Por Amelia Tristán. Nuevo relato de viaje desde Nueva Zelanda. En esta ocasión, el trabajo en las farms. Leche, carne y cosméticos, vacas y terneros en un mundo que busca la permanente producción y el consumo a sol y sombra.
Carne, leche, cueros, cosméticos. Vida de vaca, nueva experiencia que depara Nueva Zelanda. Otro de los trabajos que encuentran inmigrantes y viajantes en estas tierras.
Si queremos mantener intacto nuestro paladar/vida/conciencia carnívora y láctea, el plan -supuestamente idílico- de experimentar una granja no es la mejor idea. Vivir la experiencia de la granja (“farm”) rodeada de vacas me permite comprender argumentos vegetarianos y veganos así como también pensar en el sistema de producción y consumo en el que nos vemos inmersos en lo cotidiano.
Muchas veces conscientes pero igualmente desentendidos (quizás sea la única forma) vivimos, compramos, comemos, disfrutamos. Vida de vaca. Sistema de explotación animal a gran escala. Números y más números de vacas. Alimentos, pero también división del trabajo, mercado mundial.
Las farms neozelandesas, uno de los principales sectores productivos de este país. En este caso la experiencia es en una farm lechera. Las más grandes tienen entre 1000 y 2000 vacas, las más pequeñas unas 200. El proceso de domesticación a escala industrial consiste en el trabajo humano de alimentar a estos animales, ordeñarlas dos veces por día, criar por un tiempo a los terneros.
Dos veces por día se corren alambrados para proporcionarles pasto o una especie de batatas gigantes. Las vacas esperan siempre la llegada de algún trabajador/a y se amontonan al correr las cuerdas que, casi siempre, se encuentran electrificadas para controlar la proporción de alimento. Se amontonan a ritmo de vaca. Comen a ritmo de vaca. Dos veces por día se ordeñan, algunas llegan al tambo con tan solo abrirles la puerta -cabe aclarar, que llegan buscando el grano molido que se les proporciona en el tambo- y algunas más lento, arriándolas. Otras entran solas, otras por medio de gritos, puertas corredizas, cadenas que bajan… El tambo, todo un sistema carcelario de ordeñe.
El proceso lácteo exige que las vacas año a año produzcan terneros. Por inseminación artificial pueden tener una cría, razón por la cual luego siguen siendo ordeñadas. Las vacas tienen un período de embarazo de nueve meses, y durante cinco años se repite ese ciclo. Al nacer los teneros son separados de sus madres entre los primeros tres días. Tarea doblemente triste, los terneros se esconden, o empiezan a caminar con sus mamás vacas para alejarse tanto que, una termina por humanizarlos -“saben que venimos a buscarlos”, pensamos- o recordamos esas películas de chicos que tanto nos hacían llorar, porque mientras una amontona los terneros en una especie de trailers gigantes para alzarlos con el tractor, empiezan los mugidos madres e hijos.
Las vacas siguen de cerca de los tractores y los buggies que participan en el operativo, pero ante un pequeño grito, gesto “humano” o bocina de tractor, se alejan asustadas. ¿Qué pasaría si las vacas no fueran tan asustadizas? Ese susto facilita su producción a gran escala, su explotación. Peor aún cuando encuentran en el camino alguna batata olvidada o algún sector de pasto, ahí fácilmente olvidan su tarea de persecución. ¿Qué pasaría si las vacas no dependieran tanto del alimento humano?
Las vacas, una vez separadas de sus terneros, pueden ser ordeñadas, días antes y después del parto; la leche se llama calostro y sirve para alimentar a los terneros que después de los “operativos” terminan en corrales. Luego de unos días de pasar por los tambos, la leche empieza a ser apta para su comercialización. Como ocurre también en Argentina, en Nueva Zelanda hay solo unas pocas empresas encargadas de comprar la leche para su posterior pasteurización (en este caso dos).
A los terneros, mientras que son alimentados se los divide entre hembras y machos. Algunas de esas hembras sirven para aumentar la producción incrementando las “cabezas de ganado”, otras para reemplazar a las viejas y otras para ser vendidas. El destino de casi todos los machos (excepto unos pocos que se conservan y crían con intereses reproductivos) es la producción de carne. Por último, los que no incorporan anticuerpos en los primeros días y se enferman o también los que nacen prematuros pasan a formar la pila de animales muertos que se lleva un camión para luego ser utilizados en la producción de cosméticos.
Además de que el trabajo en las farms exige un buen estómago para lidiar con estas tristes tareas, las horas son interminables. Se trabaja no de sol a sol, sino de noche a noche. Las jornadas comienzan entre las tres, cuatro o cinco (los más afortunados) con el primer ordeñe, y terminan entre las cinco y siete de la tarde. Trabajo carcelario no sólo para las vacas sino también para los humanos. Pensar que el mundo gira de esta manera en muchos lugares, todos los días, para muchas personas, para muchas vacas, repitiendo el esquema “vacas adentro”, “vacas afuera” (porque algunas no se quieren ir del tambo por lo granos); comprando vaquitas empaquetaditas en todos lugares del mundo, comiéndolas y tomándolas, reproduciendo algunos rituales: hacer el asadito del domingo, tomar la leche de la tarde…
El punto no creo que sea tanto comerlas/tomarlas/consumirlas sino más bien el modo/cantidad de producir vaquitas. De hecho no es menos interesante que se las llame “life stock” y que su cuidado sea principalmente por intereses económicos. Entonces pienso en cómo nos relacionamos con estos animales y también en otras formas de domesticación de animales que no son a gran escala y que mantienen/visibilizan la relación animal/energía/comida/proceso de producción.
A veces el tipo de domesticación a gran escala pareciera ser una respuesta obvia a la población mundial, poniéndose como excusa que todo es producto de “la demanda”. Entonces, si bien puede ser difícil desentendernos completamente del mundo en el que nos vemos involucrados a diario -estas cadenas de comercialización son telarañas- como así también cambiar esas comidas y rituales tan disfrutables, quizás no sea un mal intento rastrear el origen de esas cosas y empezar a “demandarle” un poco menos al mercado para imaginar/pensar/crear/fomentar otras maneras de producir, consumir, disfrutar, vivir.
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