Por Francisco J. Cantamutto. Una década de kirchnerismo ofrece buenas razones para una evaluación de conjunto. ¿Qué nos deja este período? ¿Hay una dirección clara del “modelo nacional y popular”?
La forma del pensamiento humano para aprehender es intentar clasificar, ordenar. Utilizar décadas para ubicar períodos económicos no obedece a ninguna ley, pero parece funcionar para entender: la década pérdida de los ochenta, la década neoliberal de la Convertibilidad, y ahora, la década del kirchnerismo. Los sectores afines al gobierno han promovido la idea de una década ganada, a lo que la oposición patronal pretende responder, aunque sin lograr un eslogan de igual impacto. ¿Se puede analizar qué dejó este período? ¿Hacia dónde va “el modelo”?
Resulta casi imposible dar cuenta de esta etapa sin omitir algún aspecto relevante, por lo que la interpretación de conjunto es relevante por demás. La década, por ser un corte arbitrario, conjuga procesos de diverso alcance y duración. Así, según se quiera, se resaltan aspectos coyunturales, cíclicos o estructurales, que indican informaciones diferentes.
El gran cuco neoliberal
La estrategia central del gobierno es diferenciar sus resultados con el desempeño de la Convertibilidad: el contraste entre aquel período y éste mostrarían la reversión del neoliberalismo. Esta no es una elección al azar. La caída de la Convertibilidad, aunque con un fuerte trasfondo económico, fue impulsada por las protestas que impugnaban el neoliberalismo como forma de organización social. El gobierno, para obtener alguna legitimidad, necesitó siempre mostrarse como contracara de aquel proyecto –que, debemos resaltar, no se restringe a la Convertibilidad.
Así, se multiplican los indicadores que muestran la magnífica recuperación posterior a la crisis: el crecimiento del empleo, de los salarios, de la industria y la construcción, etc. Hay aquí dos problemas soslayados. En primer lugar, la comparación respecto de los pésimos valores de la crisis es válida para evaluar el ciclo económico, pero no es apropiada para distinguir respecto de procesos de crecimiento anteriores. Así, por ejemplo, si comparamos el salario promedio real con el momento peor de la crisis, a mediados de 2002, podremos observar un importante crecimiento, pero si lo referimos a la expansión de la Convertibilidad, resulta que ¡sus niveles son iguales! Si lo referimos a 1974, antes de la dictadura, el salario actual persiste a un 30% por debajo.
En segundo lugar, el kirchnerismo escatima el peso que tuvieron en la recuperación el default reconocido por Rodríguez Saá, y la devaluación y la pesificación de Duhalde: sin estos, no habría recuperación alguna. Aceptar esta filiación es un problema político complejo para el kirchnerismo. Por un lado, por la deuda política que implica con esos sectores partidarios. Por otro lado, porque indica quiénes fueron los sectores sociales que dominaron la salida de la crisis. Aunque poco se hable hoy día, el programa default-devaluación-pesificación fue articulado y propuesto por el Grupo Productivo, un agrupamiento comandado por la Unión Industrial Argentina, que reunía a la Cámara Argentina de la Construcción, a Confederaciones Rurales Argentinas, y más tardíamente a Asociación de Bancos públicos y privados de la República de Argentina.
Es decir, sectores relevantes de la gran burguesía fueron artífices del programa económico post-Convertibilidad. Más allá de algunos coqueteos políticos de Moyano y el oportunismo de Daer, ningún sector de los trabajadores influyó en la definición de este programa, y éste es un dato central para caracterizar la década emergente. Y quizás hasta más importante aún, al señalar esta alianza fuerte con sectores del capital, a menudo olvidados por los defensores radicales del gobierno, indica también una pauta de grandes ganadores en la nueva gestión económica.
En lo estructural
La recuperación de la tasa de ganancia industrial alcanzó niveles récord para la historia nacional. Con ese impulso, basado en una brutal licuación de los salarios, no resultó difícil para el empresariado iniciar un proceso de expansión de la actividad. He allí el misterio del crecimiento al que remiten los alabadores de esa fase inicial. La lenta recuperación salarial se detuvo a partir de 2007, momento en que la economía comienza a transfigurar su fisonomía. Desde ese año para esta parte, el crecimiento del sector industrial se ha ralentizado, pasando a liderar la expansión el sector financiero, aquel que se decía atacar. El desempleo, por ello mismo, dejó de descender. El sector externo muestra una dinámica semejante: luego del superávit logrado en los primeros años, la propia expansión ha desgastado el saldo corriente, corroído a su vez por las remisiones de utilidades al exterior y, desde 2005, los pagos de deuda externa.
Estos procesos no son una eventualidad, sino la expresión del desgaste del impulso original. Durante esa fase, la clase trabajadora se fortaleció, y el gobierno –que también impulsó de este proceso a través de las negociaciones colectivas- no puede simplemente volver a la solución de 2002. Esto pondría en entredicho su legitimidad social. Lo que ha hecho desde entonces, no sin éxito, es arbitrar un “equilibrio” entre sectores sociales aliados: no resuelve ni por la vía de radicalización ni por la vía de ajuste, y requiere de la permanente actividad de mediación política.
Este es un dato no menor, tanto en la evaluación económica como en la política: el gobierno de alguna forma respeta su sesgo, sin mejorar estructuralmente la situación de la clase trabajadora, pero sin tampoco atacarla abiertamente. Muchas de las políticas económicas más interesantes responden a este escenario de mediación inestable. La estatización de las AFJP sirvió para subsidiar a la industria y a los servicios públicos, tanto como para solventar la Asignación Universal por Hijo. La compra de participación en YPF es un intento por resolver las necesidades del capital industrial en materia energética, que podría permitir una ulterior expansión de la actividad y el empleo. Cada medida es un intento por sostener este equilibrio entre intereses encontrados: la visible presencia del Estado en la economía obedece a esta lógica, no a un estrafalario deseo estatalista.
Mediación permanente, sin cuestionar
Mientras el salario y el desempleo se mantienen estables desde hace un lustro, la concentración de la producción, la extranjerización y la dependencia de las ramas primarias se ha profundizado. No ha habido un proceso de cambio estructural, ni de industrialización, aunque se ha logrado sostener lo obtenido en la fase expansiva pre-crisis mundial.
Éste es “el modelo”: profundizarlo es sostener este inestable equilibrio, que no implica cuestionar privilegios estructurales del gran capital ni revertir lo más severo del neoliberalismo histórico. Su superación requiere el cuestionamiento de la alianza económica-política que sostiene el kirchnerismo desde hace una década.