Por Julieta Lopresto, Nadia Fink y Lisbeth Montaña
Una mirada sobre el documental argentino-palestino “¡Yallah! ¡Yallah!”, donde el fútbol es excusa para hablar del hostigamiento del Estado Israelí al territorio palestino. Es excusa y forma de resistencia desde los ojos de la libertad.
Mientras en estos días el foco estaba puesto en el rechazo al partido amistoso que la Selección Argentina iba a disputar contra Israel, se emitía ¡Yallah! ¡Yallah! (Fútbol, pasión y lucha), el documental dirigido por un equipo conformado por realizadores audiovisuales argentinos y palestinos (Fernando Romanazzo y Cristian Pirovano,Susan Shalabi y A. M. Hijjeh) que trae consigo una perspectiva antagónica a la de los ojos de la diferencia, que nos narra el conflicto palestino desde otro lugar, el fútbol, para demostrarnos cómo afecta todas las esferas de la vida de un pueblo.
El mensaje subyacente del documental constituye un puente que atraviesa continentes y nos acerca a lo que los discursos más propagados intentan ocultar. Palestina es un país reconocido (como observador) desde 2012 por consenso en la ONU y actualmente 180 países los reconocen como un Estado soberano; sin embargo desde 1960 el Estado de Israel ha promovido una serie de políticas de ocupación violentas restringiendo las libertades sociales, políticas y culturales de un pueblo dueño de su territorio desde hace más 2600 años.
Pese a que no sólo con bombas y balas la ocupación Israelí –y sus aliados– masacra día a día a cientos de palestinos y palestinas (se envenenan árboles, se electrifican rejas, se desplazan familias enteras de sus territorios), hombres y mujeres de todas las edades se organizan para seguir combatiendo por restablecer lo que les fue arrebatado. Mientras que para el Estado sionista el fútbol entra en los cánones del “terrorismo”, para los pibes palestinos, desde cada pedazo de tierra, se vuelve trinchera para construir una vía de expresión y resistencia.
El fútbol es parte de una realidad cotidiana que se nos escapa o se nos niega conocer (¿Cuánto indagamos en nuestra vida cotidiana más allá de lo que agencias de periodismo como Reuters o AFP deciden mostrarnos?), las alternativas de rebeldía a la sumisión se multiplican atravesando muros que no empiezan ni terminan en la Franja de Gaza. ¡Yallah! ¡Yallah! nos trae una nueva forma de pensar el conflicto palestino, una suerte de contradiscurso desde donde, sin necesidad de haber hecho foco sobre la sangre en el cemento, se contribuye a consolidar las bases de los actos libertarios.
La pelota no se mancha
La historia de resistencias desde el fútbol es tan antigua como la primera pelota que rodó. Si bien es, también, lugar donde los poderes intentan instalar sus millones, sus discursos y sus distracciones, el juego resiste al negocio y a las bombas. Una cámara que no habla, que sigue las historias de siete personas involucradas en el fútbol palestino y que deja que la historia se cuente desde la cotidianeidad: un jugador de la selección que entrena y recorre canchas barriales, una trabajadora de la Federación de Fútbol Palestina que recibe informes sobre jugadores presos en las fronteras, un hincha que alienta a su equipo e inventa nuevas canciones desde las tribunas… y en el medio, las restricciones fronterizas, el encarcelamiento, los muros, la militarización amenazante, pero siempre siempre, un grupo de pibes que juega a la pelota en algún lugar de la calle.
En 1998 La Federación de Fútbol Palestino (fundada en 1928) ingresaba a la FIFA. A pesar del marco legal que le da la pertenencia al organismo y la Circular 1385 que emitiera en octubre de 2013, para promover que no se interrumpiera el desarrollo del juego en Palestina y, menos, que fuera obstruido por la avanzada israelí; cuando las bombas no caen sobre el territorio, el fútbol se ve diezmado y atacado una y otra vez.
Bajo los pretextos de que los palestinos “utilizan al fútbol para ocultar grupos terroristas dentro de la región” (según dichos del presidente de la Federación Israelí de Fútbol, Avi Luzon), que lanzan cohetes contra su territorio e incluso que utilizan el deporte para difundir propaganda antiisraelí –todo lo cual puede agruparse dentro del argumento siempre bien a mano de: “amenaza a la seguridad”–, perpetúan una serie de medida para restringir el normal desarrollo del fútbol en la región. Es claro que no se trata sólo de una opción deportiva sino de un intento de aislamiento en todos los ámbitos (culturales, deportivos, políticos) y un deterioro del ánimo de la población. Entonces, con la excusa de la “seguridad” es casi imposible conseguir un permiso para la construcción de estadios (tres de ellos quedaron a medio construir) y se interrumpen a menudo la utilización de los que ya existen (varios los cuales ya fueron cerrados, otros bombardeados e incluso clausurados en pleno desarrollo de partidos, como fue el caso del estadio Al-Zaitun en 2013).
