Por Agustín Bontempo
El pasado fin de semana un hombre murió luego de recibir un balazo en Villa 31, después de una supuesta riña vecinal. A continuación, dejamos algunas reflexiones sobre una situación cotidiana que cruza todas las problemáticas sociales.
Corría el sábado por la mañana, una jornada tranquila como cualquiera. En el barrio Padre Mugica, popularmente conocido como Villa 31, la feria vecinal se desplegaba bajo el sol, hombres y mujeres hacían sus mandados, trabajaban o simplemente disfrutaban del inicio del fin de semana.
Alrededor de las 10 de la mañana, en el Barrio San Martín en la zona de la 31 Bis, un hombre que no mostraba estar en todos sus cabales, discutía y maltrataba a su mujer en una escena que, lamentablemente, nos acostumbramos a ver en los barrios marginales.
Según los relatos oficiales, a las 10.07 un hombre que se había levantado siete minutos antes, observó, entre dormido, la pelea de la pareja sin ningún tipo de intervención. Cuando el sujeto que estaba peleando con su mujer notó eso, sin mediación, se abalanzó sobre el observador que se metió a su casa, apartó a su familia hacia un costado y sin llegar a decir algo, recibió un balazo que atravesó su cabeza de un extremo al otro.
Mientras el criminal escapaba, el barrio se conmovía. La mujer y algunos amigos cargaron al herido en un auto particular y fueron hacia el hospital Rivadavia, donde recibieron la triste noticia de que el daño era irreversible. Muerte cerebral a la espera de que sus órganos dejaran de funcionar o fueran donados.
Para ese entonces, se supo, el fusilador había salido de prisión quince días antes luego de dos años encarcelado y, aparentemente, golpeaba a su mujer, robaba e incluso vendía droga.
Un análisis no convencional
El hecho es una excusa. No interesan los detalles. Tal vez los protagonistas eran buenos vecinos pasando un mal momento, tal vez eran personas que integraban una cadena mafiosa y se estaban disputando terreno. Incluso podría ser una simple ficción. Lo importante es la reflexión posterior a partir de hechos comunes.
El relato puede sonar angustiante. Vivirlo, mucho más. Pero tratemos de deconstruir discursos vulgares sobre este tipo de hechos, que no forman parte de los grandes noticieros ni siquiera bajo el título de “crímenes pasionales” o “conflicto vecinal”. Con suerte, aparecería en el reallity show llamado “Policías en acción”.
¿Se puede pensar que este tipo de hechos ocurre porque es propio de la (in)cultura de los y las villeras? ¿No será, tal vez, que el contexto en el que se vive tiende a tener actitudes de este tipo? La persona que ejecutó el disparo estuvo más de dos años en prisión. ¿No deberíamos cuestionarnos por qué motivo, al salir, tiene la necesidad de delinquir, violentar a su mujer e incluso asesinar a un vecino? La respuesta “Ese tipo de gente no cambia más” aquí no vale.
Lo concreto es que el sistema penitenciario, que suele estar abarrotado de ladrones de motos y asesinos de a pie, pero que no tiene lugar para ladrones de guante blanco, economistas y genocidas financieros, suele ser un castigo que carga de odio a las personas. Odio contra los demás, las calles, la ciudad y el mundo.
Al salir de prisión, conseguir trabajo es difícil. Si vivís en una villa, conseguir trabajo, también lo es. Si salís de prisión y encima vivís en una villa, conseguir trabajo es imposible.
Además de ser un asesino vecinal y, aparentemente, un ladrón, antes de pegarle un balazo a otro hombre, este sujeto estaba ejerciendo lo que deberíamos catalogar como violencia de género, en todo su esplendor. En la calle, ante todos sus vecinos y vecinas, gritaba, insultaba, sometía y golpeaba a su mujer. Es decir, que a esta persona no sólo hay que juzgarla por intento de homicidio sino también por el hecho que relatamos.
