El apresamiento de barras de River junto a la detención de hinchas comunes y el allanamiento de ayer ponen sobre la mesa el tema que nunca se termina: los barrabravas y su connivencia con dirigencia y policía. Una líneas para que la hipocresía no gane las canchas ni las letras.
Por Gabriel Casas / Foto por Gustavo Garello
“Esto es herencia, herencia y herencia. Por más que me saquen a mí de la tribuna, otro va a ocupar mi lugar. Así no van a solucionar la violencia en el fútbol”, decía hace años el sociólogo barrabravista Rafael Di Zeo, jefe de La Doce de Boca. Y hay que darle la razón a alguien que conoce bien de adentro el entramado del armado de las barras bravas que ahora tienen en vilo al gobierno de la provincia de Buenos Aires y al de CABA con la interna feroz y salvaje en la vereda de enfrente: la de River.
Es que las barras nunca se fueron. Siempre estuvieron adentro de la cancha o desde afuera manejando su negocio por sus jefes. El gobierno de María Eugenia Vidal pone en su publicidad de la campaña electoral la lucha contra los barrabravas como uno de sus logros de gestión. Eso de la aplicación del derecho de admisión para dejar afuera de los estadios a los integrantes más conspicuos. Son los que tienen causas judiciales. Una engaña pichanga. Esconder la basura debajo de la alfombra.
Por más que los jefes no puedan ingresar, siguen manejando todo desde afuera. Recaudan con los puestos de comida en los alrededores (algunos directamente son suyos o reciben el canon que les “corresponde”), los estacionamientos de los autos en las calles linderas, la reventa de entradas que le bajan desde el propio club e incluso sus incursiones en el narcotráfico. Todo en connivencia con la policía de cada jurisdicción.
Pero ahora que están asustados por la repercusión (en la previa de dos River-Boca por la Copa Libertadores que conmocionan no solamente al ambiente futbolero) salen a cazar barras y también aplican la represión policial en el ingreso o el egreso de los estadios. Cualquiera que vaya a un estadio en la provincia de Buenos Aires sabe del trato inhumano a los hinchas “comunes”. Siempre salen a la luz en videos que registran los propios simpatizantes. En especial en la zona sur. Entonces, como un involucrado es el primo del ex futbolista millonario Jonathan Maidana, al que lamentablemente le destrozaron la pierna de un disparo, los medios se hacen eco de la brutalidad policíaca.
Y, por otro lado, están los relatos: tomamos con normalidad que se hable con tanta liviandad de “barra oficial” o de “barra disidente” en todos los medios hegemónicos. Si hay una barra “oficial” es porque los dirigentes de ese club (por medio de un allegado para tal cuestión) deciden a dedo a quién darle el dinero y las entradas para la reventa. Y la “disidente” es la que quedó afuera del negocio y lo quiere recuperar. ¿Y cómo se dirime entre ellos? En emboscadas y a los tiros con un arsenal a disposición.
Los borrachos del tablón y la jarra rota
Después de que cayó en desgracia Caverna Godoy, en la previa a la final del superclásico que nunca se jugó en el Monumental (por eso mismo), hubo una especie de vacío de referencia en la barra de River. La fracción de “Los del Oeste” y que nuclea también a bravos de otros lugares, que fueron los que manejaron la barra en los noventa, ingresaron dos horas antes a la popular del estadio de Lanús con su cotillón y pusieron la bandera que dice: “Nosotros somos la historia”. Sus rivales de la oficial (de la localidad de Budge) sabían de la movida –lo sabemos, entre ellos todo se sabe– y fueron armados hasta los dientes para impedirlo. Ahí los detuvo la policía y salió la noticia que repercutió en todos los medios periodísticos. Después, sobre la hora del inicio del partido (recordemos que fue un miércoles, día laborable) se desató la agresión descontrolada con los hinchas “comunes” que querían ingresar, que las fuerzas de seguridad (como siempre) no supieron cómo manejar y lo hicieron (como siempre) cumpliendo órdenes de violencia y cometiendo excesos. Por cierto, el partido se jugó igual. Porque, ante todo, “el show debe continuar”. Y después, el titular del Aprevide, Juan Manuel Lugones (designado por Vidal y el ministro de seguridad Cristian Ritondo), tiene la máscara o el tupé de salir a declarar que el operativo de seguridad fue “exitoso”. Diez hinchas “normales”, con sus entradas, todavía están detenidos hasta el martes, muchos de ellos, incomunicados, lo que es totalmente ilegal. Los acusan de resistencia a la autoridad. Mientras que 49 de los 51 barrabravas apresados de la fracción de Budge salieron en libertad el día siguiente.
