El vendedor de humo. Nueva entrega de esta columna donde el dibujante Lucas Nine se propone “garantizar una provisión de teorías escandalosas para discutir en la sobremesa y munir al pastenaca de un material que le permita impresionar a sus amistades”.
Se sabe que, una vez en movimiento, los especialistas pueden constituirse en un cataclismo natural que arrase con todo lo que se ponga en su camino. En esos casos, la falta de una conciencia individual es suplida por la abstracción vertiginosa del número y la única lógica que acepta el conjunto es de naturaleza mecánica: el río se estrellará contra el dique, la avalancha se disolverá en el abismo, los bisontes en estampida caerán bajo el fuego del fusil.
Si bien es cierto que la última de estas soluciones es adecuada para el tipo de diletante al que nos referimos aquí, resulta peligrosa una generalización excesiva: el especialista en historietas no es tan malo. Tampoco demasiado homogéneo. Nadie discute, desde ya, lo tedioso de sus listados de preferencias o esas vistosas ceremonias en las que condecoran o degradan públicamente a sus ídolos. Es verdad que muchas de sus digresiones teóricas recuerdan más a una toma de rehenes que a una argumentación lógica, pero no está de más recordar que hay un matiz afectivo en todo el asunto, y que una forma de expresión que todavía es popular (al menos en el recuerdo) siempre va a provocar mayores expansiones sentimentales que una exposición de pintura cubista.
Sin embargo, pocos especialistas pueden resistirse a cierto tipo de estímulos: está comprobado que el rango de “precursor” es uno de ellos. Una regla no escrita avisa que en cuanto este término entra en juego, todo puede ocurrir.
La historieta en cuestión se llama “Darío Malbrán, Psicoanalista” y fue dibujada por el catalán Carlos Freixas para la revista “Aventuras” hacia 1949. Según rezaba su título, se trataba de la “primera historieta semidocumental de América” y de ella Freixas ha afirmado que “para lograr el fiel reflejo del ambiente porteño que determina el escenario de la historieta, recorro las calles y rincones más típicos tomando apuntes al natural.”(1)
En efecto, en una de sus páginas el especialista puede realizar un paseo que lo lleve desde la puerta del Teatro Ópera (imagen 2) hasta el Obelisco (imagen 3: nótese la construcción puntual con la casita en los altos en lugar de los usuales edificios genéricos), y luego seguir viaje hasta el barrio de La Boca. Todo en estos fondos participa en una puesta en escena minuciosa que sin embargo no llega a ser fotográfica: los apuntes del natural de Freixas resultan más informativos que visuales.
El otro elemento significativo se halla en la profesión elegida para justificar las aventuras del protagonista. Según Carlos Martínez, autor del excelente blog “Tebeosfera”: “Erigir a un psicólogo como protagonista de una historieta fue de por sí novedoso, pero también resultó premonitorio: desde mediados de los años sesenta Buenos Aires adquiriría fama de ser una de las ciudades del mundo con mayor número de psicoanalistas en relación a la cantidad de habitantes, a tal punto que un sector del exclusivo Barrio Norte pasó a ser conocido como “Villa Freud” por el alto número de dichos profesionales allí afincados.”
Volviendo al tema de la ambientación documental, Martínez destaca que la historieta: “tiene la particularidad de darle a Buenos Aires un protagonismo que no había alcanzado anteriormente.(…) Esa predilección de Freixas por captar los paisajes más característicos de Buenos Aires abona la suposición de que tal vez pudo ser el mismo artista quien sugirió una historia que le permitiera volcar en ella esos escenarios urbanos. Fuera iniciativa suya o de los editores lo cierto es que Freixas contó con la ventaja de un guión bastante sobrio en cuanto a diálogos y textos aclaratorios -mérito del argumentista, Julián Maldonado- lo que le permitía disponer en cada cuadro del espacio necesario para desplegar su excelente dibujo.”
Esto nos lleva a la cuestión de la “autoría secreta”, la otra moscarda que obra como carnada: el punto es que nadie sabe quién era realmente “Julián Maldonado”. La mayoría de las fuentes parecen coincidir en que se trata de un nombre artístico utilizado para ocultar el trabajo como guionista por alguna figura salida del periodismo o de la literatura.
Según el dibujante Jorge Straface: “No hay datos concretos sobre la identidad real de Julián Maldonado, el guionista. Detrás de este seudónimo literario o periodístico, pueden estar Vicente Barbieri, Manuel Peyrou, Alberto Blasetti, Isaac Aizenberg, Conrado Nalé Roxlo, Dardo Cúneo, Ferreira Basso y Miguel de Calasanz. Todos ellos colaboraban con la revista en calidad de adaptadores o guionistas.”(2)
La piedra ha sido lanzada, entonces, con gracia y elegancia; y gracias al tenor de los emisores, no sólo resulta una pieza contundente sino que se transforma en un artículo de lujo. A partir de aquí, una multitud de especialistas parecen haber oído una señal de los cielos para arrojarse (munidos de baldes y palitas) sobre los restos exangües de “Darío Malbrán”.
