Por Giordana García Sojo
Venezuela: país petrolero, convertido durante todo el siglo XX en un gran pozo de crudo para exportar a precio de gallina flaca a los centros de poder. País colonia, otrora del imperio español luego del estadounidense y su mayamización de la subjetividad común. País anticomunista, cuya “democracia vitrina” logró ocultar los miles de desaparecidos y asesinados por los gobiernos del “disparen primero averigüen después”.
El chavismo inauguró el siglo XXI señalando con argumentos históricos cada uno de los padecimientos de la maltratada Venezuela. ¿Cómo superarlos? La mejor respuesta fue la Constituyente. Generar las condiciones para consolidar un gobierno popular que recuperara el rol del Estado como garante del bien social y la participación de las mayorías en la vida política del país. La Constituyente de 1999 permitió escribir, leer y debatir una de las Constituciones más avanzadas de la historia del país, garantizando derechos sociales, culturales y políticos para las mayorías.
Esa Venezuela del siglo XXI que diseñó el “Alba” de los pueblos y ofreció un modelo alternativo al neoliberalismo, logrando incluso revivir el proyecto bolivariano de unidad gran nacional, esa Venezuela roja y colectiva se convirtió de inmediato en el blanco de los ataques del centro de poder hegemónico y su statu quo neoliberal-imperial. Las no tan viejas disputas de la guerra fría se vieron actualizadas, pues “el fantasma del comunismo” regresaba con fuerza renovada y ¡oh crimen! en alianza explícita con Cuba y su gobierno. Comenzó la guerra contra Venezuela.
El asedio internacional que desde entonces ha sufrido Venezuela ha sido inclemente. El gobierno bolivariano ha sido acusado de “narcogobierno” por gobiernos empantanados en escándalos de narcotráfico como México y Colombia, es señalado diariamente hasta la enfermedad por los emporios mediáticos que sostienen a la monarquía corrupta de España, ha sido azuzado por todos los flancos por ONGs de dudosa procedencia y es emplazado obsesivamente por la OEA como si la agenda de todos los países miembros debiera comenzar y terminar por Venezuela. Estados Unidos ha decretado al país como una amenaza a su emporio militar y la gestión Trump ha incrementado las sanciones a los dirigentes del gobierno bolivariano.
A lo interno la oposición al chavismo jamás se ha planteado diseñar proyectos o políticas propositivas para mejorar o superar las del gobierno chavista; por el contrario, se ha dedicado con todas sus fuerzas, y con el apoyo dadivoso de la embajada estadounidense, a intentar derrocar al gobierno. Golpes de Estado, paros empresariales, llamados a la desobediencia civil, propaganda falaz, desabastecimiento, especulación inducida, gobiernos paralelos, persecución y estigmatización de chavistas y un largo y triste etcétera que tiene 18 años creciendo y emponzoñándose cada vez más.
El chantaje mediático ha sido el día a día de la política internacional hacia Venezuela. Durante todos estos años, la Revolución bolivariana ha tenido que enfrentar condiciones de gobierno marcadas por la “coyuntura” y la necesidad de demostrar una y otra vez que es un gobierno legítimo y popular. En 20 elecciones, de la cuales dos fueron derrotas para el chavismo, el gobierno se ha visto en la tarea de consolidar una “maquinaria” capaz de enfrentar los monopolios comunicacionales nacionales e internacionales y ganar elecciones. Imposible en esta situación de permanente asedio y respuesta defensiva no descuidar las transformaciones estructurales y la correspondiente contraloría de políticas de gobierno.
Por ello el Golpe de Timón que lanzara el presidente Hugo Chávez en 2013. Allí debió profundizarse el cambio excepcional que es el chavismo sobre el modelo neoliberal impuesto en todos los campos de la vida diaria, a pesar de la presión geopolítica, no sólo a nivel de los transmedia, sino también y especialmente de las dinámicas económicas plagadas de cabo a rabo de nociones y prácticas neoliberales y neocoloniales. Así mismo, con el Golpe de Timón debió concretarse una política de contraloría eficiente que desmontara y castigara el burocratismo y la corrupción heredados y practicados por algunas capas de funcionarios.
Fallece Chávez y el asedio arrecia. También se profundizaron las contracciones a lo interno del chavismo. Sin embargo, cuatro años después la oposición nacional y extranjera no ha logrado derrocar al chavismo y acude a las estrategias más extremas de conspiración: un abierto llamado al intervencionismo foráneo y a la guerra civil mediante la propagación del odio y el linchamiento. La más reciente escalada de ataques ha dejado un saldo de más de 120 fallecidos, la mayoría a causa de la misma violencia de las protestas opositoras y a pesar de ello utilizados como bandera para justificar la intervención y el derrocamiento del gobierno electo democráticamente.
