Por Matías Barutta. El club de Campana ascendió a la B Nacional después de 21 años. Una crónica sobre el difícil camino cuesta arriba hasta la meta desde la mirada de un fotógrafo al que lo fue ganando la pasión.
La verdad la verdad, muy futbolero no soy. Digamos que desde chico soy de Independiente. Claro que el color y el nombre hicieron lo suyo, pero soy del rojo por mi viejo. Es que para mí, el futbol es compartir.
Y Villa Dálmine siempre estuvo ahí, siempre estuvo cerca. Antes, el equipo de la patronal, de papá Siderca, hasta que un día los tanos se cansaron de soltar plata y hasta la cancha nos quieren arrebatar ahora, para ampliar el estacionamiento, dicen algunos. Y así es como sin querer apareció ese “nos” inclusivo en mi relato. Es que este vicio se me fue haciendo cada vez más grato con el correr de los años en los que fui sintiendo la camiseta violeta como parte mía.
El Viola ascendió al Nacional B en el ´89 y desde aquella gloriosa epopeya (de la que yo ni me enteré, con mis escasos 5 años de vida) se sufrieron descensos, cambios de nombre y un tiempo largo en la C, mayormente jugando malísimo. Porque, sinceramente, los nombre de los jugadores no me los sé –y hasta a veces ni sé contra quién estamos jugando–; pero sí sé distinguir un buen partido de otro malo. Aunque si fuese por mí, me pasaría más tiempo viendo todo eso que acontece en la popular, donde el pueblo suelta todo y el insulto se vuelve cátedra agarrada del alambrado.
El 24 de mayo de 2012 el Viola le ganó de local a Talleres de Remedios de Escalada y como campeones de la C ascendió a la B Metropolitana, logrando mantener la categoría durante 2013 y alejándose cada vez más del CADU, rival clásico de la vecina ciudad de Zárate, que no puede desprenderse de la C sin caer en la tristeza de la D.
Lo que pasó este año no tiene nombre. Ya hace tiempo que mis amigos, mis hermanos del alma, están cada vez más metidos en la cancha y que los tatuajes de Dálmine empiezan a brotar de brazos y pechos. Cuando me fui a vivir a España, allá por 2007, el Facu, mi compañero de banco en toda la secundaria, me regaló la camiseta del Viola para que me acompañara. Desde mi vuelta por el pago, empecé a ir más a la cancha contagiado por esa loca algarabía de mis hermanos que se iba poniendo más densa y concreta.
Este año me tildaron de ser quien traía los goles del segundo tiempo. Suerte la mía de entrar gratis al segundo tiempo, que llovieran un par de goles y tener la ovación de la muchachada… Sin quererlo esa emoción se fue haciendo piel y las canciones no cesaban de resonar el día después. Pero lo prodigioso de este año no es la suerte que yo pude traer en algún partido ni mi acercamiento emocional al equipo, sino la batalla que se libró contra el poder, y se ganó.
La pequeña epopeya contra el poder
En este país, y en el mundo entero, estamos acostumbrados a que gane el poder económico. Es así, no hay tutía. La campaña de Villa Dálmine este año fue dura: se perdió o empató de local, y se ganó mucho de visitante. Se aguantó la punta y se llegó al reducido. Definiendo por penales se llegó a la última instancia: Tristán Suarez. El equipo de Ezeiza, con Caruso Lombardi a la cabeza como DT y con Granados en la presidencia ganó en Campana por un gol en el partido de ida. ¿Qué chances había de ganarles de visitante? Con un DT que cobra una suma equivalente a todos los sueldos del plantel de Villa Dálmine (erigido como el que “te salva del descenso” o el de “las promos”) y el equipo violeta, de bolsillos flacos y que jugó pésimo de local.
Llegó el 8 de diciembre y nos juntamos con los pibes a ver el partido en la casa de mi hermano. De pronto el Viola hace ya unas fechas que se venía televisando. La trasmisión de TyC daba vergüenza: faltaban que hincharan más descaradamente por Tristán. Hay muchos recuerdos que se me escapan de la cabeza, pero creo que nunca voy a olvidar ver al Huapi, mi hermano desde la adolescencia, a través de la tele, saltando desaforado en esa tribuna diminuta, montada en una esquina de la cancha de Ezeiza, cuando Dálmine marcó el primer gol. Luego vino el segundo con gritos de gargantas rotas y se terminó el tiempo para Tristán Suárez. Campana se hizo una fiesta que no paró de bailar recorriendo las calles hasta terminar dando la vuelta en la cancha con los jugadores.
Si hay algo que me hizo volver a creer que el futbol no es el puro negociado, fue este día en que Villa Dálmine se le coló al triunfo despampanante que tenía preparado el equipo de Ezeiza.
Hoy, el Huapi está metiendo horas extras en fábrica para poder viajar a todos los partidos que disputará el violeta en el Nacional. Villa Dálmine volBió después de 21 años y quiere quedarse. El cinturón aprieta a la hora de viajar por todo el país y sumarle un mango al plantel. Para este 2015 la multinacional Monsanto (con sede en la ciudad de Campana) vestirá la camiseta y acompañará la pasión violeta. Una marca para el tigre que no opacará la emoción de nadie cuando el violeta pise nuevamente la selva nacional.