Para Roberto Biassetti, “existe sin duda, un tono Maldonado que se articula en multitud de artículos y sueltos periodísticos sin firma y cuya influencia llega hasta Leonardo Wadel”. Darwin Barroso, en una serie de artículos publicados en su blog “Palo y a la Bolsa” se apropia de la apreciación de su colega para aventurar la hipótesis de que “Leonardo Wadel es, sin lugar a dudas, otro nom de plume de Maldonado”, como lo probaría “el hecho de que nunca hayan coincidido en una fotografía grupal, de esas tan frecuentes en la época”. Si bien es cierto que la confianza que merecen las apreciaciones de Barroso queda resentida en parte por el hecho de sostener más adelante que Batman es una persona real, no es el único especialista que insiste en el punto. Sanchez Ligustro, el sólido teórico español, afirma que “a nadie se le escapa que tanto Wadel como Maldonado son creaciones literarias del propio Freixas, autor también del primer comic íntegramente protagonizado por gallinas: Rinkel, el Ballenero”.(3)
Un apartado particular merece la especulación que desarrolla el especialista Aldo Mussupapa a lo largo de múltiples intervenciones en blogs, “estados” de facebook y comentarios en foros (resulta complicado reunir el conjunto de manera coherente). Mussupapa empieza argumentando que mientras “El Eternauta” utilizaba la precisión geográfica como un eje que situaba la aventura fantástica en un territorio ligado con lo real, no puede verse aquí una conexión similar entre la minucia “a lo Guía Peuser” y la condición de psicoanalista que posee el protagonista de la serie. “Dos innovaciones interesantes, sin duda, pero que al no estar conectadas se anulan recíprocamente”.
Distinta es la opinión de J. J. Fioravanti sobre el tema, generalmente expresada como respuesta inmediata a la del citado Mussupapa. De hecho, no existe foro de discusión o lugar de debate virtual donde la opinión de Mussupapa no esté rebatida inmediatamente por la visión de Fioravanti, en una suerte de diálogo en el cual el tono de los dos especialistas va agriándose paulatinamente.
Para Fioravanti, “es justamente allí donde las dos innovaciones encuentran su razón de ser: el doctor Malbrán, tratando de indagar acerca de las causas ocultas que motivan los traumas de Laura, se interna en una ciudad fantasmatica que a la vez es extrañamente precisa. Precisa pero ajena, dado que no es una ciudad de historieta prototípica sino la real de Buenos Aires. Finalmente comprendemos que esa ciudad familiar pero desconocida es una puesta en escena de la mente de la misma Laura. Laura es la ciudad y la ciudad es Laura. Darío jamás podrá poseerla, ni descubrir la clave de su enigma. Eso.”
Una segunda serie de apreciaciones de Fioravanti, precedidas por una agria monserga de Mussupapa sobre los “profetas de la sarasa”, nos permiten arrojar más luz sobre el tema: “Laura huye de Malbrán, pero su huída, producida a través de ella misma, es también una invitación a seguirla y desentrañar sus misterios. En suma, un pedido de ayuda. Bella y ajena, arrastra a Malbrán a las profundidades de su ser. Desde las zonas luminosas de esa ciudad cosmopolita y elegante, llena de carteles y señales que nada indican, el psicoanalista desciende a los sombríos arrabales de La Boca; clara representación del turbio subconsciente de Laura. Es precisamente en un restaurante de La Boca donde Laura da rienda suelta a una fijación que la lleva a devorar un grisín tras otro, y deglutir lo que se le ponga a tiro. ¡Sólo un imbécil podría pasar por alto el hecho de que la ansiedad oral de Laura se manifieste en el barrio de La Boca! Eso.”
Pero Fioravanti llega incluso más lejos, a pesar de las agrias puteadas de Mussupapa (ahora aliado con el usuario “ProteoX9000”): “¿Qué otro sentido tiene entonces la larga secuencia frente al Obelisco? Una Laura en estado de trance se frota visiblemente los senos mientras profiere una serie una serie de letanías sobre su padre muerto. La metáfora es clara: el obelisco-papi-totem-falo se yergue ante ellos, frío e indiferente bajo la luz de la luna, mientras un Malbrán que se siente frente a la solución de un misterio al que en verdad jamás comprendió toma nota en su libreta de apuntes (a la que vemos en un close up que está llenando de pijitas). Eso, eso, eso.“
Una tercera opinión queda sintetizada en la contundente frase del especialista Sergio Almúdena: “¿Por qué no se van los dos un poquito al carajo?’”, a la que apelamos para correr un telón sobre la polémica.
A modo de reflexión final: “Darío Malbrán, psicoanalista” es, sin lugar a dudas una obra excepcional que ha hecho y hará correr litros de tinta (de tinta virtual). Es paradójico que una discusión fascinante sobre el uso del espacio real como una metáfora del individuo se haya trasladado al más irreal de los espacios.
NOTAS:
(1): Carlos Freixas, declaraciones a la revista “Dibujantes”, año 1954.
(2): Jorge Straface, reportaje de Pablo Turnes, año 2013.
(3): Francisco Sanchez Ligustro, “Comics en el siglo XX: prosodia iconográfica”, Editorial Lumen, Madrid, sin fecha.