Por Álvaro Bretal
Hablar de clásicos del cine tiene una parada obligada en 1941, momento en que el director Orson Welles dio vida a Citizen Kane. Marcha te acerca al origen y a la película.
El ciudadano (Citizen Kane) se estrenó en el Teatro Palace de Nueva York el 1 de mayo de 1941. En ese momento su director, coguionista, protagonista y productor, Orson Welles, estaba a punto de cumplir veintiséis años y ya era una figura conocida en Estados Unidos. Famoso por sus obras teatrales y sus radioteatros (principalmente por una adaptación de La guerra de los mundos de H.G. Wells), había viajado a Hollywood en 1939 para probar suerte en la industria cinematográfica. En los dos años que pasaron entre su llegada a Hollywood y el estreno de El ciudadano Welles intentó llevar a cabo numerosos proyectos cinematográficos que, por diferentes motivos, no pudieron concretarse. La razón más frecuente era que se trataba de proyectos sumamente ambiciosos que requerían grandes presupuestos. Más allá de su fama y de su talento radial y teatral, no era seguro que pudiera desempeñarse con habilidad –y éxito comercial– detrás de cámara.
Una de las primeras ideas que Welles le sugirió a la compañía RKO fue la de adaptar la novela corta de Joseph Conrad El corazón de las tinieblas (Heart of Darkness, 1899). El proyecto avanzó al punto de que Welles llegó a tener ideas muy definidas sobre el film, un guión terminado y parte del reparto elegido. Una de sus particularidades era que estaría narrado en primera persona, a través de subjetivas filmadas con una cámara de mano Eyemo. Sin embargo, tras algunos meses de charlas y negociaciones, el desinterés de ciertos directivos de la RKO llevó a que el proyecto se disolviera. La situación económica en Europa no era nada favorable (1939 es el año que marca el comienzo de la Segunda Guerra Mundial), lo cual dejaba afuera a un porcentaje muy grande del público potencial de la película y del cine de Hollywood en general. No era momento para correr grandes riesgos. En todo caso, resultaba más aconsejable que el primer paso de su carrera cinematográfica fuera una película más pequeña, tal vez la adaptación de una novela sencilla, como algunas de las que hacía en sus radioteatros. El corazón de las tinieblas recién sería llevada al cine cuarenta años más tarde por Francis Ford Coppola, bajo el título Apocalipsis Now.
Muchos de los consejos que recibía Welles por aquellos días apuntaban a que un guión simple y contundente resultaría más atractivo para el gran público. De hecho, otra de las razones esgrimidas por la RKO para no llevar a cabo la adaptación de El corazón de las tinieblas era que lo central en las novelas y cuentos de Conrad no era la trama, sino otros detalles que sería complicado y riesgoso llevar al lenguaje del cine. En este planteo no sólo es posible ver sintetizada una apuesta a lo seguro común a algunos empresarios cinematográficos, sino también la poca expectativa depositada en las habilidades de Welles como cineasta. En un periódico corporativo de Hollywood se llegó a publicar una foto suya junto a la ironía “Silencio, genio trabajando”. Lejos de aceptar estas sugerencias, el futuro autor de El ciudadano tenía otras ideas en mente: un retrato de época de los Borgia, una película sobre las aventuras de Hernán Cortés y biopics de Maquiavelo y Alexandre Dumas fueron algunos de estos proyectos, también infructuosos. Más allá de la variedad temática, todos compartían una característica: el interés por narrar simultáneamente la vida de un personaje importante y la sociedad en la cual vivía.
El origen de El ciudadano es ampliamente debatido. Algunos aseguran que la idea original fue un guión de Herman J. Mankiewicz llamado American. Otros, que la idea de filmar una película en torno a la vida del magnate William Randolph Hearst fue exclusivamente de Welles. En 1939, Aldous Huxley había publicado una novela sobre el mundillo de Hollywood basada ligeramente en la vida de Hearst (After Many a Summer Dies the Swan) que, si bien puede haber sido una influencia para Welles, tiene poca relación con El ciudadano. La distancia entre aquella primera versión llamada American y la película rodada es muy grande y atravesó numerosas etapas. Una de ellas se llamó John Citizen, U.S.A. y, según dicen, era similar a El ciudadano pero más romántica. Más allá de las diferentes versiones sobre la escritura del guión, Welles siempre le cedió a Mankiewicz (hermano mayor del cineasta Joseph L. Mankiewicz y guionista reputado a fines de la década del treinta) el beneficio de haber sido el creador de la idea de “Rosebud” y de la narración retrospectiva a partir de la muerte del protagonista. Sin embargo, Welles aseguraba haber tenido que realizar numerosas modificaciones a partir de la propuesta inicial de Mankiewicz: “en el guión original el malo era malo de verdad y las escenas cómicas eran totalmente cómicas”, dijo en una entrevista para la BBC rescatada por el biógrafo Frank Brady.
