Por Fernando Anton. Entra un nuevo cronista a la sección de “la pelotita” y sin que nadie le diga nada, nos cuenta de las nuevas aventuras Bielsa en Francia. Si algo queda claro, es que esta sección quiere goles y nada más que goles.
El Olympique de Marsella obtuvo este fin de semana su primera victoria en la liga francesa. En el empate ante Saint Etienne del debut por la liga, se oyó a los hinchas del Olympique corear el nombre de Bielsa. Nuevamente Bielsa lo ha hecho. Otra vez, hablamos y escribimos sobre el hombre que, quizás, compruebe el dicho de que nadie es profeta en su tierra.
Cuando se jugaron los primeros partidos de fútbol en el siglo XIX, la idea de realizar pases laterales o hacia atrás era una ofensa ante un modo de juego que pensaba solamente en el ataque. Viendo los equipos de Bielsa se comprende por qué la dinámica del ataque fue tan importante en los orígenes. Esto no es solamente un elogio a la obsesión de Bielsa por buscar el arco rival; es también una muestra del punto más flojo que suelen marcarle sus detractores. El fútbol ofensivo es una invitación a los goles, a convertirlos y a recibirlos. Y de eso se trata el juego, de goles.
No hay fórmulas que aseguren el éxito. Matemáticamente, si se quiere apelar a la ciencia para dar neutralidad al asunto, atacando se tienen más chances de convertir goles. Para Bielsa no es una cuestión de estética. Atacar no es una opción. Es la única forma posible en la que un equipo puede hacer más goles que su rival. Resulta obvio, pensará el lector. Sin embargo, muchos técnicos proponen que no atacar es la mejor manera de ganar un partido. Ejemplos abundan. Grandes campeones hicieron escuela en las canchas argentinas justificando un estilo defensivo, llamado también pragmático. Sus defensores reconocen que no es un juego atractivo, pero, dicen, lo que importa es el resultado.
El último título de Bielsa se remonta en Argentina al Vélez campeón del Clausura 98. Luego de eso, un breve paso por Espanyol de Barcelona, y la conducción de la Selección, el Mundial 2002 y el oro olímpico. Los resultadistas dicen que Bielsa no ha ganado nada. Y es muy probable que haciendo un análisis frío de chances y logros el resultado les dé la razón. Pero un análisis frío no puede explicar el fenómeno.
Bielsa no solo ofrece fútbol. En Chile fue una revolución cultural. En Bilbao, la primera etapa hizo revivir a un club histórico pero que hasta su llegada estaba empecinado en creerse uno de mitad de tabla. Llevó al Athletic a dos finales. Las perdió con sus armas, como quien dice, con las botas puestas. En la segunda etapa, su revolución chocó contra la poca voluntad de sus dirigidos. Sacrificar el ego individual en pos de un objetivo colectivo no es algo que todos en el mundo del futbol quieran y sean capaces de hacer. No obtuvo títulos. A pesar de esto, ver hoy al Athletic de Valverde es ver la impronta ofensiva y de juego colectivo que dejó Bielsa. Por un tiempo, en Bilbao ya no creerán que son un equipo de mitad de tabla.
Ahora en Marsella, perla de la costa azul francesa, la historia del gigante convertido en plebeyo se repite. Un histórico del fútbol francés, con tradición de buen juego, en crisis económica y de identidad. El hombre que planea el rescate no negocia, es un obseso trabajador de sus ideas, lo que a la vez convierte su obstinación en punto débil. Esta vez con un perfil más bajo, menos dedicado a los asuntos extra futbolísticos, Bielsa logró que los jugadores asimilen y se comprometan de entrada con sus ideales. La revolución empezó. Con el equipo encaminado en la Copa de Francia y luego de la primera victoria en liga, tras un empate y una derrota, hay grandes posibilidades de que la Marsellesa empiece a sonar diferente para los que gustan del fútbol ofensivo en los mares del sur.
Recién se trata de los primeros partidos oficiales después de una pretemporada en donde se vio al equipo anular a los rivales con presión y ataque constantes. En definitiva, el equipo llevando a la práctica los pilares fundamentales de su técnico. Es temprano aún para saber lo que le deparará el destino a Bielsa en Marsella. Sin embargo, es imposible negar el guiño cómplice que teje: ningún otro lugar mejor para un revolucionario como Bielsa que Marsella.