Ahora bien, lejos de justificar a este hombre en este hecho puntual, ¿no deberíamos debatir por qué en los barrios marginales la violencia de género se replica como en ningún otro lado? ¿Por qué motivo el aborto legal se rechaza como norma, pero mientras la clase media y alta pagan por ese derecho, son las jóvenes villeras quienes mueren en la clandestinidad? Podríamos decir que es propio de la cultura villera, donde las casas son patriarcales, con la mujer en la cocina y los hijos y los hombres bebiendo y saliendo, pero ¿es correcto que así sea? ¿No será, tal vez, que las mujeres son, además, extranjeras, o morochas o simplemente villeras? Tal vez, ¿será que el hombre, frustrado, sostiene su hombría a fuerza de esta violencia de género? Sin dudas, estos temas y esta manera de pensarlos no circula en la agenda de los medios masivos, pero es importante iniciar un debate al respecto.
La sensación de qué la única justicia que debe llegar es para meter presos a los pibes chorros, sin pensar en todas estas causas y mucho menos pedir que la legalidad alcance a los responsables de estas desigualdades, presentan un desafío para el conjunto de la sociedad. Estos interrogantes no tienen una respuesta simple y clara, pero son debates que ante estas situaciones tenemos la responsabilidad de pensar.
Un Estado que brilla por su ausencia
Como ya dijimos, este tipo de hechos se repiten casi a diario. Las desigualdades sociales se ven como en ningún otro lado. A veces uno piensa que sí, que viviendo en esas condiciones, todo lo que circula en la sociedad bajo la cultura capitalista y patriarcal, en una villa se siente y se sufre el doble.
Parece que no es suficiente que la Constitución garantice la vivienda digna. Tampoco que haya leyes de urbanización. Mucho menos, incluso, pensar que simplemente por ser personas, todos y todas debemos gozar de los mismos derechos. El Estado porteño promete urbanizar, pero impone obras de maquillaje. El PRO asegura trabajo, pero se sostiene con la lógica punteril de planes y cooperativas. Mauricio Macri se molesta por la usurpación de terrenos, pero la Policía Metropolitana no recorre los barrios cerrando talleres clandestinos o enfrentando a los narcos.
Nobleza obliga, esta reflexión surgió de una situación en un barrio porteño, pero las condiciones de hacinamiento, las políticas de Estado orientadas a las villas, las dificultades para alcanzar legítimos derechos, se repite en varios puntos del país.
Sumado a esto, el Estado Nacional, que en octubre de 2014 creó la Secretaría de Acceso al Hábitat con el compromiso de urbanizar, en un primer tramo, cien villas, jamás de los jamases se los vio afrontando está problemática.
Un Estado ausente en todo su esplendor. No es que los villeros sean narcos, sucede que los narcos se refugian en las villas, donde gozan de la impunidad y la protección. No es que a los y las villeras les gusta vivir en un constante clima de violencia de género, de desigualdades, de falta de trabajo y vivienda digna, de acceso a la salud; sucede que el Estado no está allí para garantizar esos derechos. Sin embrago, sí podemos hacer referencia a un Estado presente, cuando las mismas fuerzas de seguridad que liberan zonas para enfrentamientos entre bandas, aparecen cuando hay que hostigar y reprimir a la clase trabajadora.
Las ambulancias no entran, la policía libera zonas. Las cloacas no existen o no funcionan, el tendido eléctrico es precario, el gas tampoco llega. Eso sí, tal como manifestó Cristina Fernández de Kirchner cuando se inauguró la Casa de la Cultura en la Villa 21-24 de Barracas en el año 2013, se vive mejor ya que hay Direct TV y todos y todas, seguro, envidiamos eso.
Este tipo de hechos debe ponernos a reflexionar sobre el mundo en el que vivimos. En las villas, damos fe, se respira la solidaridad como en ningún lado. Se ayuda a construir la vivienda del vecino, se organizan para instalar su propio sistema de cloacas, tendido eléctrico, se consolidan cooperativas de trabajo comprometidas con el barrio e incluso se junta dinero para poder ofrecer un velorio digno a quienes fallecen. La diversidad cultural abre mentes, genera unidad. Las obligaciones son como en cualquier otro lugar. Pero los problemas cotidianos son cada vez más graves.
Cuando pensamos en la reiteración de estos hechos, debemos cuestionarnos si este sistema puede, no incluirnos, sino igualarnos a todos y todas. O será mejor pensar que el mundo, hasta hoy, fue una porquería y que el futuro está en nuestras manos. Vayamos hacia allí a transformarlo.