Mucho se dijo del “voto joven” durante las últimas semanas. Mientras las y los candidatos se centraron en campañas “creativas” para atraer a sus votantes más jóvenes, los principales análisis les subestimaron y responsabilizaron de los posibles escenarios de crisis política. Pero, ¿Qué lugar real tienen las juventudes en las elecciones? En esta crónica, una experiencia que hace del voto “secreto, universal y obligatorio”, un acto de construcción colectiva de ciudadanía.
Por Paula Shabel (*) | Foto: Marcelo Aguilar
Nadie estaba realmente entusiasmadx por ir a votar. Nos movilizaba el espanto, la sensación de que a cada paso se nos privatiza la existencia, la tristeza de una ciudad exclusiva para seres de plástico que no se manchan, no se agitan ni enojan ni sueñan demasiado. Las encuestas ensombrecían nuestras fantasías de plaza, de picnic nocturno al lado de algún árbol. Nos dolía la piel de tanta gente sin techo y nos ardían las ideas de tanta policía en la calle. Nuestro propio suelo porteño cada vez más enemigo. Ningún voto podría paliar tanta mierda.
Pero el día estaba espectacular. El sol calentaba los cuerpos y daba ganas de estar ahí afuera haciendo algo. Salir a dar una vuelta, pedirse una medialuna barata en un bar y admirar la misa democrática que se engrosaba en cada escuela del barrio. Miles de personas saliendo a hacer una fila para decir algo, para plantarse en el idioma que nos presta la estatalidad, que no es el nuestro pero que hace falta. Nosotrxs preferimos los cantos del tumulto que marcha de Congreso a Plaza de Mayo, preferimos la masa, la marea que se para en la puerta de algún ministerio, perdernos en esa horizontalidad amorfa de la heterogeneidad pueblo cuando grita aparición con vida o cuando celebra algo que pasó. El poder prefiere hablar en votos, pero suele escuchar más cuando hacemos sonar los bombos en multitud. Así que procuramos hacer las dos cosas, para encarar por todos los frentes y hacernos de las mejores trincheras en cada lado. No pasarán. O eso intentaremos.
Así que era domingo y había que ir a votar unas internas abiertas en las que nadie pidió participar. El ritual complejizado por las medidas sanitarias y la confusión generalizada que nos dejó el año y medio de encierro. Ya no sabemos qué hacer cuando vemos mucha gente junta, nos olvidamos y ahora nos da ansiedad. Respiramos hondo y repetimos en mantra menos mal que estuvieron las vacunas. Entonces nos vibra un entusiasmo electoral, vamos que esto se podría poner peor. Armamos el plan con la familia porque nos toca en la misma escuela, o con quien sea que hayamos pasado la noche anterior, hacemos el mate y salimos. Nos juntamos después con las amigas, esperando que se termine la ridícula veda alcohólica para compartir unas birras.
Yo me encontré con lxs pibxs en el barrio. Con ellxs, que nunca habían votado y que nunca se habían sentido realmente invitadxs a hacerlo, que no sabían ni dónde buscarse en los padrones y que se animaban a decir en voz alta que no entendían bien qué estaban eligiendo. La cita era a las cuatro. La mitad no bajó porque había ido a votar más temprano y le dio fiaca volver a salir. La otra mitad no tenía ni idea de qué boleta elegiría una vez adentro del cuarto oscuro.
“¿Saben que en realidad no es oscuro el cuarto, no? “
Lxs pibxs me miran con condescendencia por el chiste malo, pero aceptan que busquemos desde el celular una página en internet con las 14 listas que se presentan en CABA. Para saber quiénes son por lo menos, qué piensa cada unx. De algunas personas no teníamos ni idea, no pudimos encontrar un solo dato sobre sus propuestas para la ciudad. Las descartamos con resignación. Vimos una por una las listas rojas, después dijimos liberalismo y al final peronismo. ¿Qué nos espera con cada candidatx?, ¿Qué dicen de la vivienda, de las casas tomadas?, ¿Qué chances tienen de llegar al congreso y proponerse u oponerse? Un embudo del pensamiento pragmático que termina casi siempre en el mismo lugar (que no es el fascismo libertario, no fueron por ahí todxs lxs jóvenes del mundo, no simplifiquemos las edades de la vida en fórmulas estandarizadas). Discutimos un toque, nada demasiado profundo, que ya son más de las cuatro y hay que pasar por varios colegios para que todxs emitan su voto.
No sé cómo lo logramos en ese tiempo escaso y con el malestar en el aire de tanta gente que no se aguanta cuarenta minutos en un permanecer que produce ciudadanía, pero al final del día todxs habían estrenado su derecho. Más acostumbradxs que nadie a esperar que el Estado responda, no se hicieron ni un segundo de problema por las filas. Charlaron, entraron y eligieron alguna lista. Después nos fuimos a tomar un helado y discutir un rato más. De repente ir a votar era el mejor plan de día posible.
(*) Educadora de AulaVereda