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    Sin categoría

    Vieja política, nueva televisión

    20 junio, 20136 Mins Read
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    Vieja política, nueva televisión

    Por Leticia Cappellotto. La serie House of Cards y el fenómeno Netflix dan la pauta de cómo cambian los hábitos de los televidentes en la era digital.

    Dice Maquiavelo que “Quien engaña encontrará siempre quien se deje engañar”. Esto podría servirle a Francis Underwood, el personaje de Kevin Spacey en House of Cards (Netflix 2013), como un buen slogan de su modus operandi tanto dentro como fuera de la Cámara de Representantes.

    La gran habilidad del congresista de Carolina del Sur y líder demócrata es justamente construir las apariencias necesarias para crear una realidad paralela, donde el poder se acumula a partir de lo que la gente no sabe que está haciendo, cuando hace exactamente lo opuesto. Así, Underwood y su estrategia para ascender dentro de la Casa Blanca nos enseñan dos cosas: nunca confíes en nadie pero sobre todo confía aún menos en aquellos que parecen ayudarte. Es que Francis queda muy dolido cuando tras un intenso lobby para ser nombrado como secretario de Estado, el presidente electo lo traiciona y lo mantiene en su antiguo puesto de “cabildero”. Pero inmediatamente Underwood traza una nueva estrategia para vengarse y despliega todo su encanto en ganarse la confianza de quien lo traicionó para finalmente lograr su objetivo. En el camino, utilizará todo lo que pase por adelante (una periodista con ambiciones, accidentes de tránsito, legisladores, funcionarios, lobbistas, sindicalistas y hasta su propia esposa).

    La serie es la remake de una vieja miniserie inglesa de cuatro capítulos, emitida por la BBC en 1990 y escrita por Michael Dobbs, quien no sólo asesoró a Margaret Thatcher durante más de 10 años sino que se convirtió en el hombre fuerte del Partido Conservador luego de que la Dama de Hierro dejara el poder.

    Si bien los guiones fueron adaptados para la versión norteamericana, queda claro que nadie pude saber más de intrigas en el mundillo de la política que un político. Tal como hizo David Simon con su genial The Wire al mostrar el lado b de su profesión (el periodismo), aquí se muestra el costado menos edulcorado de la política. Y cómo será fiel a la realidad que en la última cena de los corresponsales de la Casa Blanca en Washington, donde asistió Barak Obama, se abrió la ceremonia con un breve episodio/parodia de la serie donde Spacey conversa con los congresistas norteamericanos “en la vida real” para organizar dónde se sentará cada uno durante la velada.

    Es que más allá de la siempre efectiva dirección de David Fincher (The Fight Club, The Social Network) y los aceitados guiones, el trasfondo cínico de la lucha por el poder tiene su correlato directo con los actores políticos que conocemos. Al punto que en Twitter pueden rastrearse las analogías entre los personajes de la serie y la política vernácula.

    Sin embargo, House of cards no es una serie más sobre política: deja a la vista dos nuevas tendencias en consumos televisivos. Por un lado el furor del streaming “on demand” y las nuevas maneras de acercarse a los contenidos, que los norteamericanos llaman “vista adictiva”.

    Lo que los televidentes quieren

    El fenómeno del portal Netflix no es nuevo: en la actualidad esta cadena de televisión paga “on demand” vía streaming (páginas que aprovechan la velocidad de conexión para transmitir contenido sin necesidad de descargarlo en la computadora) tiene más de 33 millones de suscriptores en todo el mundo y ya ha ingresado con éxito a los hogares argentinos. Pero aunque revolucionario, Netflix no es el único en su especie, sus competidores “legales” son el gigante Amazon, Mubi, Movie City play y en menor medida, el portal español Filmin. Dejando de lado a Cuevana y CDA (son gratuitos), en estos días también se dio a conocer otro servicio aún más ambicioso: Pixdom TV. El sistema es simple, a cambio de pagar una cuota mensual, el usuario tiene derecho a consumir de forma ilimitada el contenido audiovisual presente en el catálogo en línea.

    Pero la diferencia fundamental de Netflix frente a sus competidores es lo que hace con la información que le brinda su audiencia. Al saber exactamente qué quiere cada uno de sus suscriptores y tener control de qué es lo más visto y lo más valorado dentro de su amplio catálogo, el sitio cuenta con una cantidad de datos jamás pensado para un canal de televisión tradicional.

    Así, House of cards nace de una estrategia clara: unir al director más visto del portal (David Fincher) con uno de los actores más populares del sitio (Kevin Spacey). El resultado: éxito asegurado por adelantado. A esto, los periodistas le llaman “Big Data” y resulta sumamente interesante la discusión sobre cómo construir audiencia a partir de “lo que quiere la gente”. En ese sentido, cabe preguntarse si es posible medir cómo piensa “la gente” o cuánto de lo que lo que quiere consumir en el futuro tiene que ver con lo que ya consumió antes. Esta discusión está atravesada a la vez por el problema de la privacidad en internet que no trataremos aquí pero que sin duda es una herramienta poderosísima de marketing.

    Sea como fuere, el experimento terminó en una profecía autocumplida, y House of cards se conviritó en un suceso internacional al mismo tiempo que cambió las reglas del juego para siempre en términos de contenidos televisivos.

    Mucho todo junto

    Hay otro aspecto a destacar en el que la serie de Spacey y el portal de streaming pago han puesto en jaque a sus competidores: la gula. Si hay algo que los que consumimos series sabemos bien, desde aquella larga temporada de nuestra vida que le dedicamos a Lost (y qué mal nos la pagaron los guionistas), es que cuanto más, mejor. Y este comportamiento adictivo, que lejos de considerarlo enfermizo, es lo que más nos define como “grupies” de una serie, ahora hasta tiene un nombre: se llama “binge viewing” y puede ser traducido como “mirar excesivamente”.

    En este sentido, Netflix también pateó el tablero y estrenó, en febrero de 2013, los 13 capítulos que componen la primera temporada de House of Cards, todos juntos. Nada de esperar, ni de especular en redes sociales, ni fantasear con como sigue: todo ahí, de una vez, de un tirón. El legítimo maratón. Pero ¿Cuál es el sentido de esta movida? Nuevamente son los consumidores: los hábitos que pueden rastrarse sobre cómo los propios suscriptores al portal consumen los episodios (uno-atrás-del-otro) dejan claro que a los seriefilos nos gusta mucho todo junto, o lo que es mejor, mucho, todo junto y rápido. Así, luego de lanzada la doble estrategia (mucho de lo que ya te gustaba y seguro te va a gustar y en exceso) al asador, el propio guionista de la serie, Beau Willimon, escribió en su cuenta de twitter: “Aquellos que pierdan su trabajo a causa de ver House of Cards, personalmente les pagaré por su suscripción a Netflix”.

    Los viejos hábitos de la política parecen convivir entonces sin problemas con los nuevos hábitos de los televidentes. Es que como diría Frank Underwood: “A veces tienes que darle lo que ellos quieren para que se sientan en deuda contigo”.

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