Por Gonzalo Reartes
Radiografía de la obra de este personaje que abarcó la filosofía, el lenguaje, el arte, la arquitectura, la fotografía, la historia, el misticismo judío y el marxismo; escritor que además fue influencia en las obras de autores contemporáneos.
“En los temas más importantes
yo siempre procedo de manera radical,
pero nunca coherente.”
A principios de la década de 1940, Walter Benjamin comienza a trabajar en su última obra y, quizás, la más conocida: Tesis de la filosofía de la historia. Compuesta por 18 tesis breves, el propósito general era constituir una armadura teórica provisional para el papel central otorgado a Baudelaire en otro proyecto. Pero, de la misma manera, era una respuesta a la nueva guerra, al sintetizar toda la experiencia de la generación a la que perteneció. En una carta a Adorno, se nos revela que no fue escrita para publicarla. “Temo que se malinterprete la relación que allí se establece entre la teología y el materialismo histórico.” No estaba errado. Sus textos han sido interpretados de mil maneras distintas. En concreto, estas tesis remiten inevitablemente a las Tesis sobre Feuerbach de Marx, en particular la última: “Los filósofos sólo han interpretado el mundo de diversas maneras; lo que debemos hacer es cambiarlo.”
Los escritos de Walter Benjamin son complejos, oscuros y muy profundos. Es difícil definirlo en términos concretos en su tarea como filósofo. Más bien pensemos en él como un crítico cuya obra abarcó la filosofía, el lenguaje, el arte, la arquitectura, la fotografía, la historia, el misticismo judío y el marxismo. Es en éste último donde pretendemos detenernos para desglosar sus peculiares aportes basados en la lectura y relectura del libro Historia y conciencia de clase, del filósofo húngaro Georg Lukács, a quien Benjamin le debe sus primeras aproximaciones al marxismo.
Lukács se opone al marxismo científico y sus distorsiones en pos de restaurar la categoría de la totalidad en la posición central que tenía en las obras de Marx. Totalidad significa ver todo a la vez, en toda su complejidad. Según Lukács, a la realidad debe dársele una forma coherente, es decir, conferirle un sentido a la cultura a través de la totalidad y de considerar al proletariado como sujeto de la historia. “La diferencia decisiva entre el pensamiento marxista y el burgués no está dada por la primacía de las motivaciones económicas en las explicaciones históricas. La diferencia radica en el concepto de totalidad, la generalizada supremacía del todo respecto de las partes.”
Desde la perspectiva de Lukács, el hombre vive alienado en el mundo y en busca de la integridad. Según él, ésta podía lograrse merced a la tarea histórica del proletariado: la revolución. Puede decirse que Lukács le proporcionó a Benjamin una sofisticada teoría neomarxista de la cultura como una fuerza socialmente mediada que podía negar el status quo, y no como algo meramente ideológico que debía descartarse, sobre a todo a partir de ciertos conceptos claves como la mediación y la cosificación.
La mediación reconoce que la particular inmediatez de los hechos es permanentemente superada por la realidad total en su proceso de devenir. No hay hechos sociales, no hay faceta de la realidad social que un observador pueda entender como definitiva o completa en sí. La única forma que debe tomar la conciencia proletaria para dar cuenta de esta superación de la inmediatez es la del Partido Comunista. Benjamin escribirá “Para Lukács, el proletariado es a la vez sujeto y objeto de la historia. El partido Comunista es la propia voluntad del consciente total del proletariado.” Podría decirse que Lukács buscó expresar el idealismo alemán hegeliano de concebir a la libertad como una realidad objetiva y un producto de la humanidad misma.
La cosificación fue la mayor preocupación de Lukács. Ésta, en la etapa capitalista de la historia, transforma a los seres sociales en cosas y vacía al mundo de sentido. Todo se cosifica y se vuelve mercancía. Así, el mundo, como producción humana, se vuelve un lugar hostil y ajeno. En Hegel se conoce como alienación, y en Marx toma forma como el fetichismo de la mercancía. Benjamin parte de este concepto para preguntarse; ¿Qué sucede con la cultura? ¿También se cosifica por completo? “Es el error de los marxistas vulgares, que reducen la cultura a un mero reflejo de la base económica material.”
Benjamin desarrollará luego el concepto de “violencia soberana”, según el cual a la violencia instrumental del Estado policial liberal, opone la violencia soberana de la huelga general del proletariado. “El Estado moderno se basa en la legitimación legal de la violencia, encarnada en la propiedad privada y custodiada por el poder espectral de la policía. La huelga general inaugura nuevas condiciones de la experiencia.” Puede decirse que asume cierta postura anarquista respecto al Estado liberal moderno.
En su texto El capitalismo como religión, Walter Benjamin critica a weber por el conservadurismo de su análisis. “El capitalismo es una religión sin precedentes. No pretende reformar la existencia sino su absoluta destrucción.” Benjamin postula que en el capitalismo se da la “expulsión de la desesperación”, un peculiar estado en el cual la desesperación misma se transforma en una condición religiosa del mundo, con la esperanza de ser el camino hacia la salvación.
Hitler llega al poder. Su vida corre grave peligro. Hacia mediados de 1939, la Gestapo quería expatriarlo. Esto era una noticia tremenda para un judío que militaba activamente en los círculos comunistas. Se reúne con Adorno en París y éste le suplica que escape a Nueva York, pero Benjamin se niega. Francia es derrotada en mayo de 1940, los alemanes ocupan París en junio. La Gestapo allana su departamento. La única salida era dirigirse al sur y cruzar los Pirineos para llegar a España. Logra cruzar la frontera española pero el gobierno revoca súbitamente todas las visas para pasajeros en tránsito, lo que arruina su posibilidad de llegar a Lisboa y de allí partir hacia los Estados Unidos. Las autoridades deciden que los refugiados debían regresar a Francia al día siguiente. Esa noche, Benjamin, desesperado, enfermo y exhausto, toma una sobredosis de morfina. La fecha oficial del deceso es el 26 de septiembre de 1940. Tenía 48 años.
Pero no es el final. Nos quedará siempre la Tesis IX. El cuadro de Paul Klee, Angelus novus. Así debemos imaginar al ángel de la historia: su rostro está vuelto hacia el pasado. En lo que para nosotros es una cadena de acontecimientos, él sólo ve una sola catástrofe que acumula a sus pies ruina sobre ruina. “Una tormenta desciende del paraíso. Y es tan fuerte que el ángel no puede plegar sus alas. La tempestad lo arrastra hacia el futuro con sus alas vueltas hacia atrás. Tal tempestad es lo que llamamos progreso.”