Por Mariano Pacheco
En esta sexta entrega del especial “Chavismo es el nombre de una inspiración latinoamericana”, el análisis de “pensar el chavismo en su capacidad de desborde”, además de ver la potencia de los movimientos populares “como una fuerza creadora” en el marco de la democracia protagónica.
Retomando de Claude Lefort el concepto de “democracia salvaje” como “continua irrupción de derechos”, podríamos pensar el actual “momento Latinoamericano” en esa clave: la que pone el acento en el protagonismo que las experiencias colectivas realizan en pos de avanzar en una serie de conquistas que, a la vez que mejoran las condiciones de vida, promueven otro vínculo entre las personas.
Una política que, teniendo en cuenta las necesidades, se nutre del deseo de quienes participan; que no parte de una división tajante entre “bases y militantes” (la vieja distancia entre “vanguardias y masas”), sino que busca romper la lógica política que toma la forma de un hacer que coloca a los otros en el lugar de objetos.
Cerca de la concepción “dialógica” propuesta hace décadas por la educación popular de Paulo Freire, o más recientemente por la “idea de justicia” del pensador francés Alain Badiou (“pasar del estado de víctima al estado de alguien que está de pie, eso es la justicia”), una política democrática no será tanto la que siga las normas de la democracia burguesa (representativa) sino aquella que promueva que los sujetos se construyan sobre la base de una composición. “En la filosofía de Spinoza no se trata de víctimas, sino de seres humanos capaces, cualquiera sea la condición en la que se encuentren”, subraya Diego Tatián, haciendo suya la máxima del filósofo que sostiene que “no sabemos nunca lo que puede y de lo que es capaz un cuerpo”. Y mucho menos un cuerpo colectivo. De allí que en este ensayo intentemos pensar la experiencia chavista un poco en esa clave que Tatián sugiere en dos de sus libros sobre este pensador irreverente (Spinoza. Filosofía terrena y Spinoza, el don de la filosofía).
Es decir, pensar el chavismo no tanto por lo que no es, sino por lo que fue, lo que es, y lo que puede llegar a ser. Esa “alegría integral” de la que es capaz un cuerpo que, pensado en clave colectiva –como sugiere Tatián– se encuentre en plena posesión de su potencia de afectar y de ser afectado, en el “ejercicio pleno y extenso” de los derechos, que no es otra cosa que la “capacidad imprevista” de conquistar “derechos siempre nuevos”. Un “deseo de comunidad” presente en una concepción que no entienda a la política como un hacer por otros (el cuero víctima que sufre), sino hacer con otros. Porque una política auténticamente democrática será aquella que nos proponga salirnos de la despolitizadora compasión, para adentrarnos en un tránsito común con otros. O no será nada.
Porque en última instancia –lo sabemos– así como la soberanía popular legitima las formas del poder parlamentario, también puede derribarlo. Es decir, toda soberanía popular se encuentra en los fundamentos del Estado democrático, pero hay algo de ella que accede, desborda a cualquier forma instituida. Es la “energía anarquista” o el “principio de revolución permanente en el interior de cualquier orden democrático” del que hablaba Judith Butler en su “Nosotros el pueblo”. Apuntes sobre la libertad de reunión, en el que sostiene que “las condiciones de un Estado democrático dependen finalmente de un ejercicio de la soberanía popular que ningún orden democrático logra contener del todo”.
Y tal vez haya llegado la hora de pensar el chavismo en su capacidad de desborde. Y la potencia de los movimientos populares como una fuerza creadora que, a la vez que apuesta por gestar instancias de democracia protagónica real, combate tenazmente a quienes –también en nombre del chavismo– no hacne más que conducir a la experiencia a un callejón sin salida. La propia Constitución venezolana legitima que el gobierno sea democrático, participativo, electivo, descentralizado, alternativo, responsable, pluralista y de mandatos revocables. Una “democracia participativa y protagónica” cuyo eje vertebrador ya no sea el liderazgo unipersonal (aunque en este contexto Nicolás Maduro sea mucho más que un presidente) sino la construcción del “Estado Comunal”, es el desafío del hora.
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