Por Diego Paz. Ni bien llegás a Caracas no tardás demasiado en sumergirte en el clima revolucionario, de politización y de fraternidad latinoamericana. Las pancartas, los afiches, los corazones de hecho en socialismo; en fin, un conjunto de imágenes que te están hablando de otro país, de otro tipo de sociedad y de algo inimaginable para quienes venimos del siglo XX.
Por Miraflores, por plaza Bolívar, podés observar edificios que no tienen buen aspecto y quizás te preguntes qué onda el socialismo, dónde están las imágenes floridas y pintorescas del Caribe.
Pues bien, sería injusto achacarle al proceso bolivariano -con tan sólo 14 años- la pesada herencia de casi 40 años de IV República. Si entrás a un edificio, inmediatamente te vas a encontrar con una infinidad de rejas que tenés que pasar para finalmente llegar a algún departamento, casi tan parecido como entrar a un pabellón carcelario. ¿Por qué? Pues bien, durante los años de la IV República (1958 a 1999) el american way of life fue imponiendo la ley del far west y desmembrando a la sociedad venezolana hasta convertirla en una de las más desiguales y más violentas de Latinoamérica. Y, en ese contexto y en esa lógica, fueron prosperando las soluciones individuales en materia de seguridad ciudadana -mal llamada inseguridad- y por ende, también proliferaron los tan lucrativos negocios en relación con la misma, al nivel de aceptar ese estilo de hábitat cuasi carcelario. Hoy ese pasado está quedando atrás. El pueblo, a través de organizaciones políticas y sociales enmarcadas en la legitimidad y legalidad del poder comunal, del poder popular -que viene siendo institucionalizado y promovido por el Estado- está recuperando esos espacios abandonados por la oligarquía local e internacional que concentraba la propiedad de los mismos con el fin de la especulación inmobiliaria.
Pasados unos días y ya metido en el corazón del territorio chavista en Caracas -el oeste y centro de la ciudad- podrás ir viendo que este proceso es generalizado, que está en las calles, en las plazas, en el aire, pues aquí se respira socialismo todos los días. La discusión política está metida hasta en la sopa y enseguida podrás notar que la mayoría del pueblo está inmerso y comprometido con este proceso. Una compañera del barrio 23 de enero (uno de los barrios más populares y populosos de Caracas) me contaba que “antes nadie le paraba bola a los políticos”, pero desde que Chávez llegó a la presidencia, todos se han volcado a la formación y al debate político con pasión debido a que el Comandante habla el mismo lenguaje que el pueblo.
Atrás quedaron las telenovelas y la cultura de la despolitización, el achatamiento y el vacío tan característico de las sociedades víctimas -y cómplices a la vez- del neoliberalismo. Subes al metro y puedes encontrarte con un/a escuálido/a (leáse tilingo/a en argentina) quejarse y criticar lo que está pasando en Venezuela e inmeditamente escuchar el retruque de los chavistas: “El pueblo lo dijo y tiene razón, aquí el que manda es Chavez y la Revolución”. No es muy difícil comprender este compromiso de la mayoría del pueblo bolivariano si uno mira algunas estadísticas o índices y compara los niveles de pobreza, inflación, desempleo y seguridad social de la IV República con lo de esta V República (la surgida de la Revolución Bolivariana a partir de 1999 producto de la nueva Constitución Bolivariana de Venezuela). Venir de casi un 60% de pobreza y hoy andar por el 27 o 28% habla un poco de los avances de este proceso, que además se consolida en el empoderamiento de los sectores populares a través de un compendio de leyes tendientes al fortalecimiento del poder comunal y a la construcción de una nueva arquitectura institucional que garantice el real ejercicio de ese poder.
Si además de venir para Caracas hermano/a latinoamericano/a, caés una semana antes de alguna elección o referéndum (en Venezuela ya van 15 elecciones realizadas entre legislativas, ejecutivas y referéndums constitucionales) te puedo asegurar que sentirás la intensidad de este pueblo, de esta revolución y de la chavezmanía. Porque, si algo está claro, es que Chavez es indiscutiblemente un líder amado por su pueblo, por ese pueblo que entiende y defiende los logros de la Revolución Bolivariana, por ese pueblo que despertó gracias al coraje y el liderazgo de su Comandante que allá por el 4 de febrero de 1992 comandó una rebelión militar en defensa de ese pueblo que venía siendo castigado por los distintos paquetazos neoliberales de los sucesivos gobiernos de la IV República.
El liderazgo y el amor por Chávez es un fenómeno difícil de encajar en las teorías estereotipadas del análisis político -ya sea por derecha o por izquierda, que a veces se rozan-, ya que suelen etiquetarlo de populista, demagogo, bonapartista, etc… Pero una vez aquí, esperando horas bajo el sol picante de Guarenas o bajo una lluvia torrencial en Caracas, puedes observar que es el pueblo (los sectores populares, la clase media, los/as trabajadores/as y más) quien manifiesta su devoción por su líder y, al mismo tiempo, le exige más y más al Comandante, a no bajarse de este proceso. La gente derribando las vallas, corriendo por kilómetros atrás del camión de campaña de Chavez, gritando, declarándole su amor, su compromiso y a veces pasándole la factura por algún burócrata oportunista que se cuela en esta revolución, así como también supo suceder en el PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) durante los años 20 del pasado siglo.
Es que revolución es sentido del momento histórico decía Fidel, pero también es el proceso acelerado de transformación de las relaciones económicas, políticas y culturales en una sociedad, y bastante de eso viene pasando en los últimos 14 años. “No hay vuelta atrás” me dijo Reinaldo Iturriza (sociólogo, asesor del vicepresidente Elías Jaua), y así pareciera ser. Sin embargo, no quiere decir que el proceso vaya como por un tubo y sin contradicciones. La burocracia, la corrupción, la derrota de la anteúltima reforma constitucional, son signos de un momento de inflexión para el proceso bolivariano. Son 14 años de cambios, pero también es un cambio de época con sus marchas y contramarchas.
Los límites del Estado burgués, de la “democracia” tradicional saltan a la vista no sólo para propios sino también para ajenos. Las organizaciones sociales y políticas más vinculadas a los sectores populares son conscientes de este parate y de la necesidad de profundizar hacia más poder popular, tratando de quitarse el lastre del burocratismo y la corrupción, para que efectivamente la revolución llegue a todos y a todas. El afinar el lápiz y colocar una agenda más precisa sobre el contenido del socialismo del siglo XXI son los desafíos de este pueblo, avanzando cada vez más en el carácter socialista, feminista, clasista y democrático de esta revolución. Porque este pueblo es consciente de sus limitaciones y de sus fortalezas, de sus liderazgos y sus traiciones, porque es capaz de emocionarse y emocionar a todo un continente y al mundo; y sobre todo porque está plenamente comprometido con esta revolución y su líder y la defenderá con su vida, la cual empezó a sentirse como tal después del 2 febrero de 1999.