de modo más abstracto) y profetizan desde lo alto. Reclaman un magisterio social y político del que carecen. Se sitúan por encima de las clases sociales, como si ese lugar existiese. Se ajustan al estereotipo clásico y optan por el “espíritu” en contra del “poder” y la “violencia”. El eje del conflicto que atraviesa a la sociedad venezolana se les desdibuja (¡justo en el momento en que se torna más evidente!) y se empantanan en los antagonismos secundarios. Y claro, se ponen del lado de la reacción.
Luego, es evidente que su posición carece de perspectiva ética. No están a favor de quienes resisten los embates de un poder inmenso y siniestro. Y eso no tiene nada que ver con ser críticos (incluso muy críticos) con el chavismo. Pasan por alto el accionar desembozado del imperialismo, de sectores de la burguesía, el para-militarismo, la CIA, los grandes de medios de desinformación, en fin, de la derecha local e internacional, y muestran su preocupación por las tendencias “autoritarias” del gobierno. Por eso no solo cabe hablar de defección y oportunismo. Su posición, además, debería ser calificada como soberbia, cobarde y… contra-insurgente.