En tiempos de trolls, fake news y tantos otros términos en inglés tomados del marketing político norteamericano, el pueblo argentino votó en contra de la recesión económica, de los tarifazos, de la caída del poder adquisitivo de los salarios y de la falta de trabajo. En el fondo, la política sigue siendo mucho más clásica de lo que a veces tendemos a pensar. Y eso no deja de ser un alivio.
Por Martín Obregón / Foto de Mauricio Centurión
Fue una gigantesca catarsis colectiva. La mitad del país expresó su hartazgo frente a un modelo económico y social basado en el endeudamiento externo y la especulación financiera y cuyos efectos fueron devastadores para el conjunto de los sectores vinculados a la producción y el trabajo. La catástrofe electoral del macrismo era previsible, aunque no entraba en los cálculos de nadie una derrota tan aplastante.
El macrismo perdió en todas las provincias del país, a excepción de Córdoba y la Capital Federal, distritos en los que la diferencia a su favor se vio recortada de manera significativa. Analizando a vuelo de pájaro la composición del voto por regiones se puede ver claramente que la fórmula encabezada por Alberto Fernández y Cristina Fernández cosechó las victorias más contundentes en el norte del país – donde en algunas provincias se impuso por cuarenta (Misiones) y hasta sesenta puntos de diferencia (Santiago del Estero) – y en el conurbano bonaerense, sobre todo en el segundo cordón, donde también obtuvo diferencias superiores a los cuarenta puntos (Florencio Varela, Merlo, Moreno y Malvinas Argentinas). Esa fue también la diferencia en La Matanza, el distrito más poblado de la provincia de Buenos Aires. La conclusión es absolutamente nítida: el más enérgico rechazo a las políticas del gobierno provino de los sectores más empobrecidos, los más castigados por este modelo económico que hizo que algunos productos básicos de la canasta alimentaria como la harina, la leche y el pan aumentaran en promedio un 250% en menos de cuatro años, muy por encima de la inflación. Para millones de argentinos y argentinas era urgente ponerle punto final a este verdadero genocidio social.
También en los grandes centros urbanos de la zona central del país, donde el macrismo había construido su fortaleza electoral, se expresó el descontento hacia el gobierno. Allí el peronismo se impuso por una diferencia amplia en Santa Fe (15%) y Entre Ríos (10%) y recortó de manera considerable la brecha en Córdoba y Capital Federal. Es evidente que amplias franjas de la clase media y media alta que habían votado a Cambiemos impulsados fundamentalmente por motivos políticos e ideológicos revisaron su decisión frente al derrumbe del mercado interno, la pérdida de ingresos y la caída de su capacidad de consumo. Algo similar ocurrió en la región patagónica, donde el peronismo acentuó todavía más la ventaja que había obtenido en las presidenciales del 2015, alcanzando en algunos distritos 25 y hasta 30 puntos de diferencia.
Por más que resulte demasiado obvio hay que decirlo. La clave explicativa de esta verdadera paliza electoral radica en dos cuestiones: la magnitud de la crisis económica y la unidad del peronismo, que cerró filas detrás de un candidato de consenso, el más indicado para encolumnar a los gobernadores y al conjunto de la estructura sindical. En términos electorales el efecto fue demoledor para el macrismo. El gran mérito, sin dudas, es de Cristina Fernández – la única capaz de despertar pasiones – que advirtió mejor que nadie que esta elección se ganaba colocando en el centro del debate la discusión en torno a las cuestiones económicas y sociales, eludiendo aquellas otras que durante tanto tiempo le sirvieron al macrismo para pulsar la tecla del sentido común de derecha. El gobierno intentó profundizar un discurso racista y xenófobo, pero su estrategia de bolsonarización resultó inocua ante la magnitud del desastre económico.
No hay forma de hacerle creer al pueblo argentino que los verdaderos problemas del país son los migrantes ilegales, los vendedores ambulantes o el narcotráfico cuando vale cien pesos el kilo de pan.
Lo que viene será durísimo, porque el macrismo deja un país devastado y las consecuencias sociales de las políticas aplicadas durante estos cuatro años serán difíciles de revertir. La derecha se va del gobierno dejando el tendal. Las ganancias acumuladas por los bancos, los grandes fondos de inversión y apenas un puñado de empresas son colosales. Sin embargo, las clases dominantes han dilapidado una oportunidad histórica desde el punto de vista de la construcción de un proyecto hegemónico. No es poco. Lo que hoy sentimos se parece mucho a un enorme alivio, algo similar a lo que sentimos cuando despertamos de una terrible pesadilla. Pero el macrismo no fue una pesadilla, sino el emergente de un sentido común de derecha que persiste entre nosotros y que puede reaparecer en cualquier momento.
Anoche el pueblo argentino le restituyó a la política su dimensión más clásica: trataron de engañarlo y manipularlo de la manera más obscena y descarada, mintiendo sistemáticamente desde los grandes medios de comunicación y pagando fortunas para generar trending topics y obtener big data. Pero todavía no vivimos en medio de una pesadilla orwelliana. Y cuando el pueblo agota su paciencia contesta siempre con otro vocabulario, más clásico, más nuestro, donde no hay términos en inglés, sino palabras simples, como pan, paz, tierra, trabajo, dignidad, esperanza, organización, lucha, pueblo, piquete y barricada. Brindemos para que sean esas las palabras del mañana.
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