El 17 de abril de 2024 se cumplieron diez años de la partida física de Gabriel García Márquez, es por eso que aprovechamos la fecha como excusa para poder recordarlo compartiendo algunos de los vínculos que lo unieron a nuestro país.
Por Luis Hessel
Gabriel García Márquez nació el domingo 6 de marzo de 1927 a las nueve de la mañana en la vieja casa de los abuelos de Aracataca, un pueblo anclado al norte del caribe colombiano, en el cual encontró la fuente de materias primas con la que construyó el pueblo mágico de Macondo.
Al igual que para muchos jóvenes de su generación, Buenos Aires fue la ciudad de referencia para quienes se interesaron por el mundo de los libros y las artes en general. Cuando en la navidad de 1949 llegó a Barranquilla comenzó a escribir en el periódico “El Heraldo” y a salida de la redacción se encontraba con sus amigos en la librería “Mundo” para hojear las últimas novedades llegadas desde Buenos Aires. Cuando el barco con los pedidos llegaba al puerto, Gabo y sus amigos ayudaban a los dueños los hermanos Rondón a cargar con las cajas por el solo hecho de tener las primicias publicadas por Sur, Losada y Sudamericana.
Integró un fenómeno sin precedentes en la historia de las letras, como el llamado boom de la novela latinoamericana que compartió con figuras de la talla de Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes. El poeta chileno Pablo Neruda ganador del premio Nobel de 1971 le había dicho con una seguridad casi paternal, que él también se lo tenía que ganar. Y así fue. En 1982 la academia sueca condecoró a Gabriel García Márquez con el nobel de literatura. La noticia fue de una algarabía tal que revolucionó las emisoras y canales de noticias. América Latina toda sintió la distinción como propia.
Transitó con maestría excepcional, diversos géneros literarios como la novela, el cuento, el ensayo, la crónica periodística y el guión cinematográfico. Acumuló en su haber varios volúmenes que reúnen su obra periodística. Escribió libros de cuentos como “Los funerales de la mamá grande” y “12 cuentos peregrinos”. Y de sus novelas vasta con mencionar “El coronel no tiene quien le escriba”, “Crónica de una muerte anunciada”, “El amor en los tiempos del cólera” y “Cien años de soledad”.
Gabriel García Márquez escribió su obra mayor entre 1964 y 1967 en un humilde departamento de alquiler en México. Acosado por las deudas, con Mercedes tuvieron que vender el único bien de lujo que tenían: una procesadora de alimentos que alcanzó para pagar el envío del manuscrito a Buenos Aires, donde se hizo la primera edición y donde alcanzó el éxito inmediato.
Comenzando por la galería de personajes aparece en esta historia el escritor tucumano Tomás Eloy Martinez. Cuando Francisco Porrúa de Sudamericana recibió el manuscrito automáticamente llamó a Tomás Eloy Martinez para que vaya a su casa urgente a leerlo. Llovía en la ciudad y al entrar al apartamento se secó los zapatos con los diarios puestos en hilera sobre el piso, que en realidad no eran otra cosa que el manuscrito original de “Cien años de Soledad”, que por suerte el barro no logró alterar la escritura. Luego de quedar anonadados por la lectura de la novela se pusieron manos a la obra. Primero se lo invitaría a participar del jurado de un concurso de novela y para darle mayor empuje Tomás Eloy Martinez escribió un artículo que fue tapa de la revista Primera Plana titulado “La gran novela de América”.
El 19 de agosto de 1967 a las dos y media de la madrugada, Gabriel García Marquez y su eterna compañera Mercedes Barcha Pardo llegaron al aeropuerto de Ezeiza y fueron a comer asado a un restaurante en la zona de la costanera. Fueron apenas 12 días los que estuvieron en Buenos Aires pero el éxito de la novela fue inmediato. A ese “escritor desconocido” hubo que ponerle en los últimos días una secretaria para que atendiera el teléfono y mudarlo del hotel.
El resto del transcurso de los hechos ya es conocido por todos.
No obstante, la amistad con el autor de “La pasión según Trelew” se extendió durante todas sus vidas. Una de las tantas anécdotas que dan cuenta de esta afirmación está relacionada a un ambicioso proyecto de Tomás Eloy Martinez, escribir una novela sobre el robo, los misterios y el derrotero del cadáver de Evita. Cuando en 1990 Juan Forn entró a trabajar como editor en la editorial Planeta, el primer contrato que firmó fue con Tomás Eloy Martinez para que escriba ese supuesto libro que nadie pensó que alguna vez finalizara. La editorial le dió 25 mil dólares de adelanto y Tomás muy pocas muestras de poder finalizar el trabajo. Cinco años más tarde, cuando accionistas y editores pidieron su cabeza, Tomás Eloy Martinez había empezado a escribir como una locomotora. Fue entonces cuando pidió una reunión con editores y empresarios y puso sobre la mesa una hoja de fax autorizando a que su contenido se use como faja promocional de la novela, la misma decía; “aquí está, por fin, la novela que siempre quise leer”, firmado por Gabriel García Márquez. Meses después “Santa Evita” estuvo en todas las librerías y fue un éxito de lectores. En 2022 la plataforma Star+ estrenó en su pantalla una miniserie basada en la novela bajo dirección de Rodrigo García, hijo de mayor de Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha Pardo.
