Por Sergio Sommaruga*. Balance sobre lo que dejó la primera vuelta electoral y las expectativas para el balotaje. Pero sobre todo, un análisis minucioso sobre la etapa política que transita el país atravesado por la pregunta “¿alcanza con ser alternativa electoral a blancos y colorados para ser de izquierda?
Si bien en cierto sentido se puede compartir esa definición, o al menos entender que es lo que se quiere decir con tal cosa, creo que los resultados electorales, más que resumen, son un anticipo del marco político en el que se va a desenvolver el ciclo de luchas por venir.
Si las elecciones son una forma de resumir la lucha de clases, entonces tendríamos que suponer que estas son la forma por excelencia de acumular fuerzas, que los partidos son en sí mismos los sujetos primordiales que expresan la lucha de clases y que la relación entre voto y conciencia de clase es directa. Cualquiera de las tres cosas es discutible, pero difícilmente sean verdaderas tajantemente. Por eso, lo que las elecciones tienen de resumen posee mucho más riesgos de confusión para sacar conclusiones, que las pistas que nos dan para pelear contra la confusión de cara al nuevo ciclo coyuntural.
Si las elecciones fueren un resumen, como el que se dice que es, se podrían sacar algunas conclusiones un tanto apresuradas. Por ejemplo, a ojos vistas, se puede decir que el pueblo uruguayo tendencialmente se viene corriendo hacia la izquierda. Ese sería un buen dato para la lucha de clases desde el punto de vista de los intereses populares. Si la lectura entre votos y estado ideológico fuere tan lineal o directa, estaríamos ante un resumen altamente positivo.
Desde una óptica que podemos describir como de “sentido común”, se puede decir que el resumen de los resultados electorales del 26 de octubre da a favor de la izquierda.
Supongo que quienes así piensan se podrían abastecer de dos tipos de argumentos. El primer tipo de argumentos se basaría en el análisis positivo de ciertos datos. Nos diría, por ejemplo, que el Frente Amplio creció cuantitativamente luego de diez años en el gobierno (28.925 votos más que en 2009, más que todos los votos conseguidos por la UP), que logró preservar la mayoría parlamentaria por tercera vez consecutiva y que queda encaminado de modo cuasi triunfal para la segunda vuelta.
Incluso, en auxilio de esta lectura, se puede esgrimir que los votos conseguidos por la izquierda fuera del Frente Amplio apuntala esta idea de corrimiento hacia la izquierda o que dentro de los partidos de oposición uno de los que creció fue el Partido Independiente, que es el menos de derecha de los partidos de oposición.
Por otro lado, analizando positivamente los resultados negativos de la derecha también se podría decir que ganó la izquierda. El plebiscito para tratar penalmente como adultos a los mayores de 16 años, que fue impulsado por las fuerzas más a la derecha del espectro político uruguayo, fue derrotado, quedando más de tres puntos por debajo de lo necesario.(1)
Al mismo tiempo, el Partido Colorado, perdió casi 90.000 votos respecto a las pasadas elecciones y logró tener, con ese resultado, su segunda elección más baja de la historia. Blancos y colorados juntos perdieron 2,4% de los votos que obtuvieron en las elecciones de 2009. Es más, si sumamos los votos de blancos, colorados y del Partido Independiente, todos juntos quedan por debajo del Frente Amplio en más de 22.000 votos.
Desde una perspectiva meramente aritmética y basados en el “sentido común” se podría afirmar como resumen de las elecciones de octubre que en Uruguay hay un corrimiento hacia la izquierda…
Sin embargo, desde una perspectiva menos lineal, se puede decir también que el corrimiento hacia la izquierda no es tal y que en realidad lo que explica el resultado electoral es un cierto corrimiento ideológico de los partidos que representan electoralmente a la izquierda hacia la aceptación de la lógica de la economía de mercado. Al menos en el caso del Frente Amplio y obviamente del Partido Independiente, del cual, más allá de su autoproclamación, se puede dudar fundadamente sobre su pertenencia a ese campo de ideas, prácticas y valores que es la izquierda.
Supongo que quienes así piensan recurrirían a una larga fila de datos y valoraciones sobre la política económica de estos diez años de gobierno frenteamplista y la ausencia de disputas estratégicas con la clase dominante por la transformación del patrón de acumulación.
