Por Aluminé Cabrera desde Chiapas, México / Fotos: Mateo Manfredo
Cuatro mujeres indígenas rescatan y construyen con lenguaje teatral, corporal, visceral, experiencias propias de su historia o de otras mujeres, también indígenas, también pobres. Cómo reflejarnos y ser todas en un mismo mundo.
Ya escribí sobre esto. Sobre esta misma obra, sobre esta compañía, sobre este mismo proceso de creación. Y, sin embargo, podría escribir muchas veces más. Porque con cada nueva mirada, porque cada vez que me asomo nuevamente a esta propuesta, se multiplican los sentidos y los sentires, el espejo se ensancha. El espejo que me devuelve un poco de mí -ser mujer, expuesta a las violencias multifacéticas y cotidianas- pero que a su vez me interpela porque no soy pobre, porque no soy indígena, porque más de una vez he actuado desde un lugar clasista y eurocéntrico. He sido víctima y victimaria.
Durante el festival CompArte por la Humanidad “Frente al capital y sus muros, todas las artes”, que se realizó la semana pasada en San Cristóbal de las Casas y en el caracol zapatista de Oventic, en Chiapas, en el sureste mexicano, se presentó nuevamente la obra “Todavía” de la compañía teatral Xolobal Ant’z. En ella, cuatro mujeres indígenas rescatan y construyen con lenguaje teatral, corporal, visceral, experiencias propias de su historia o de otras mujeres, también indígenas, también pobres. La puesta retoma, además, un fragmento del libro “Oficio de tinieblas”, de Rosario Castellanos, y concluye con el final del libro “Mujeres de maíz”, de Guiomar Rovira.
No se trata de una crítica de la puesta. Tampoco de un anuncio para su próxima función. Es esto, más bien, un intento de describir una experiencia que no sólo tiene que ver con asistir a un espectáculo sino a una reflexión conjunta y comunitaria sobre nuestros modos de pensar y considerar a los pueblos originarios y, más que nada, a las mujeres de los pueblos. La foto abusiva que tomamos de las trabajadoras de los mercados, el desprecio con que el Estado les niega atención médica y sanitaria, el precio injusto que aspiramos a pagar por sus producciones artesanales, el desplazamiento inevitable que las obliga una vida citadina agotadora. En México pero también en Guatemala, Perú o Bolivia, por nombrar algunos países de Nuestra América, ¿cómo convivimos con esas otras realidades?
El grupo
Xolobal Ant’z, que en lengua tzotzil significa “reflejo de mujer”, nació en el hogar comunitario Yach’il Antzetic de San Cristóbal de las Casas. Mujeres solas embarazadas llegan al hogar adonde reciben atención prenatal y durante el parto, asistencia psicológica, afectiva y económica.
Gabriela Ottogalli, actriz, profesora y directora de teatro, generó allí un taller de teatro que devino luego en la formación de la compañía y realización de las tres obras que han mostrado hasta ahora, más una cuarta en proceso de creación. “El cuidado en lo que hacemos es nuestro cuidado también. Los detalles en la escena, el vestuario, los objetos, la palabra, el movimiento… Todo hace a nuestro oficio. El momento de compartir a público nos completa y nos alimenta. Un ida y vuelta. Luego volvemos al lugar de ensayo inspiradas para seguir. Y espacios como el CompArte nos recuerdan que no somos solas”, dice Gabriela.
La obra
Antonia Gómez Girón, Martha Gómez Díaz, Elvira López Gómez y Dalia Pérez, dan palabra, voz y cuerpo en “Todavía”. Son mujeres de comunidades indígenas del interior chiapaneco que viven hace muchos años en la ciudad, San Cristóbal.
A lo largo de la obra, muestran con humor, con calidez, con veracidad feroz y, sobre todo, con un impecable desempeño actoral, escenas y jirones de vida de mujeres indígenas. La turista que fotografía a la indígena, la joven con su bebé a cuestas que debe lidiar con el personal burocrático de una salita de salud, la madre que despide a su hija que irá a la ciudad a trabajar de empleada en una casa de familia. Luego, un momento al son de tambores, en el que enmascaradas simbolizan a través del cuerpo las opresiones y humillaciones.
“Quedan muchos todavía. Muchoas señores y señoras abusivos. Todavía nos humillan por ser mujeres. Por ser indígenas. No es paz así. Pero nuestro corazón ya no es el mismo. Ni nuestro pensamiento. El corazón y el pensamiento de muchas mujeres indígenas ya no es el silencio”. Así expresan con su voz el relato con el que Guiomar Rovira finalizaba, en 1997, su libro “Mujeres de maíz”.
Como cierre, en la compañera voz de Maruca Hernández Ramos, suena “Mujer”, aquella canción que escribió Gloria Martín y que popularizó Amparo Ochoa: “ mujer, si te han crecido las ideas/ de ti van a decir cosas muy feas”.