Como es de público conocimiento, con Julio Cortázar vivieron el boom de la novela latinoamericana y compartieron una larga amistad. El primer libro que leyó en un hotel de Barranquilla fue “Bestiario”. Dijo al respecto, “desde la primera página me di cuenta de que Julio era un escritor como el que yo hubiera querido ser cuando fuera grande”.
En varios pasajes de su obra periodística está presente Cortázar, pero fundamentalmente en un artículo que habla exclusivamente del autor de Rayuela y que se llamó con justicia: “El argentino que se hizo querer de todos”.
Otras historias son distintas. Cargan con los avatares de la historia misma de la Argentina, el genocidio de los cuerpos y las palabras. Allá por el exilio mexicano en 1978, Miguel Bonasso estaba en un bar y Gabo le dijo: “¿Sabes por qué no me quiero hacer amigo de ustedes? Porque luego los matan”.
Con el escritor Haroldo Conti, autor de “Mascaró, el cazador americano”, tuvo un vínculo generacional. Los unió la amistad, el amor a Hemingway, a la cerveza bien fría y la defensa de la revolución cubana. Cuando el 4 de mayo de 1976 fue secuestrado por un grupo de tareas del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército. García Márquez inició una campaña internacional de denuncia, escribió:
“Haroldo Conti tenía entonces 51 años, había publicado siete libros excelentes y no se avergonzaba de su gran amor a la vida. Su casa urbana tenía un ambiente rural: criaba gatos, criaba palomas, criaba perros, criaba niños y cultivaba en canteros legumbres y flores. Como tantos escritores de nuestra generación, era un lector constante de Hemingway, de quien aprendió además la disciplina de cajero de banco”.
Se comprobó judicialmente que Haroldo Conti estuvo detenido y fue desaparecido en el campo de concentración conocido como El Vesubio, donde según testigos, también estuvo el cineasta Raymundo Gleyzer y el escritor y autor del El Eternauta, Héctor Germán Oesterheld. 15 días después de su secuestro, se reunieron con el dictador Jorge Rafael Videla, Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato quienes no tuvieron más que mutuos elogios. Hace apenas unos días, el gobierno de la crueldad, al mando de Javier Milei, vehemente defensor del genocidio, despidió de su puesto de trabajo en la biblioteca nacional a Marcelo Conti, hijo de Haroldo, con 35 años de servicios y a poco de jubilarse. Dijo a la prensa: “Me echaron solo por ser Conti”.
Sin dudas la relación más significativa de García Márquez fue con Rodolfo Walsh. Dijo;
“Para los lectores de los años 50, cuando el mundo era jóven y menos urgente, Rodolfo Walsh fue el autor de unas novelas policíacas deslumbrantes que yo leía en los lentos guayabos dominicales de una pensión estudiantil de Cartagena”.
Rodolfo Walsh fue un autor cuyos policiales negros y de denuncia social determinaron parte importante de su formación literaria. Trás el triunfo de la revolución cubana ambos participaron de la fundación de la agencia de noticias Prensa Latina, donde anonadado, fue testigo de cómo Rodolfo Walsh desarticuló una invasión a Cuba orquestada por la CIA para abril de 1961. La invasión de Bahía Cochinos. Años más tarde, perseguido por la dictadura cívico-militar y en la más absoluta clandestinidad, fingiendo ser un profesor de inglés jubilado, escribió en su casa del barrio El Fortín, en la localidad rural de San Vicente, la “carta abierta de un escritor a la junta militar”, a la cual García Márquez definió como “una obra maestra del periodismo universal”.
Finalmente, otra de nuestras referencias no podía ser otra que el tango, y ni más ni menos que en la figura de Carlos Gardel. Cosa que no sería desatinada si tenemos en cuenta el éxito que tuvieron sus canciones en Colombia, tierra en la que murió en un fatídico accidente aéreo en 1935. Carlos Gardel, aparece, por ejemplo, en “El amor en los tiempos del cólera”, una de sus más grandes novelas.
Y en su último libro “Memoria de mis putas tristes”, de 2004, le dedicó unas líneas que dicen:
“Cantábamos duetos de amor de Puccini, boleros de Agustín Lara, tangos de Carlos Gardel, y comprobábamos una vez más que quienes no cantan no pueden imaginar siquiera lo que es la felicidad de cantar”.
La pregunta ¿por qué nunca volvió a Argentina?
Para un caribeño supersticioso la respuesta es simple, “si en Buenos Aires el éxito te eligió, en Buenos Aires también puede abandonarte”.