Algunas de las cosas que en este sentido se podrían decir de modo crítico son:
Muy pocos concentran la misma cantidad de ingresos que muchos. Luego de una década de crecimiento económico sostenido, al doble de la tasa histórica, la desigualdad en la distribución del crecimiento económico se profundiza. Llevado al terreno estadístico, en el Uruguay actual las veintitrés mil personas más ricas se apropian de la misma cantidad de ingresos que el 50 % más pobre, es decir, un millón ciento cincuenta mil trabajadores.
Durante los gobiernos del Frente Amplio bajó la pobreza dirán en defensa de este cuestionamiento distributivo. Sí, tan cierto como que en los gobiernos del Frente Amplio el salario mínimo nacional está por debajo de la línea de pobreza y que la mitad de los y las trabajadoras ganan menos de 14.000 pesos mensuales (cuando un alquiler promedio vale entre ocho y diez mil pesos).
En la misma línea de razonamiento se argüiría sobre la tendencia creciente a la extranjerización de la economía (nueve de las diez empresas privadas con mayor empuje exportador son corporaciones capitalistas trasnacionales y regionales), o sobre la concentración de la tierra productiva, con el consiguiente despoblamiento rural de los pequeños productores que ha venido operando en los últimos diez años (doce mil productores menos y el 20% de la tierra productiva extranjerizada). O también se podría recurrir, sin miedo a error, al problema de la primarización de las exportaciones y la profundización de la dependencia, de la deuda pública y la consolidación de la privatización de la seguridad social, con los enormes riesgos estructurales que esto conlleva.
También, uno podría preguntarse cómo se puede ser de izquierda y al mismo tiempo levantar la promesa de vouchers para transferir recursos públicos a la enseñanza privada. O ser de izquierda y al mismo tiempo haber pedido auxilio a Bush para enfrentar a los ambientalistas argentinos y al gobierno de Kirchner. O ser de izquierda y realizar tantos intentos reiterados por enviar a su domicilio a los terroristas de estado de la última dictadura, etcétera.
En fin, para quienes sostienen que los resultados electorales son el resumen de la lucha de clases es muy plausible decir que en Uruguay hay un corrimiento hacia la izquierda… el Frente Amplio creció y va camino hacia su tercer gobierno consecutivo con mayorías parlamentarias.
A nuestro entender, sin embargo, lo que los resultados electorales tienen de resumen no es tan elocuente como lo que tienen de anticipo en relación a entender cómo, al menos del punto de vista tendencial, se va a comportar el escenario político de la lucha de clases.
Es decir, los resultados electorales nos pueden ayudar más a entender el comportamiento político de las fuerzas institucionales en el manejo de las políticas públicas y de las contradicciones del conflicto social, que a desentrañar qué significan las tendencias ideológicas detrás de los votos. Más aún cuando la política está cada vez más atada al mercado publicitario y la lucha de ideas entre bloques está gravemente empobrecida o, en el mejor de los casos, fuertemente invisibilizada.
En el fondo la pregunta es: ¿hay un corrimiento hacia la izquierda o la institucionalización de los principales exponentes electorales de la izquierda hace que estos estén cada vez más cerca de la derecha? ¿Alcanza con ser alternativa electoral a blancos y colorados para ser de izquierda?.
Obviamente, desentrañar esta pregunta nos lleva, al menos, a dos grandes asuntos: por un lado ¿qué es ser de izquierda hoy en Uruguay? y ¿es de izquierda la política económica y el modelo de desarrollo social que ha caracterizado a los gobiernos del Frente Amplio?.
En un escenario histórico donde prima la confusión generalizada del sentido de la política y del ser de izquierda, y donde el nuevo consenso hegemónico entre las principales figuras políticas es tan potente, es probable que los resultados electorales den cuenta, más que nada, de lo que se viene. Y lo que se viene, más allá de las dos enormes alegrías que representa la derrota del sí a la baja y el retroceso electoral de la derecha tradicional, no nos parece tan halagüeño. Ojalá estemos bien errados, por el bien de la acumulación histórica del pueblo uruguayo.
(1) Vale subrayar que el sí a la baja consiguió 1.087.707 votos, casi lo mismo que el plebiscito para anular la ley de impunidad en 2009 (1.105.768 votos).
* Artículo publicado en el portal Zur