Por Andrea Sosa Alfonzo. En las calles y las redes, una publicidad que simplifica la violencia de género y la vuelve una opción frente a la ‘soledad’. Una obra estadounidense que en los escenarios nacionales no renuncia a la imagen ‘ideal’, rubia y rebelde.
Este siglo que nos tocó vivir nos revolucionó, sembró en nuestros cuerpos autodeterminación y liberación, levantó el volumen de nuestras voces y rompió las cadenas de los otros que durante más siglos nos imprimieron sentido, política e identidad. Pero los opresores que construyen el relato patriarcal y ejercen poder sobre nosotras -los medios, la clase política, el sistema judicial, el poder económico y su marketing- aparecen, incluso, cuando utilizan los espacios de la lucha feminista.
“¿Qué preferís? ¿Un novio que te pegue o que nadie te invite a salir?”, dispara un afiche publicitario que pretendió interpelar desde la calle y las redes sociales a la lucha contra la opresión de las mujeres, al usar sus mismos términos pero desde la liviandad pura. La frase protagoniza (y lo decimos así porque el lenguaje es protagonista y depositario de las construcciones de violencia) el material de difusión de la obra “Criatura emocional” que se exhibe en el porteño Teatro Tabaris. Esta pieza es la adaptación teatral del libro “Soy una criatura emocional” que publicó en 2010 Eve Ensler, la dramaturga estadounidense que creó los Monólogos de la Vagina.
Entonces una se pregunta cuál puede ser el objetivo, además de provocar. Y desea -ojalá así lo sea- la ironía: ¿hay una dicotomía que sufre y enfrenta la mujer de este siglo que es inevitable? Hay una falso condicional que busca salir de ese lugar común, que es el de pensar que siempre va a haber alguien que te invitará a salir, por lo que no deberías ‘bancarte’ a este que te pega ¿Y si fuera, acaso, el planteo de la publicidad poner en cuestión ese planteo? Sin embargo, la simpleza con la que se aborda la violencia de género es tan desgarradora como escalofriante, incluso su negación en esta construcción discursiva, porque siempre habrá lo otro, que es el que nunca llegue tras apelar a la cosificación.
Pero nada es una opción frente a las agresiones. Nada es peor que el silencio, y promocionar la aceptación de los golpes –una de las tantas formas de avasallamiento machista- es cómplice de la violencia. O más: es parte de ella, que no sólo opera sobre la pareja, sobre el otro-amado, sino también en los vínculos familiares y a través de aquello a lo que no pudimos acceder. Y sí, hay otras opciones lejos del agresor, desde el respeto a la propia vida en adelante.
De cualquier modo, el marketing del feminismo al servicio de lo obsceno es tan aberrante como la imagen de la (s) mujer (es) en la gráfica. Rubia, rockera o ‘pop’, “esa” es la imagen de lo que no somos, de la que no puede ser jamás expresión de la diversidad cultural del país, sino de un etnocentrismo que refiere al eurocetrismo del cual somos hijos e hijas por vergüenza. Ambos conceptos, la simplificación de una lucha y la estetización extranjera de la adolescencia, sólo pueden dar cuenta de las lecturas que desde y sobre el feminismo realiza el show-business.
Esa “criatura” que alimenta el patriarcado
La obra que llegó a la escena local tuvo un recibimiento acalorado por parte de la crítica. Algunos definieron la obra -donde actúan Candela Vetrano, Ángela Torres, Manuela del Campo, Martina Juncadella, Delfina Chaves y Katja Martínez- como “la historia de un grupo de jóvenes con diversas culturas y pasiones, y una necesidad imperiosa por expresarse. Con qué intensidad definen la foto de perfil de Facebook, cómo sobrellevan el trabajo infantil y la trata de personas”.
O que es una obra que “invita a descubrir a través de irreconciliables diferencias culturales aquello que todos los jóvenes tienen en común en cada rincón del mundo, la pasión en estado puro, la necesidad de ser aceptados y el imperioso derecho a poder expresarse”.
El sitio vday.org menciona respecto de los textos de Ensler que el objetivo del libro es una convocatoria a una reflexión: “Descubra, celebre y acepte su criatura emocional. Las niñas de hoy a menudo se ven en la disyuntiva entre permanecer fuertes y fieles a lo que realmente son y cumplir con las expectativas de la sociedad en un intento por complacer a los demás. Se les enseña a no ser demasiado intensas, demasiado apasionadas, demasiado inteligentes, demasiado cariñosas, demasiado abiertas. Se las insta a anular sus instintos, su indignación, sus deseos y sus sueños. Por el contrario, se les dice que sean educadas, que obedezcan las reglas”.
Mientras, la niña de esa edad, aunque es la niña de todas las edades porque la vida le pasó casi sin tiempo de preguntas, a la que nadie quiere ver y que duerme a pocos metros del Tabaris, ya no entiende más de las luces ni de los cuerpos, ya no sabe a lo que es fiel ni si lo fue alguna vez, cree que no le queda ninguna expectativa hacia la sociedad porque se olvidó de ella hace tiempo. Las luces que alumbran a los hijos y hermanos de la patética farándula argentina no representan sus dioses ni sus miedos. Y el multiculturalismo parece un espejo lejano que sólo muestra el rostro de las criaturas del abandono.