Por Mariana Leytón Escobar* – @marisleyton
No podemos perder de vista que estamos en un momento de evolución y convergencia tecnológica que avanza cada vez más rápido y en el que nuestras decisiones –individuales y colectivas– sobre cómo desarrollamos y usamos las tecnologías –y sobre qué valores y cualidades políticas se reflejan en ellas– determinarán qué tan libres son las redes con las que vivamos.
“¿Te preguntaste alguna vez si internet es realmente libre?”. Ésta es sólo una de las sugerentes preguntas con las que la iniciativa #LibresLocasLab busca promover el debate sobre las tecnologías que usamos diariamente y su impacto en nuestras libertades. Es una propuesta que vale la pena seguir; en sus dos primeros blogposts han compartido ya un montón de recursos con la idea de que podamos “problematizar nuestra relación con internet” y cuestionemos cómo impacta en nuestros derechos. En este artículo no pretendo explorar la compleja respuesta a la pregunta, sino exponer algunos temas que hay que considerar antes de poder responder.
Las tecnologías que usamos están cargadas de valores y relaciones de poder que influyen en la manera en cómo las utilizamos y qué tanta libertad tenemos frente a ellas. “Los artefactos tienen política”, escribió Langdon Winner en 1986, complementando así las teorías de determinación social de tecnología (aquellas que se enfocan solamente en el origen social; en quien tiene el poder de un cambio tecnológico), y le quitan total importancia a los objetos tecnológicos en sí. Sin caer tampoco en las garras de un determinismo tecnológico (la idea de que la tecnología se desarrolla sola y que la sociedad se adapta a ella), Winner propone prestar atención a las características de los objetos tecnológicos y a su significado. Así “se puede identificar a ciertos objetos tecnológicos como fenómenos políticos en sí mismos”.
De esta manera, Winner propone dos formas en las que un artefacto puede tener cualidades políticas. Primero, “aquellas situaciones en las que la invención, diseño o arreglo de un objeto o sistema tecnológico resuelve algún problema en los asuntos de una comunidad”. Y segundo, “los casos en los que los sistemas creados por el hombre parecen requerir o ser altamente compatibles con ciertos tipos de relaciones políticas”. En esta segunda forma podemos hablar de “tecnologías inherentemente políticas”.
Ambas formas pueden observarse en ciertas tecnologías, como es el caso de internet, y ése es un detalle importante a tomar en cuenta al hablar de libertad en la red. Así como hablamos de que internet ha democratizado nuestro acceso a la información y ha dado lugar a un nuevo paradigma de comunicación, es importante también tener en cuenta que internet no es una tecnología estática ni neutral. Es importante prestar atención a su diseño e infraestructura, considerando cómo se toman decisiones sobre estos temas, y qué valores políticos se ven reflejados en esta tecnología.
Es ahí que entramos al campo de la gobernanza de internet, un concepto que se refiere “a las políticas y temas de coordinación técnica relacionadas al intercambio de información a través de internet”. En este campo entran aquellas decisiones técnicas y administrativas que deben ser tomadas para que internet funcione. El detalle es, como lo explica Laura DeNardis, experta en el área, que las decisiones que se toman en este ámbito “no solamente dependen de conveniencia técnica o eficiencia económica, sino de balancear los intereses de los grupos sociales involucrados en esas decisiones”. Estos grupos provienen de varios sectores, desde el militar y el académico –como en sus orígenes en los años 60– hasta el gubernamental, el institucional y el privado. Es por eso que hablamos de un modelo de gobernanza multistakeholder –un modelo en el que participan “los múltiples actores interesados”–, que en diferentes momentos facilita la toma de decisiones en base a valores e intereses de grupos muy específicos.
¿Es internet realmente libre? Pues para responder esa pregunta recordemos que internet no es ni estática ni neutral, por lo que debemos prestar atención a qué tipo de decisiones toman estos grupos sobre su diseño y expansión. A través de la evolución de internet, existe clara evidencia de que estas decisiones pueden limitar qué tan libre es la red.
Un ejemplo concreto de esto son las restricciones que se establecen en internet a nombre de la propiedad intelectual. Una de las tácticas que ha desarrollado el Gobierno de EEUU para detener a sitios en los que existe material que infringe derechos de autor, es deshabilitar esos sitios al no permitir que una usuaria pueda llegar a ellos. No es que el sitio desaparece, sino que la usuaria no puede llegar a él porque se ve redireccionada a otro lugar. Para lograr hacer esto, hace falta intervenir con una de las tecnologías más fundamentales de internet que tiene la función de traducir entre nombres de dominio y direcciones IP, el sistema de nombres de dominio.
En pocas palabras, es gracias a este sistema que podemos escribir, por ejemplo, “www.wikipedia.com” en la barra de un buscador y llegar a ese sitio web. El sistema de nombres de dominio traduce esa denominación a una dirección estandarizada con la que puede localizar al sitio web. Para deshabilitar un sitio, cualquier gobierno puede mandar a los proveedores de servicio de internet filtrar el flujo de información para poder bloquear el acceso a un sitio específico, alterando de esta forma la función normal del sistema de nombres de dominio. Esta acción puede atentar contra la estabilidad y seguridad de internet. Se han dado ya innumerables ejemplos. Uno que sonó mucho en los medios ocurrió en 2012, cuando el Gobierno de EEUU logró que cada vez que un usuario intentara ingresar a la dirección www.megaupload.com (el sitio del famoso Kim Dotcom), en su lugar llegue a un sitio con una notificación del FBI que alertaba que el nombre de dominio estaba incautado por del Departamento de Justicia de EEUU.
Estos ejemplos constatan que el sistema de nombres de dominio es utilizado como un punto de control de internet. Este sistema cumple una función técnica específica, y como explica DeNardis, no ha sido diseñado para aplicar leyes de propiedad intelectual. Al ser utilizado por los sistemas de poder para esta función de control, “las tecnologías de gobernanza de internet no solo encarnan valores políticos en su diseño y operaciones sino que están siendo coptadas, cada vez más, por motivos políticos irrelevantes a su función original de gobernanza de internet”.
Un caso más actual y cercano está ocurriendo en Uruguay, donde el gobierno está considerando si bloquea o no el acceso a la aplicación Uber, en base a una queja por parte de los taxistas de ese país. En este caso, el flujo de información en internet sería también bloqueado en base a la decisión de un gobierno, afectando así su infraestructura sin que exista una necesidad técnica de hacerlo.
Internet nació con todo el potencial de ser una tecnología que democratiza el acceso a la información y promueve una cultura de libre expresión, pero su evolución ha demostrado que al ser una tecnología “inherentemente política”, su existencia establece relaciones de poder que no podemos ignorar. Y es por eso que debemos, como bien llaman en #LibresLocasLab, entrar con fuerza al debate de gobernanza de internet y “cuestionar las plataformas que usamos”. No podemos perder de vista que estamos en un momento de evolución y convergencia tecnológica que avanza cada vez más rápido y en el que nuestras decisiones –individuales y colectivas– sobre cómo desarrollamos y usamos las tecnologías –y sobre qué valores y cualidades políticas se reflejan en ellas– determinarán qué tan libres son las redes con las que vivamos.
*estudiante doctoral enfocada en la intersección de Medios, Tecnología y Democracia. Artículo originalmente publicado en La Pública
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