El 2024 cierra y el ajuste fue y sigue siendo una realidad y un consenso entre distintos sectores. En un escenario donde se aceptó (o se resignó) el ajuste, ¿cuál son los límites de ese consenso? ¿Cómo construir una alternativa que ponga en cuestionamiento que este es el camino?
“… el pueblo aprendió que estaba solo
y que debía pelear por sì mismo y
que de su propia entraña sacaría los
medios, el silencio, la astucia y la fuerza…”
Rodolfo Walsh Un oscuro día de justicia (1968)
Por Pablo Nolasco Flores/ Foto Belén Altamirano
El mandato del ajuste
El 2024 fue el año en el cual se llegó al consenso en el mandato del ajuste. Se impuso una sensación social sobre la aceptación de corregir aquello que se venía haciendo mal. “Estábamos pagando poco”. “Hay que ajustar para corregir”. “Vamos a sufrir, pero luego estaremos mejor”. Sin embargo, ¿cómo estamos tan seguros de que después estaremos mejor? Aceptar el sufrimiento presente para disfrutar las mieles de algo que vendrá – no sabemos cómo- suena a aferrarse a una esperanza. Quizás algo voluntarista. O más bien como expresión de deseo.
Lo que parecería que maduró en la sociedad, en la política ya era consenso -sobre todo en las expresiones liberales-. La motosierra pasó y, si bien hubo muestras de resistencia, no alcanzó para frenarla. Quizás si las dirigencias políticas y sindicales opositoras hubieran puesto un poco más de voluntad en ello, la resistencia habría dado otros resultados. Pero justamente, lo que se escondió detrás fue el consenso político para el ajuste.
El superávit fiscal, la caída del consumo y el desahorro son elementos objetivos que demuestran la eficacia de este consenso. Como en economía política uno más uno es dos, lo que no tiene uno lo tiene el otro. Menos dinero para educación y salud, menos gasto en el consumo popular y el desprendimiento de ahorros – los dólares debajo del colchón- fueron a parar a otros sectores sociales. Es lo que se denomina transferencias de riquezas de una clase a otra. Todos los ajustes apuntan a eso.
Sin embargo, no sólo los liberales cerraron filas alrededor del consenso del ajuste. El peronismo moderó su discurso, aceptó en gran medida la idea de que había que ajustar e incluso comenzaron a plantear la necesidad de adecuar al peronismo a la nueva lógica capitalista. Muchos periodistas progresistas se sumaron a este consenso con la retórica de que era necesario bajar el déficit fiscal. El problema es que los ajustes los pagan los más débiles: trabajadores, desocupados, estudiantes universitarios y jubilados. A pesar de ello, no plantearon otra alternativa, como la de pensar que el déficit fiscal también se puede bajar aumentando impuestos a los que más tienen.
Un consenso es un acuerdo en una idea. La aceptación de un discurso, de una narrativa. Tiene una fuerte carga subjetiva. Pero todo consenso no se da en el vacío. Tiene que encontrar su materialidad porque puede desvanecerse. Entonces, el límite de un consenso está en los logros materiales de ese discurso. Y hay que decirlo: la sociedad Argentina ya tiene una gran experiencia en la historia reciente con los discursos que no resuelven los problemas materiales. El límite de los narrativos está en el bolsillo.
¿Cómo llegamos al consenso del ajuste? En primer lugar por una condición objetiva. La sociedad argentina es una sociedad ajustada (Bartolotta, Gago y Sarrais Alier, 2019). Pero además, hay una narrativa construida desde arriba, de los sectores dominantes, que fundamenta y explica porqué era necesario aplicar un ajuste: una economía estancada, con una sociedad cada vez precarizada, con un estado que decía estar presente y no funcionaba y un sector, denominado casta, que era la responsable de tal situación. Cuando Milei se refería a ellos metía a todos en una misma bolsa: la clase política – sobre todo el ala distribucionista del peronismo-, el Estado, los empleados del estado, los trabajadores sindicalizados, etc. Esto quiere decir que a una realidad objetiva material se le suma una explicación, de sentido común por cierto, pero que logra ser interpretada por un sector mayoritario de la sociedad. Veníamos mal y sabemos por qué. Entonces hay que ajustar.