En otro rapto de “lucidez”, Lugones declaró que el operativo había sido “exitoso” y que “se evitó una tragedia mayor”. Respecto del accionar policial y los heridos graves el funcionario optó por pensar en policías “desmadrados”, tal como se acostumbra en las represiones y prometió: “La auditoría de asuntos internos está trabajando y no quedará impune si algún policía manchó el uniforme. El policía que manche el uniforme queda afuera”. No sabemos aún qué será manchar el uniforme en una fuerza de seguridad que nos tiene acostumbrados al gatillo fácil y a la represión.
Pero eso no es todo, con amenazas de “concretar lo que no habían podido” en la Copa Argentina, la idea de un enfrentamiento en el Monumental estaba latente. De eso se agarró el fiscal Jorge Griego para realizar 28 allanamientos el domingo por la mañana en la previa del partido contra Vélez. El resultado: detenidos (los mismos liberados el jueves anterior), armas, drogas y trapos por doquier.
¿Dónde se ubican las y los hinchas en esta situación? ¿Las y los hinchas de verdad, es decir, la mayoría? Ayer, por temor a un posible enfrentamiento de barras, el Monumental no lució ni de cerca la cantidad de público que puede convocar para un partido tan atractivo como lo era River-Vélez. Ellas y ellos son quienes tienen que compartir tribuna y desde hace muchos años la cancha de River es un lugar hostil para muchas y muchos hinchas, incluso cuando la cancha propia era lugar seguro para locales.
Es cierto que, también, para algunos hinchas (en su mayoría, varones) hay cierta fascinación por los capos bravos. Se sacan fotos con ellos (como si fueran futbolistas o entrenadores) y las suben a sus redes sociales. Cuando van de visitante (en especial al exterior del país), esos hinchas se sienten más protegidos cuando ven a su lado a los bravos. Porque, también es cierto, saben que ellos son los primeros que van a responder ante presuntas agresiones de hinchas rivales o de la policía de otros países.
Esto es un problema sin solución sin una verdadera voluntad política desde el poder para terminarlo. No le conviene a nadie. No lo hizo el kirchnerismo tampoco. Es más, avaló la organización de Hinchadas Unidas Argentinas (HUA) y los jefes de varias barras fueron premiados con el viaje al Mundial de Sudáfrica 2010. Y hasta Cristina trató de “buenos muchachos” a los que se subían a los paravalanchas.
“El poder es tener los teléfonos del poder”, filosofaba también Di Zeo por aquel tiempo en el que estuvo preso o prófugo. No le atendían en su momento los teléfonos, pero recuperó la conexión con Daniel Angelici y Mauricio Macri. Como también en su momento lo usaría Caverna Godoy con Rodolfo D’Onofrio o sus allegados. Ellos se aprovechan de la hipocresía de los dirigentes de los clubes (también a algunos los tienen como rehenes porque amenazan a sus familias) y de los partidos políticos. Y después surge la indignación cuando queda todo expuesto en los medios. Y también usan la hipocresía la gran mayoría de las y los periodistas deportivos porque los conocen a todos y nunca hicieron nada para denunciarlos. Ya que también “violencia es mentir”.