Por Gerardo Szalkowicz
En estos días Venezuela volvió al centro de la escena mundial. Se dice que hubo un golpe. Sí, un descomunal golpe desinformativo. La gran prensa cartelizada, de la mano del establishment político internacional, se articuló en un coro uniforme para desatar una nueva ofensiva contra el cuco del siglo XXI: la Revolución Bolivariana.
La matriz del “golpe de Estado” o el “auto-golpe” se instaló sin fisuras, con total impunidad. Lo mismo que la ridícula y repetida afirmación de que “Maduro disolvió el Congreso”. La militancia reaccionaria 2.0 hizo su parte en las cada vez más influyentes redes sociales y hasta personalidades de izquierda compraron el pescado podrido.
Más allá de lo acertada o desafortunada jugada del Tribunal Supremo de suplir facultades de la Asamblea Nacional por estar en desacato desde hace más de un año, medida revertida en la noche del viernes, el nuevo culebrón (anti)venezolano deja algunas lecciones para repensar el complejo escenario que se viene.
1) La presión internacional nuevamente como estrategia central. La derecha venezolana y sus amos del poder transnacional han venido desplegando múltiples estrategias en estos 18 años para tumbar al proceso bolivariano. No lo han logrado ni por las buenas ni por malas. En los últimos cuatro años le acertaron con el plan del sabotaje económico, provocando un descalabro vía inflación inducida y desabastecimiento que -sumado a la poca eficacia del gobierno y al desplome de los precios del petróleo- viene golpeando con fuerza a la base social chavista.
Otro recurso al que siempre apeló la oposición fue la búsqueda de auxilio en la “comunidad internacional”. El episodio reciente demuestra que este factor será cada vez más determinante: la correlación de fuerzas ya no es la misma, la derecha regional recuperó la hegemonía y al gobierno de Maduro le quedan pocos aliados. Se evidencia en la suspensión del país del Mercosur, en la coalición intervencionista que avanza en la OEA, con Luis Almagro como director de orquesta, y en el desfile de voces anti-bolivarianas que retumbó por estos días. El mapa continental cambió. Y el asedio externo se vuelve más eficaz.
Maduro deberá tomar nota de esto, como lo hizo la dirigencia opositora. A falta de cohesión interna y con escaso respaldo popular, una veintena de sus líderes ha salido del país en los últimos días a mendigar una intervención extranjera que pueda suplir lo que no consiguen por fuerza propia.
2) La encrucijada del choque de poderes. La distorsión informativa y la campaña de demonización obligan a seguir aclarando: la decisión del máximo tribunal -insistimos, al margen de su pertinencia política- era legal, temporal y ajustada a derecho. No hubo quiebre del hilo constitucional ni disolución del Parlamento. Y se dio porque el Poder Legislativo, de mayoría opositora, se encuentra en situación jurídica de desacato desde el 5 de enero de 2016, luego de juramentar a tres diputados del estado Amazonas impugnados por la Justicia por irregularidades en su elección. Como la oposición no dio marcha atrás (con esas bancas lograba la mayoría absoluta), todas las acciones legislativas perdieron validez. Acciones que estuvieron más dirigidas a desestabilizar que a legislar, como el intento de destituir a Maduro declarando su supuesto “abandono de cargo” (¿alguna queja internacional por ese intento golpista?) o la aprobación de un acuerdo pidiendo la intervención de la OEA y la aplicación de su Carta Democrática.
El Tribunal Supremo buscaba con esas sentencias desenredar las trabas institucionales impuestas por la parálisis legislativa, sobre todo en lo que tiene que ver con autorizaciones para la firma de convenios e inversiones extranjeras. Evidentemente la presión internacional y el rechazo de la fiscal general Luisa Ortega Díaz llevaron a desandar la iniciativa.
Muchos opinólogos y sesudos analistas dejaron en evidencia su total desconocimiento de las particularidades del andamiaje institucional venezolano, reformulado desde el proceso constituyente y la Carta Magna de 1999. Así y todo, esta controversia entre poderes va derivando en un complejo atolladero institucional que el gobierno deberá encauzar con otras fórmulas.
