Por Vivian Palmbaum / @vivi_pal
Los tareferos, trabajadores y trabajadoras de los yerbatales, terminaron el año con una medida de protesta por las disposiciones con las que el gobierno provincial de Misiones parece castigarlos, y que dificultan sus condiciones mínimas de subsistencia. Sin acceso a los derechos mínimos, se organizan y visibilizan un reclamo histórico del sector.
En la provincia de Misiones unas 80 familias tareferas terminaron el año con una nueva medida de protesta en la Plaza 9 de Julio de Posadas, capital provincial, donde pasaron Nochebuena y Navidad, sin respuesta concreta por parte del gobierno provincial que decidió retirarles la ayuda alimentaria y asistencial. Las personas que están acampando, cosechadores manuales de yerba mate, provienen mayoritariamente del barrio San Miguel, de la ciudad de Oberá, a la que también se sumaron desde otras localidades productoras.
Son cíclicas las medidas de protesta y reclamos de un sector del trabajo altamente precarizado, que sostiene en gran medida la economía misionera y vive en condiciones de extrema necesidad.
La medida se tomó luego que el gobernador Hugo Passalacqua – a través del Ministerio de Desarrollo Social de la Provincia, conducido por el ministro Lisandro Benmaor-, recortara las tarjetas de ayuda social que reciben las familias tareferas. El gobierno se niega a brindarles algún tipo de ayuda económica, necesaria para que los tareferos y tareferas que trabajan en negro, puedan afrontar el durísimo periodo conocido como “interzafra”. Además a las mujeres les sacaron la tarjeta del Programa Hambre Cero que recibían como ayuda para palear la desnutrición de sus hijos.
Se calcula que en la provincia, el sector está compuesto por unos 15 mil trabajadores y trabajadoras. La producción de la yerba mate está compuesta por colonos o pequeños agricultores familiares, cosecheros y los grandes monopolios dueños de grandes extensiones y políticas públicas que los benefician y que les permiten manejar el mercado laboral a su antojo, porque la necesidad de trabajo y de alimentación no puede esperar.
Quizás un espejo donde mirar las intenciones que se ciernen sobre la legislación laboral a nivel nacional.
La Argentina ya no toma mate
Rodolfo Walsh en el año 1966 escribía el resultado de una investigación que lo internó en el mundo de los tareferos y la producción de la yerba mate. Allí describe esa larga historia: “En esos bosques, que se adensan y prolongan hacia el norte (Misiones), crece todavía un árbol alto y esbelto que los guaraníes llamaron caá y los españoles yerba y que ha sido el motivo central en la historia del Paraguay, de tres estados brasileños y de una provincia argentina. La yerba figura en las crónicas más antiguas y en las listas de saqueo de todas las batallas; hace la riqueza de los encomenderos y después de los jesuítas; mueve contra éstos las invasiones de los “mamelucos” paulistas; su comercio o su cosecha son prohibidos por los primeros gobernantes de estas tierras y por los últimos: desde Hernandarias hasta el doctor Illia, pasando por Belgrano”.
La expulsión de los jesuitas y la destrucción de los últimos pueblos de las Misiones por el general brasileño Chagas, en 1817, ponen fin al cultivo de la yerba en la Argentina, que no se reanuda hasta 1904. Diez años después la producción misionera alcanza su primer tope de mil toneladas. Era una gota en el mar de yerba que entraba de Brasil y consumía el país.
Tareferas y tareferos
Las investigaciones coinciden que en Argentina se produce el 60 por ciento del total mundial de yerba mate y el 90 por ciento de esa producción está concentrado en la provincia de Misiones, mientras que en Corrientes se cultiva el 10 por ciento restante. La zafra comienza en abril y dura hasta septiembre. En ella participan hombres, mujeres y niños quienes conforman el último eslabón en la cadena productiva; se los llama “tareferos”, palabra que viene del portugués “tarefa”, y significa “tarea, obra que se debe concluir en tiempo determinado, trabajo que se hace por empresa o a destajo”. Se calcula que en la provincia de Misiones hay unos 15.000 trabajadores y trabajadoras en esa actividad.
Esta población queda sin trabajo en el período interzafra, está subocupada y en la época de cosecha se rompe el lomo porque es el único momento del año que tiene trabajo asegurado. Es una labor marginal, eventual y mal paga.