En suma, Venezuela enfrenta una crisis atravesada por la violencia fascista desatada contra el chavismo y la necesidad de superar los vicios que dentro del gobierno no han podido solucionarse. Como en 1999, la Constituyente se plantea como mecanismo de apertura al debate amplio, que permita abrir las compuertas tanto de las convicciones del gobierno como de las críticas, rabias, reflexiones y propuestas de diversos sectores populares. Y como en otras oportunidades, y consecuentes con su accionar violento y antidialogante, los líderes de la oposición se autoexcluyen, lo que significa una lamentable ausencia en vista de la de necesidad de recomponer tejidos y reconciliar afectos.
Pese a ello, la gran participación de candidatos (más de 5500 según datos del CNE) proyecta una posibilidad de debate diverso, que supere la dicotomía gobierno/oposición y deje entrar en la resolución del conflicto fuerzas heterogéneas. La Constituyente traza un espacio de refundación del chavismo, de su potencia creadora de alternativas políticas y sociales que trasciendan, por un lado, el modelo neoliberal imperante en la geopolítica mundial, y por el otro, el estancamiento en prácticas adecas como el clientelismo asistencial y el burocratismo ineficiente.
Propuestas como la Plataforma Popular Constituyente “Chavismo Bravío” reúnen el trabajo de diversos movimientos y sectores populares que, si bien se identifican con los logros que a través del gobierno el chavismo ha consolidado, también se deslindan de las desviaciones que desde el poder se han cristalizado; manteniendo la claridad histórica que permite afinar la batalla contra la explotación del capital y la expoliación colonial. Participan otras agrupaciones como “Comunidades al mando”, candidatos independientes, así como pequeños partidos del Polo Patriótico y el partido mayoritario del gobierno PSUV.
Refundar al chavismo a través de un mecanismo instalado en la Constitución como la Constituyente es un acto de coherencia histórica. Participar votando es urgente para defendernos de la intervención extranjera y la violencia, pero no basta. La participación política es la piedra fundacional del chavismo, y no es prerrogativa exclusiva de gobiernos ni partidos, es responsabilidad ciudadana, imperativo colectivo en tanto posibilidad de más y mejor democracia. Asumamos las responsabilidades en la crisis, y transformemos la rabia y el desencanto en propuestas. La Constituyente es la mayor estrategia democrática posible para en principio reconstruir un tablero de paz, que permita diseñar soluciones a las distintas contradicciones que atraviesa el proceso de transformación social comenzado hace 18 años.
El panorama político y económico mundial es gris. Los lobbies que mueven los hilos de las finanzas atacan regiones enteras en busca de suministros de recursos naturales y desestabilizan iniciativas de modelos alternativos de sociedad, todo acompañado de la seducción de subjetividades a través de la oferta ya no de dreams sino más bien de cierta confortabilidad cínica: “no se puede cambiar el mundo, no importa, estoy bien yo y mi familia”. A esto se reduce la democracia neoliberal. Por ello el asedio al chavismo como modelo, por eso la aversión asqueada de las elites nacionales a lo comunal, comunitario, colectivo, “demasiado comunismo…”.
No podemos ser ingenuos y negar en nombre de posturas puristas la potencia transformadora del chavismo. Es necesario un gobierno fuerte, que pueda garantizar el Estado social para las mayorías y no para las corporaciones, pero que tenga la capacidad de reconocer errores y rectificarlos a tiempo, que aplique el Golpe de Timón y construya junto a la responsabilidad asumida por las mayorías un horizonte que signifique un verdadero futuro para los pueblos y para el planeta y no un espejismo más de la razón cínica hegemónica.
La lucha de Venezuela es la lucha no sólo por la soberanía nacional y la defensa de las políticas sociales y de inclusión ganadas por y para las mayorías, es también la lucha por las esperanzas de muchos pueblos en el mundo, pues el chavismo logró que nos miráramos entre nosotros, que incluso superáramos la mirada individual, nacional y regional, despertando un ideario colectivo de hermandad con la justicia social. En estos tiempos de crisis, donde la necropolítica y el sensacionalismo han espoleado la guerra fratricida en nuestro país, defendamos al chavismo como modelo de paz y de inclusión social en continua reinvención. Sobre estas premisas y en el tablero actual, participar en la Constituyente es la forma constitucional más contundente de lograrlo.