Por Miguel Mazzeo
Las últimas semanas se han llenado los medios de comunicación y portales de opinión de todo tipo de reflexiones frente a la compleja situación que vive actualmente Venezuela. A su vez, intelectuales de izquierda y militantes políticos han reproducido una suerte de críticas que el escritor Miguel Mazzeo considera cómodas y parcializadas. Esta es una reflexión dedicada a dichas personas que en su momento posaron de chavistas y ahora, cuando más se necesita de un acompañamiento al proceso bolivariano, se apartaron para no manchar su prestigio dentro del progresismo latinoamericano.
Es indignante la actitud de algunos intelectuales y militantes políticos ante la crisis que atraviesa Venezuela. Nos referimos a una franja de intelectuales y militantes políticos supuestamente “progresistas” y “de izquierda” que, hasta hace pocos años, solían mostrar su adhesión o simpatía para con la Revolución Bolivariana.[1]
Ahora intuyen que el evolucionismo democrático que los seducía (ese, evidentemente, ha sido su recorte del chavismo) puede presentar encrucijadas incómodas. Ahora, sin un mapa completo de lo que consideran tierra desolada, les pasa y les pesa la política. Les quema Venezuela. Temen que la fiesta termine mal y se van temprano. En algunos casos haciendo un poco de ruido y enunciando epitafios, en otros haciendo mutis por el foro. Pero se van. No sea cosa de mancharse y quedar afuera del mercado de prestigio, que sabe presumir de cierto pluralismo pero no tolera excesos de ninguna índole a la hora de la revalida.
La crítica radical de lo que es y está es una praxis imprescindible. Pero para hacer productivo este ejercicio no alcanzan las poses cognoscitivas: teóricas, dogmáticas o doctrinales. No sirven los discursos pedagógicos. La ética deviene estratégica. La crítica radical no es sin riesgos ni consecuencias. Y exige autenticidad.
Entonces, lo que indigna de algunos intelectuales y militantes políticos es la defección, el oportunismo, el narcisismo y el contenido no-ético de sus palabras.
En lugar de discernir, entre los términos dislocados, lo que está en juego en Venezuela, algunos intelectuales y militantes políticos prefieren recurrir al arsenal conceptual de la política convencional –un torrente de trivialidades– y hablar de la “peligrosa concentración de poder en el ejecutivo”. Quieren hacerle frente a la tragedia histórica con formalismos. Recurren a la formalización como método de distanciamiento. Paralelamente sacan a relucir fundamentos y fundamentalismos liberales (a los que, muchas veces, disfrazan de posturas libertarias). En el fondo, la única normalidad que aceptan es la normalidad burguesa. Todo lo que se aparta de ella se considera anomalía o delirio. Se hace evidente cierta incapacidad congénita de ver la historia con los ojos de los explotados, los humillados, los desarraigados…
En lugar de denunciar la contrarrevolución en ciernes, algunos intelectuales y militantes políticos prefieren hablar del carácter “controversial” de la oposición al chavismo. Recurren a adjetivos que liman las aristas más oscuras de la oposición. La desafean un poco para que no se note tanto su carácter reaccionario, pro-imperial y fascistoide. Lubrican los engranajes de la máquina de neutralización.
En lugar de aportar ideas para contrarrestar el golpe de Estado que impulsa la derecha política, mediática y diplomática de una buena parte del mundo, algunos intelectuales y militantes políticos han decidido colocar el eje de la cuestión venezolana en el agotamiento del modelo basado en el rentismo petrolero y en el extractivismo. El diagnóstico es certero. Es evidente que, en 20 años de chavismo, nada se hizo para revertir esa condición estructural que, por sí misma, explica en buena medida la situación crítica que atraviesa la Revolución Bolivariana. Ahora bien: ¿Existen sortilegios inmediatos para modificarla? ¿Acaso esas transformaciones de fondo no exigen determinadas correlaciones de fuerza? ¿Cabe alguna posibilidad de resolver ese tema crucial si la oposición venezolana (y sus aliados internacionales) acceden al poder? ¿Constituye un tema prioritario en esta hora aciaga? La crítica del extractivismo es un eje fundamental de una política anticapitalista. Pero cuando se convierte una crítica despolitizada, cuando no aporta a la construcción del sujeto anti-extractivista, cuando se erige en un abracadabra, suele caer en el consignismo hueco, se vuelve insípida y hasta puede devenir reaccionaria y reproductora de la subjetividad dominante.
En lugar de intentar desmontar la colosal campaña de desinformación de los grandes medios, algunos intelectuales y militantes políticos colaboran en la administración de la mentira y la banalización. Presentan la realidad venezolana como un embutido en el que se torna imposible reconocer los diferentes componentes. Ensombrecen la claridad. Hacen su aporte al aislamiento de la Revolución Bolivariana. A la pasada defienden la “libertad de prensa”.
En lugar de lucha de clases, algunos intelectuales y militantes políticos tienden a ver “anomalías institucionales”. Sucede que, en el fondo, la lucha de clases les genera pánico, porque saben que, cuando alcanza picos muy altos, no hay posibilidades de síntesis. Es el pánico a la inconsistencia. Les cuesta reconocer el valor político del odio de clase del que hablaba Walter Benjamin. Ahora se lamentan por la descomposición de la polis. Repentinamente han optado por reducir la Revolución Bolivariana a un proceso estatal y gubernamental, olvidándose o negando lo que late y vive por lo bajo.
En lugar de asumir algún grado de compromiso con un pueblo que no se resigna a aceptar mansamente el peso de una posible opresión futura, algunos intelectuales y militantes políticos prefieren minimizar las perspectivas de la lucha y la resistencia actual del pueblo chavista. Se parapetan en el lugar de la “metaposición”, una trinchera tan infalible como improductiva. Y siempre tienen algún punto de fuga hacia otra personalidad. De este modo se preservan puros para futuros experimentos socio-políticos.
En lugar de comprender a un pueblo empecinado en la defensa de un gobierno que, aun a pesar de sus limitaciones, sigue siendo un bastión clave para su autodeterminación, algunos intelectuales y militantes políticos prefieren hacer de cada intervención pública una disputa por mantener la propia aureola.
Lanús Oeste, 10 de mayo de 2017
[1] No incluimos en esta franja a los intelectuales y militantes políticos de la izquierda tradicional y a otros maximalismos dogmáticos y mecánicos, que jamás consideraron a la Revolución Bolivariana un proceso emancipador y tendieron a asimilarla a las denominadas experiencias “progresistas” de la región. No se los puede tildar de oportunistas.