El ciudadano se filmó entre agosto y octubre de 1940 y fue particularmente costosa para la RKO: hacia mediados de junio se estimaba que iba a costar poco más de un millón de dólares, cifra límite que sólo se debía aprobar bajo circunstancias extraordinarias. Vale la pena repetir que Welles, si bien era famoso, era casi un debutante en el mundo del cine. Entre junio y julio se recortaron 300.000 dólares del presupuesto inicial y, recién ahí, se le dio luz verde al proyecto. Según el crítico y cineasta François Truffaut, El ciudadano es la única película que tiene como tema a la fama. Esto se debe, según él, a que Welles fue el único cineasta de su época que ya era famoso en Estados Unidos antes de hacer su primera película. Si bien es discutible que sea la única película sobre la fama, es claro que ese es uno de sus temas centrales. El otro es, por supuesto, el poder. Truffaut también dijo que una de las razones por las cuales a él y a sus amigos cinéfilos les resultaba una película tan atractiva era porque se trataba de un film a la vez hollywoodense y antihollywoodense. Por otra parte, la perspectiva a través de la cual se observan la fama y el poder tiene un elemento fuertemente crítico, que de algún modo anticipa la tensión que marcaría la relación entre Welles y Hollywood desde El ciudadano en adelante.
El ciudadano rompió con toda una tradición cinematográfica en Estados Unidos, pero no por su tema ni su trama, sino por la variedad de recursos de los que hace gala Welles para contar su historia. El expresionismo y el maximalismo son elementos fundamentales en su obra y en El ciudadano pueden apreciarse desde los primeros planos, donde los exteriores de la mansión Xanadú parecen el escenario de un cuento fantástico, selvático e irreal. La construcción de universos absolutamente ficcionales y cinematográficos es otro aspecto central de su filmografía. En El ciudadano, por ejemplo, los segmentos que imitan noticieros no buscan apelar al cine documental: Welles siempre fue partidario del engaño y la magia, como queda claro en su último film, el atípico ensayo F de falso (F for Fake, 1973). En El ciudadano, el uso de carteles, periódicos, voz en off, entrevistas y demás artilugios resultan orgánicos porque tienen una relación directa con la trama y el personaje retratado: la vida y obra del magnate de la prensa Charles Foster Kane es reconstruida a partir de una investigación periodística. Esa primera persona que Welles quería utilizar en El corazón de las tinieblas en cierto modo se traslada, en El ciudadano, a un entrevistador al que nunca se le va la cara. El ciudadano es una película sobre la investigación de una figura poderosa. Por lo tanto, esa figura es construida a través de múltiples miradas en tensión (de amigos, parejas, familiares, enemigos), dando como resultado a un personaje complejo y misterioso. Nunca se sabe quién es verdaderamente Charles Foster Kane. La palabra “Rosebud” es el único vínculo que tenemos con su interior. La épica de lo individual propia del capitalismo es criticada por Welles en un film que, a diferencia del grueso de las películas realizadas en Estados Unidos en la época, es difícil de encasillar en un género específico.
Varios meses después del estreno de El ciudadano, en una charla dada en el Carnegie Hall de Nueva York, Welles consideró a su primera película como “un experimento” y lamentó que las compañías productoras de Hollywood no estuvieran dispuestas a correr más riesgos económicos en pos de experimentar y desarrollar la que, según él, era la forma artística más grandiosa del siglo XX. Esta crítica expresaba en 1941 algo que venía sufriendo desde hacía algunos años y que marcaría su partida de Hollywood poco tiempo después: comprensiblemente, en la meca del capitalismo el dinero es mucho más valioso que el arte. Las luchas de Welles con los productores (que alcanzarían un punto demasiado alto en su film siguiente, The Magnificent Ambersons, masacrado por los productores en su versión final) tendían a darle la razón a él: su ambición era la extensión de una creatividad descomunal y, ya con su opera prima, logró plantear nuevas posibilidades en cuanto a narración cinematográfica y puesta en escena. El uso del sonido, el montaje de ritmo ágil y la narración en capas múltiples son algunas de las innovaciones de una película que, más allá de gustos, implicó las mayores rupturas del cine norteamericano del período. En una reseña contemporánea para The New Yorker, John Mosher escribía que El ciudadano mostraba a un cineasta independiente de las convenciones cinematográficas de la época. La carrera posterior de Welles, por suerte, confirmaría sus palabras: se trata de un artista original de comienzo a fin, que construyó una obra sin espacio ni tiempo, siempre en movimiento, innovando y al margen de las modas de turno. El ciudadano, con toda su grandiosidad y relevancia, era sólo el primer paso.