Por Lucas Abbruzzese.
Tras varios años sin una identidad futbolística, en los que pasaron algunos entrenadores sin rumbo ni convicciones para trasladar ideas, el seleccionado argentino, con el Tata Martino, está encontrando justificaciones deportivas a los resultados positivos.
¡Por fin una Argentina que juega un buen fútbol! Quizás las últimas grandes exposiciones habían sido en la Copa América del 2007, esa en la que el Coco Basile juntó a Verón, Riquelme, Messi, laterales ofensivos y más delanteros. O, tal vez, la del 6-0 a Serbia y Montenegro en el Mundial del 2006, en la fase de grupos y con goles de todo tipo, hasta uno, histórico, de 25 toques. Pasaron algunos DT, jugadores, torneos, años, más frustraciones que alegrías hasta este presente prometedor, de toque, gambeta, engaño, salida limpia y talento.
Convicción
Esas diez letras resumen una de las claves para afrontar ideas, proyectos y transmisión de conceptos. Gerardo Martino la tiene, y logró plasmársela a sus dirigidos, quienes, por supuesto, son los actores principales, los de la mayoría de los méritos y los que respaldan que se puede jugar bien. Si no, bastaría con repasar un instante (valdría la pena todo) del 6-1 a Paraguay. Ese momento es tras el gol albirrojo, consecuencia de una fallida salida desde el fondo. La siguiente jugada volvió a encontrar a Sergio Romero con la bola en los pies. ¿Se dejó de chiquitas y la revoleó? No. Optó nuevamente con pasarla corta a Nicolás Otamendi y darle continuidad al ataque. No hay miedo a intentarlo, hay valentía para arriesgar.
No es un capricho ni quererse parecer al Barcelona eso de empezar desde la línea del fondo con la pelota al ras del verde césped. “Si yo la tengo, vos no la tenés y no me podés lastimar”, baja desde La Masía. Es una cuestión de elegir cómo jugar: si al rugby o al fútbol. Esta selección prefiere lo segundo. Y así se dedica a crear superioridad numérica desde los defensores –con Javier Mascherano insertándose entre los zagueros–, pasando por la movilidad del mediocampo, desactivar al rival y tener tiempo y espacio de mitad de cancha hacia adelante. Messi, agradecido.
Los resultadistas encienden las alarmas y querrán ver un tropiezo para criticar. ¿O desde qué punto se puede decir que la Argentina hizo un gran Mundial en Brasil? ¿Sólo por haber sido subcampeón? Si Messi era un solitario que no disfrutaba, si el arquero –el mismo que ahora la entrega redonda– le daba duro y largo para el festín de los rivales, si para dar tres pases seguidos o uno entre líneas había que esperar aburrirse y volver a aburrirse.
La celeste y blanca actual propone con los laterales como extremos, jugando el dos uno con los delanteros por las bandas –llámese Di María y el 10–. Argentina apuesta a no tirar centros (puede ocurrir, claro, porque esto es fútbol, hay un contrincante, un momento, circunstancias y un contexto), pero en general elige el pase hacia atrás para dar la vuelta y llegar al otro costado, lo que permite mover al contrincante. Un toque para retroceder es muchas veces más productivo que uno hacia adelante. Además, Martino le dio la confianza y el respaldo a Javier Pastore, ese maleducado que llega por sorpresa, asiste como esos enganches en extinción y se asocia constantemente.
En la selección se volvió a hablar de juego asociado, de toque, de picardía, de velocidad futbolística. Hay engaño con los movimientos. Unos que entran, otros que salen. Cuando no los hay, los espacios son fabricados por los propios jugadores. Quien hable de sistemas tácticos o números para definir una formación se equivoca. El fútbol es “dinámica de lo impensado”, es coordinación. Argentina, además, apuesta a la pronta recuperación de pelota tras la pérdida. La encabeza Mascherano, con los volantes rodeándolo y los laterales cerrando caminos. Sale y no sale, pero está la certeza de amar al balón y estar con él todo el tiempo posible.
Sonriente, dueño y altruista, Messi disfruta de cada partido. Es ese ser humano que todo hace bien en una cancha de fútbol. Porque por la raya lanza esos cambios de frente importantísimos y unas diagonales emocionantes; porque por el centro toca y pasa y vuelve a tocar y a pasar, ya que siempre hay, como mínimo, dos compañeros predispuestos a triangular. Porque cuando todos van hacia adelante él se frena, la pide, se asocia y desequilibra (ver el segundo gol a Paraguay); porque no es goleador como en Catalunya pero sí un jugador total, asistente, centrocampista, atacante y líder; porque el placer por jugar se contagia; porque verlo es un placer.
Claro que no serán pocos quienes exijan logros, títulos y trofeos. Son los mismos que no saben disfrutar el camino, que sólo se fijan en la meta. ¿Qué pasa si no se le gana a Chile? ¿Quién le quitará a Argentina lo bien que viene jugando? Un proyecto se sostiene en las malas y se le agrega variantes cuando todo fluye. Y todo fluye con los bajitos, los enanos que le dan un alto vuelo a la celeste y blanca.