¿Cuál es el límite del consenso del ajuste? Si el consenso del ajuste se logra por la coincidencia entre realidad material objetiva y discurso narrativo, el mismo puede fisurarse si no hay una transformación. Si no hay salida a esa realidad el discurso cae en un saco roto y la esperanza se convierte en una nueva frustración. Esa salida es la estabilización económica. Vivir sin inflación. Todavía no se puede decir que eso esté ocurriendo. Aún es endeble. Pero además de la estabilización hay que mejorar la vida material. Esto implica volver a consumir. Algo que las clases dominantes le otorgan a las clases dominadas para poder gobernar. Entonces la salida sería estabilización y consumo. Y por ahora eso no se ve. Para eso la economía tiene que crecer. Y de nuevo, por ahora eso tampoco se ve. Ni siquiera está en la imaginación la manera en que ese crecimiento puede darse. Porque en Argentina el mercado interno tiene un rol dinámico para generar ese crecimiento y el consumo y, por ahora, no hay un elemento que pueda explicar la posibilidad real de que se dé ese proceso.
Una estabilidad inestable
La manera en que el gobierno de Milei desaceleró la inflación demostró que esta no era producto de la emisión momentánea como algo en sí mismo. Quedó en evidencia que el problema del aumento general de los precios de la economía se basaba en la imposibilidad de aplicar un ajuste en los ingresos de los sectores populares en el marco de un estancamiento económico con escasez de dólares. La inflación estaría siendo “domada” porque el ajuste se está bancando y, además, se produjo un ingreso de dólares de corto plazo producto del blanqueo. El dólar barato en un marco de recesión económica, explica la reducción de la inflación.
¿Podrá seguir sosteniendo este dólar barato hasta las elecciones legislativas sin sufrir sobresaltos y sin perder divisas? Si llega plata vía endeudamiento quizás pueda seguir sosteniéndolo e inclusive pensar en salir del cepo. El año que viene se cree que la cosecha va a ser una de las mejores de la historia. Pero, ¿a este dólar atrasado van a liquidar igual los productores? Mieli prometió quitar retenciones. Esto implicaría menos ingresos fiscales, entonces, ¿el 2025 será el ajuste del ajuste? Si en el 2024 la estabilidad se basó en el consenso del ajuste. ¿Dónde va a radicar la estabilidad en un año electoral sin mejora material?
Imaginación política en la inestabilidad
El capitalismo argentino todavía no encuentra una salida para que funcione tal como así lo desean los dueños de todo. Un país reprimarizado que viva de la renta de la exportación de bienes naturales, donde una gran masa de la población soporte acepte vivir en condiciones de informalidad, con sueldos bajos y sin un marco regulatorio para que los sectores de baja productividad laboral puedan funcionar. Si bien, en los últimos años se ha avanzado en grandes transformaciones regresivas en ese sentido, Argentina todavía conserva ciertos niveles de vida que otros países de latinoamérica no gozan.
Milei termina su año con cierto nivel de sinceramiento y promesas de que algo mejor vendrá. Y cuando los políticos prometen algo y luego no lo cumplen los problemas se pueden acelerar. En una entrevista reciente con el The Wall Street Journal prácticamente sostuvo que para que su programa económico funcione necesita de la ayuda de Trump para un nuevo acuerdo con el FMI. Además, volvió a reforzar la idea de que los salarios se están recuperando y que la pobreza está bajando. Milei necesita mostrarse triunfalista para seguir manteniendo esa esperanza. Festeja cada puntito de la inflación que baja como si fuera el triunfo del programa económico libertario y la instalación de un nuevo modelo de país. Esto puede encontrar su límite. Todas las transferencias de ingreso terminaron en conflicto social tarde o temprano. La sociedad argentina no se banca mucho tiempo sin consumir. Es por ello que el experimento liberatrio puede fracasar. Pero si fracasa, ¿hacia dónde vamos, con quienes y para qué?
Hace varios meses Mario Santucho hijo viene sosteniendo la idea de que a esta etapa la tenemos que pensar en función de un nuevo horizonte. El descontento y el malestar son sensaciones que todavía siguen presentes y corren el riesgo de profundizar si este gobierno fracasa. Defenderse y proponer dice Santucho. Hay algo de la experiencia reciente peronista que no va más. Entonces, si uno quiere hoy intervenir en el descontento, no se le puede ofrecer como alternativa lo que estaba antes, porque hay amplio sector social que no quiere volver ahí.
Durante el 2024 nos juntamos, algunos espantados, otros pesimistas, a tratar de encontrar las explicaciones de como una propuesta de gobierno ultraderechista llegó a ocupar el poder en Argentina. Podemos leer esto como una derrota, pero no estamos derrotados. El 2025 se abre con esta estabilidad inestable. Entonces, que la inestabilidad nos encuentre en las luchas. Pero que también nos encuentre en la imaginación política para formarnos y escuchar. Como dice Walsh, “sacar los medios, el silencio, la astucia y la fuerza”. Porque ahí puede radicar nuevos valores, una nueva ética de lo que luego serán nuestros horizontes.