Un informe realizado en Jardín América, provincia de Misiones, en noviembre de 2010 antes de la implementación de la AUH, arrojaba algunos datos en cuanto a la edad de los tareferos. Se registró la mínima en 11 y la máxima de 79 años. “Dicen que está prohibido, pero trabajan igual; yo mismo, con 11 años ya tarefeaba”, expresa uno de los encuestados en el informe. El 50% comenzó a tarefear entre los 5 y los 14 años, y más de la mitad aprendió con sus padres. La composición de los tareferos por grupo de edad evidencia que es una actividad que ocupa mano de obra joven, ya que el 76,2% del total tiene entre 18 y 50 años y un 16 % son mujeres.
A pesar de que el 83% lee y escribe, el 60% manifestó como máximo nivel educativo alcanzado la primaria o la Educación General Básica (EGB) incompleta. Son 1.302 los menores que se encuentran en edad escolar (entre 3 y 13 años inclusive) pero el 16,4% de estos menores nunca asistió a un establecimiento educativo. Si bien no hay certezas sobre el impacto de la implementación de la AUH, es visible que no logró alejar a los niños de la producción yerbatera y sus condiciones de trabajo.
La cosecha se realiza con tijera, tijerones y serruchos y también directamente con la mano. (En este caso se arrancan brotes con ramitas aún verdes de menor diámetro y a esta operación se la llama “viruteo”).
Los tareferos ganan según la cantidad de yerba que recogen. La temporada de cosecha dura entre tres y seis meses, en el otoño y el invierno, y el resto del año el trabajador temporario se las debe arreglar para sobrevivir. Tienen que buscarse una changuita, salir con la motoguadaña, el machete, a hacer limpieza de las plantaciones, como la de mandioca.
La Universidad de Misiones afirma que, actualmente, la complejidad de la cadena económica montada en torno a la producción de yerba mate no logra ocultar las profundas desigualdades que persisten; a pesar del transcurso de los años y de los numerosos intentos de regulación por parte de los Estados, los procesos de acumulación y concentración de capital en pocas empresas no se han detenido y lejos están de atender las necesidades y los esfuerzos de miles de trabajadores tareferos y productores yerbateros.
Agremiados
El trabajo de la tarefa unifica a pequeños productores y a los cosecheros. Ambos comparten la suerte de la cosecha y los ingresos insuficientes por un trabajo que en época de zafra tiene poco descanso.
El mercado laboral está compuesto por una gran cantidad de trabajadores, de los cuales solo una parte está registrado y la mayoría trabaja en negro. Ambos comparten las arbitrariedades del mercado, con pocos beneficios.
Los tarefereos se hallan nucleados en asociaciones y federaciones locales y también son objeto de la disputa gremial.
Durante el año 2015, se organizó la Federación de Trabajadores Agrarios. Como parte de esta nueva federación, el Sindicato de Trabajadores Tareferos de Jardín América, Misiones, (SITAJA) junto a gremios de otras 18 provincias, le disputa la agremiación a las y los trabajadores rurales que hasta ese momento tenían un sindicato único: la Unión de Trabajadores Rurales y Estibadores (UATRE) conducido por el dirigente Gerónimo “Momo” Venegas, federada en la CGT. La disputa también tiene inscripción política, ya que esta nueva Federación contó con el aval explícito y la presencia del entonces ministro Carlos Tomada.
Parece no ser suficiente la disputa de agremiación cuando una gran parte de trabajadores constituye un gran mercado informal con condiciones de trabajo y de vida paupérrima, con escasa o ningún acceso a los derechos que dignifiquen la vida de ellos y sus familias.
El mate una de las infusiones de mayor consumo popular, también esconde condiciones laborales y de vida de extrema precarización para las y los trabajadores y sus familias. Mientras que los gobiernos los ignoran, las empresas los someten a condiciones de explotación y precarización laboral y los gremios se disputan su representación. Todo ello se inscribe en la actualidad en una política que ha decidido privilegiar a los dueños de la tierra y los grupos económicos, de manera brutal, sin olvidar que ningún gobierno hasta ahora ha podido modificar una situación que lleva décadas.
Frente a ello los trabajadores se organizan y hacen visible sus necesidades y reclamos de manera colectiva, como única herramienta de lucha.