3) Un apoyo local muy escuálido. La arremetida mediática y diplomática internacional no tuvo su correlato en el siempre anhelado y nunca concretado levantamiento popular contra el gobierno. Mientras se multiplicaban los titulares y las editoriales apocalípticas, la oposición venezolana apenas lograba generar alguna que otra acción callejera aislada y una flaca concentración, siempre en las zonas urbanas de clase media-alta, sin poder capitalizar, al menos hasta ahora, el viento a favor de la presión internacional. Como pasó otras veces: a la desestabilización le sigue faltando pueblo. Esto no implica que el clima social sea el mejor ni que se hayan resuelto los problemas derivados de la “guerra económica”. Pero el descontento y el hastío por esta difícil cotidianidad no parecen dar consenso para una salida violenta o una intervención externa.
4) La hipocresía en la actual geometría regional. La OEA realizó una sesión extraordinaria la semana pasada para discutir la situación en Venezuela y lo volverá a hacer en estos días. Lo mismo hicieron el sábado los cancilleres del Mercosur (incluido el “progresista” uruguayo). Los gobiernos neoliberales de la región dicen estar muy preocupados por la población venezolana, que según los informes de la ONU sigue tendiendo mejores indicadores sociales que casi todos los países de la región. Pero nada se dice ni se hace, por ejemplo, a propósito de la crisis institucional que vive Paraguay, con un Congreso incendiado literalmente y un dirigente asesinado por la represión policial tras una maniobra legislativa para imponer la reelección presidencial. Ninguna declaración ni reunión de urgencia frente al sistemático asesinato de líderes sociales en Colombia (156 en los últimos 14 meses según la Defensoría del Pueblo). Ni una palabra sobre Honduras, que tiene la mayor tasa mundial de homicidios. Ningún gesto de indignación por México y su récord de fosas comunes y desaparecidos, que desde marzo suman más de 30 mil según cifras oficiales.
El mismo silencio histórico de la OEA y los consorcios mediáticos para avalar cada golpe de Estado en América Latina, incluido el que le dieron a Chávez en 2002 cuando sí se disolvieron todos los poderes. Y el mismo libreto con el que expulsaron a Cuba del organismo en 1962. Dan cátedra sobre democracia y derechos humanos quienes ayer no más bendecían el golpe parlamentario en Brasil, y más atrás en el tiempo aplaudían y se beneficiaban con las dictaduras latinoamericanas. Ahora vuelven a imponer sus ‘dictablandas’, pero para eso precisan barrer con los proyectos que elijen un camino de soberanía, y a Venezuela como su principal exponente.
5) El debate de fondo: qué democracia se fortalece. Las discusiones sobre este choque de poderes públicos en Venezuela quedaron circunscriptas al aparato estatal formal, al Estado burgués que la transición hacia el socialismo bolivariano supuestamente debería ir superando mientras construye la nueva institucionalidad. Un nuevo Estado que se va prefigurando en las Comunas y sus lógicas de auto-gobierno pero también en iniciativas como el Parlamento Comunal, creado en diciembre de 2015 y menospreciado por el gobierno en este conflicto.
Por ahí pasan también los debates internos del chavismo. Dice en un comunicado reciente la Corriente Revolucionaria Bolívar y Zamora (CRBZ), principal organización popular venezolana: “¿Cómo concebimos el modelo de democracia que queremos construir? Sabemos que es más que representativa, debe ser fundamentalmente participativa y protagónica. Esto es clave: sin eso se pierde uno de los pilares fundamentales del proceso de transformación en curso. Hoy se discute acerca de la democracia representativa, su curso, la relación entre los poderes, las elecciones por-venir. Pero no se discute sobre la otra, la central, la que nos permitiría construir ese otro país que pensamos”.
Siempre bancando el proceso chavista desde una mirada crítica, la CRBZ concluye: “La falta de discusión se debe a que se ha ido reduciendo en los hechos la trama de la democracia revolucionaria. Esta situación es entonces una oportunidad para el debate, para preguntarnos qué estamos construyendo, si nos acercamos a la idea de democracia que imaginamos o si por el contrario retrocedemos a concepciones que nos habíamos planteado superar”.
Más que el acecho imperial o el estado de fragilidad de un gobierno, por ahí va el peligro mayor que enfrenta hoy la revolución bolivariana: la posibilidad de quedar paralizada por sus propias contradicciones.