Las propias palabras
Se prenden las luces. El público visiblemente afectado. Algunas personas se secan las lágrimas, otras miran un punto fijo, ahí adonde las llevó la reflexión. Nos hemos sentido interpeladas, interpelados. De a poco, se acercan a las actrices, las felicitan o les hacen una devolución. Les agradecen.
-¿Cómo se sienten respecto a tantas personas que las felicitan, que se sintieron identificadas y que les comparten sus experiencias?
Dalia: Me he sentido cobijada. Estar en este espacio es un sueño, como también que todos te puedan escuchar y cuando te escuchen algo que es tan fuerte puedan abrazar tu corazón. Entonces es mucha emoción pero a la vez hay que aterrizar porque la realidad afuera sigue, la lucha y la realidad siguen allí afuera. Y hay que seguir trabajando.
Elvira: Creo que a todas nos pasa lo mismo, mostramos lo que a nosotras nos pasa o nos pasó pero también seguimos viendo que esto sigue ocurriendo. Sientes alegría cuando compartes pero cuando vuelves a la realidad es un poco frustrante sentir esa impotencia de no poder hacer algo más.
-¿Que aporte sueñan con hacer a través de esta obra, del teatro, de su tarea? ¿Qué les gustaría que se transforme a partir de lo que hacen?
Dalia: Son muchos los sueños. Quizás la utopía es que a través del teatro pudiéramos cambiar este nuestro entorno, que no hubiera más discriminación. Siendo más realista sueño que realmente nuestra palabra pueda llegar a otras personas, que a través del teatro las personas puedan tomar la palabra e ir replicando. Y que otros puedan decir su palabra, que no se queden callados.
Elvira: En principio, aspiro a que mi pueblo vea cómo nos tratan. Segundo, buscamos mostrar que nosotras ya no vamos a dejar que nos humillen. Sueño con que a través del teatro podamos estar unidos, por ser indígenas, por ser comunidad. Que ellos puedan ver que venir a la ciudad no es fácil, que sufrimos maltrato. Y que por no hablar español no significa que no nos podamos defender. No nos queremos calladas, ya no nos quedaremos calladas ante la injusticia.
Antonia: Como dice mi conpañera, queremos mostrar que no nos dejaremos discriminar, humillar. Y mostrar también que no tenemos los mismos derechos que los mestizos.
-¿Cómo vivieron actuar en el Comparte, frente a los y las compañeras zapatistas?
Marta: A mí me da mucho gusto que haya tanta gente que sigue luchando en contra de la discriminación y a favor del pueblo indígena. Me hace muy feliz a pesar de que yo quizás ya no muy estoy adentro, pero esto me recordó cuando era niña y me iba a Oventik con mis tíos, una alegría que yo viví de chiquita. Y sé que ellos están luchando por los pobres.
Antonia: Pues me sentí muy contenta, ya es la segunda vez que estoy aquí. Lástima que no podemos ir más a las comunidades, porque es allí sí que pasa mucho la discriminación. A mí a veces me da tristeza recordar. Estoy muy agradecida con la gente que vino a vernos.
-¿Qué significa para cada una de ustedes ser mujer e indígena?
Dalia: Por un lado, no sé porqué habría que calificarlo como algo diferente. Soy una persona, respiro, camino como todos. Sí es verdad que tenemos una cultura distinta, costumbres distintas. Y ser mujer indígena, bueno, en Chiapas es muy rico culturalmente, en mi caso vengo de una familia que me ha compartido sus historias. Pero también está la parte de sufrimiento. Es mas fácil para un hombre de comunidad indígena poder salir a la ciudad que para una mujer, porque si ella sale a la ciudad ya se dice que se fue a buscar hombre, por ejemplo.
Marta: Para mí ser mujer indígena es algo que me hace feliz porque ahorita sé apreciar lo que soy, mi lengua que hablo. Antes me avergonzaba, no quería ser indígena. Ahora no, porque sé que hay tanta riqueza dentro de mí, mi cultura, mi tradición, mi traje. Creo que todos valemos lo mismo.
Antonia: Yo me siento orgullosa de ser indígena, no me da vergüenza, me gusta mi lengua, mi traje.
Elvira: Ser una mujer indígena significa que sé de donde vengo, como crecí. Estoy feliz por lo que soy, sé cuanto valgo y que las cosas se obtienen aprendiendo, al igual que le sucede a todos. En todas partes, adonde sea que quiera ir, seré una mujer indígena. Soy una mujer que me valoro y sigo aprendiendo. Todos somos iguales.
Leé las notas cobertura del #CompArte2017 en: http://www.marcha.org.ar/tag/festival-comparte/