El movimiento dentro del territorio de los mismos jugadores palestinos (hay que tener en cuenta que la selección está integrada tanto por jugadores de Gaza como de Cisjordania y el intercambio entre ellos se hace muy cuesta arriba, así como el que puedan entrenar juntos) y la llegada de delegaciones extranjeras de fútbol (por medio de demoras en el otorgamiento de permisos) es otro de los grandes obstáculos implementados por el desgaste israelí. Uno de los casos más puntuales fue en agosto de 2013, cuando la selección juvenil de Iraq fue detenida en el Puente Allenby. Luego de demoras y contrariedades, cuando les otorgaron el permiso de ingreso, hacía ya cinco días que el torneo había comenzado. Y en cuanto a retrasos y desvíos, las donaciones que provienen de la FIFA se demoran de tal manera que los impuestos adicionales exceden la capacidad de pago de la modesta Federación Palestina de Fútbol.
Pero si algo sigue siendo lo más terrible es la constante violación a los derechos humanos perpetrados por Israel: el caso más resonante es el del jugador Mahmoud Sarsak, quien fue encarcelado sin juicio previo –acusado de haber entregado dinero, mensajes y un celular a un militante de Hamas exiliado en Qatar– cuando iba desde Gaza hasta Cisjordania para entrenar con su equipo de fútbol. Pudo salir en julio de 2012, después de estar tres años preso y una huelga de hambre de noventa días (hasta el exfutbolista francés Eric Cantona participó de la campaña por su liberación).
Con una idea en la cabeza, con la cámara en la calle
La producción audiovisual proporciona los elementos suficientes para reflexionar sobre una determinada realidad política. A lo largo de la historia, nos encontramos con una gran cantidad de filmografía que pese a los años no dejó de estar al servicio de la causa revolucionaria y contribuir a la educación política de las masas. Poner contra las cuerdas al cine de denuncia es otro de los recursos para hostigar a quienes renuncian a la complicidad: desde 2011 en Palestina e Irán son innumerables las y los productores audiovisuales perseguidos, apresados, exiliados e incluso asesinados. A los cineastas, tanto como al menos siete futbolistas de la Selección Palestina, se los acusa de atentar contra la “seguridad nacional”.
Salvando distancias respecto de la violencia del Estado sionista, no debe ser inaudita la necesidad de reflexionar sobre la situación en Argentina: evidentemente, acá tampoco el cine es inocente. Los últimos años ha habido problemas graves en la promoción, financiación, producción y exhibición del cine documental. Mientras que el INCAA, en su discurso público, intenta transparentar, industrializar y profesionalizar la actividad que debe fomentar, lo que sucede en la realidad es una parálisis en la capacidad productiva para quienes caminan por fuera de las grandes industrias. Desde hace más de un año se vienen realizando asambleas para reafirmar la defensa de lo que dicta la ley de cine, que contempla la autarquía del incaa y la conformación del fondo de fomento cinematográfico con recursos establecidos por la misma ley. Aun así, el cine “independiente” se ha declarado en emergencia.
Sin embargo, ¡Yallah! ¡Yallah! es una demostración de que toda restricción es poca cuando se apela a la creatividad. Nos hemos acostumbrado a que nos limiten las miradas, a que un lugar en guerra sea un espacio donde la humanidad deviene escombros y este documental precisamente las abre, a través de imágenes cargadas de poesía y desconcierto; esas que solo se dan en contextos de guerra, sí, pero que se complementan con la alegría del fútbol.
En ese contexto, los palestinos deciden seguir jugando. Para que el ataque injustificado y asesino del Estado Israelí no se silencie. Para que siga habiendo una esperanza siempre que la pelota ruede. Para gambetear a la muerte y a los poderes que le hacen el juego a la ofensiva de Israel. Para juntar solidaridades y amontonar reivindicaciones. Para que sus niños y niñas, las mayores víctimas, sigan viendo en su pueblo la resistencia y la fuerza para seguir adelante.
Y en el medio, el ida y vuelta entre allá y acá, lenguajes que pueden atravesar fronteras, herramientas políticas de resistencia, elementos para la reivindicación identitaria, alternativas de reconstrucción cuando nos bombardean la línea de horizonte. Del fútbol al cine, un osado camino donde patear la pelota o cargarse una cámara hombro pueden devenir instrumento para fisurar los muros del sistema.