Por Fernando Sierra / Fotos por Marita!
El 4, 5 y 8 de junio pasados tuvieron lugar las apelaciones a las condenas por los asesinatos de los tres jóvenes militantes en la ciudad de Rosario. Como lo hicieron durante un mes en diciembre pasado, miltantes, familiares y compañeras y compañeros de Jere, Mono y Patóm instalaron una carpa en las puertas de los Tribunales para sostener que siga siendo justicia.
Como quien vuelve al barrio donde ya vivió tiempo atrás, o a la misma casa de veraneo de todos los años, se los vio llegar. Se instalaron e hicieron propias esas enormes baldosas para poner a descansar bolsos; ollas; utensilios de cocina; y porque no –aunque sea por un instante– 41 meses de infatigables caminatas por justicia y dignidad.
Esas mujeres y varones –e infinidad de niñas y niños sin tantos juguetes, pero atiborrados de sonrisas– volvieron a compartir su cotidianeidad con aquella geografía, ahora, conocida. Ya no hay que preguntar cuál es el quiosco más cercano; dónde para el bondi que me lleva hasta el laburo; cuál es el horario en que el bullicio despierta hasta el más remolón de los trasnochadores.
Ahora, se los pudo ver más duchos en armar carpas, en manipular caños larguísimos o en ornamentar una vereda oscura –como la ética de algunos abogados penalistas–. Además de tristemente familiarizados en cruzar miradas con asesinos que juegan a “buenos pibes laburantes”. Los que, mientras dejan caer lágrimas, explican cómo de la venta de pollos y el reparto de bebidas, pasaron a los edificios lujosos y a manejar autos de alta gama. Siempre repitiendo el relato guionado, estudiado y muy bien ensayado que, ante la sencilla pregunta de algún juez, parece romperse en mil pedazos. Hasta que se vuelve a reconstruir, hurgando en algún rincón de la memoria, trayéndolo a los tirones, para dar una respuesta tensa y convertir, así, todo ese despliegue en el accionar característico de los más inverosímiles actores dramáticos.
Aquello ya es parte del paisaje, de la jornada diaria, de la vida en la “carpa del aguante”. Como apodó, a la estructura que se erguía en la puerta de los Tribunales Provinciales, el diario más leído de la Ciudad de Rosario. Han pasado exactamente seis meses de la histórica sentencia por el Triple Crimen de Villa Moreno, donde se condenó a Sergio “Quemado” Rodríguez, Brian “Pescadito” Sprío, Daniel “Teletubi” Delgado y Mauricio “Maurico” Palavecino a penas de 32, 33, 30 y 24 años de prisión, respectivamente; por encontralos culpables de asesinar a los militantes del Movimiento 26 de Junio; Jeremías Trasante, Claudio Suarez y Adrián Rodríguez, el primero de enero de 2012. Jere, Mono y Patóm, como les decían sus familiares, amigos y compañeros. Y como los siguen recordando.
En las entrañas de la Justicia
El jueves 4 de junio, luego del verano y llegando a las postrimerías del otoño, todos esos corazones se volvieron a encontrar por aquellos lares, aunque ya se venían viendo. Las audiencias orales de apelación por la sentencia del Triple Crimen de Villa Moreno fue la cita, que se desarrollaron el 4, 5 y 8 pasados En esa oportunidad, las Defensas expusieron sus “agravios”, basados en planteos de nulidad respecto de distintos actos probatorios y cuestionaron la valoración de la prueba realizada por el Tribunal en la Sentencia. Y también, por si no prosperan sus planteos, solicitaron la reducción de las penas impuestas por los Jueces de primera instancia.
Después fue el turno de las partes acusadoras: el equipo de abogados querellantes (compuesto por Antonio Ramos, Federico Garat, Norberto Olivares y Jessica Venturi) y la Fiscal de Cámara María Eugenia Iribarren, junto a los fiscales de grado Nora Marull y Luis Schiappa Pietra, rebatieron con contundencia cada uno de los argumentos esgrimidos por los Defensores, destacaron la fortaleza de una sentencia motivada tanto fáctica como jurídicamente y enfatizaron la legalidad del frondoso caudal probatorio y la valoración de la prueba realizada por los jueces en el fallo.
Pero además, y no por eso menor, se expuso sobre el sentido de justicia que demostró la sentencia dictada, y se justificó ampliamente la necesidad de que las penas impuestas sean confirmadas.
Y se fue por más: se planteó la necesidad de revisión de las absoluciones que oportunamente el Tribunal de primera instancia le concediera a Brian “Pescadito” Sprio y a Daniel “Teletubi” Delgado, por el delito de portación ilegítima de arma de fuego considerada de guerra.
Después de arduas jornadas y finalizado el debate en esta instancia, el Tribunal de Apelación dispuso que, dentro de los plazos legales, notificará la fecha en que dará lectura a la resolución a la que arriben.
Mientras esto pasaba adentro, afuera, entre mates, lágrimas y mucho orgullo; familiares de víctimas, que vienen luchando por justicia se juntaron a compartir su experiencia de lucha. Entre ellas y ellos Juan Ponce (hijo de Mercedes Delgado), familiares de Emi y Facu y amigos de Jairo Trasante.
“Jere, Mono y Patóm – No transamos con la impunidad”, rezaba el pasacalle en la esquina de Avenida Pellegrini y Balcarce. Las mismas coordenadas, donde seis meses atrás, el 4 de diciembre de 2014, finalizaba un acampe de un mes con una sentencia inédita en la Provincia de Santa Fe, que graficó con contundencia las potencialidades de una experiencia popular nacida desde el corazón mismo de los entornos periféricos. Esos mismos territorios donde otros solo ven conflictos y la explicación de todos los males. Esos mismos sitios desde donde se supo mostrar no sólo la voluntad para torcerle el brazo a la impunidad, sino también que los otros mundos posibles empiezan en éste, y que de eso se trata la construcción cotidiana.
Seis meses pasaron de aquel mediodía de diciembre hasta hoy, y con el tiempo, esa adición de corazones rebalsados de convicciones, de esperanzas y de luchas, ya no son los mismos. El verano los despejó, los entristeció, los llevó a tocar fondo y los empujó a salir adelante. El otoño los volvió a enamorar, los endureció tiernamente, les enseñó a no dudar e ir hasta el final. Además, trajo consigo el arribo de otros pequeños corazones que, acobijados entre mantas y chupetes, ya se alimentan del calor que emana el defender lo que es propio, de los pibes de Moreno, de todos los jóvenes y de todos los rosarinos: la Justicia.
Porque, como en esas inolvidables jornadas del último diciembre se hizo Justicia y se hizo historia, no cabían dudas de que lo que seguía era defender esas conquistas.