Por Cezary Novek
Reseña de la La isla, tercera novela de Augusto Porporato, donde se indaga sobre la desintegración de la conciencia y el lenguaje como herramienta de supervivencia.
En La isla, el enigmático protagonista –a quien conocemos bajo la auto denominación de “El niño-dolor” – intenta prolongar su supervivencia a través de la palabra. Privado del sueño, que trae el olvido y por lo tanto la pérdida de la propia identidad, el personaje principal alterna la enunciación permanente de su propio pasado con la descripción de lo que hacen otros prisioneros (a quienes llama por un adjetivo numeral, según su orden de llegada). Oculto en una caverna situada en una falsa isla, El niño-dolor desgranará ante el lector retazos de un pasado oscuro que explicarán parcialmente el abandono en ese lugar de condena y soledad.
La novela tiene una fuerte atmósfera –que de alguna manera recuerda el ominoso islote de La piel fría, de Albert Sánchez Piñol–, sostenida en gran parte por la sintaxis retorcida y circular del narrador. La prosa de Porporato mantiene de principio a fin un ritmo agobiante, claustrofóbico, que se va desintegrando junto con narrador mientras este intenta mantener sus átomos unidos a través del relato. La voz es reiterativa, obsesiva y transmite un tono de profundo dolor mucho antes de que la historia revele cualquier detalle sobre el origen de la condena.
Los elementos de la trama son mínimos: un lugar, un narrador, dos o tres personajes. Las interacciones en la historia –a excepción de las que figuran en los flashbacks– son completamente inexistentes. El elemento ominoso, completamente invisible (y, tal vez por ello, aún más siniestro).
Augusto Porporato indaga en su tercera novela sobre la desintegración de la conciencia y la búsqueda de la supervivencia a través de la palabra. De lectura árida pero atrapante, La isla explora el flujo de conciencia puro a niveles patológicos. Tiene un mecanismo circular, que avanza a fuerza de trazar espirales. En términos musicales, es una melodía obsesiva, un ostinato de pesadilla que se desarrolla en un crescendo continuo hasta llegar al final, que de alguna manera también circular. Podría ser un cover del Bolero de Ravel arreglado por John Cage.
Escritor singular, Porporato despliega en su obra obsesión, precisión, música y complejidad. Sus novelas no son, a simple vista, de fácil lectura, pero después de algunas páginas el lector esmerado ve recompensados sus esfuerzos con la entrada a un mundo personal fascinante. Una pesadilla matemáticamente perfecta y mortífera.
Augusto Porporato nació en Córdoba, en 1973. Antes de ser escritor fue concertista de piano, actividad a la que se dedicó desde la temprana infancia. Cursó estudios de Traductorado de Alemán. Trabaja como corrector en el diario La Voz del Interior, donde también escribe la columna A vuelo de pájaro, en la que recomienda literatura clásica y contemporánea.
Publicó las novelas Punto de fuga (El Emporio Libros, 2008), que fue finalista del Premio Planeta 2005 y del premio Emecé 2007 y La crisálida (Viceversa, 2011). La primera trata sobre un niño cuya existencia transcurre bajo el mandato paterno de ser músico, pero también sobre el agotamiento, el hambre y sobre la vida de Paganini. La segunda, alterna dos situaciones que en apariencia no tienen relación –una tribu prehistórica y un neuropsiquiátrico en tiempos de la dictadura– para intercalar dieciséis historias que conforman una sinfonía monstruosa. Su última novela, La isla, fue publicada por editorial Alción en noviembre de 2016.